No puedo estar más de acuerdo con la reflexión de mi compañero Jaime Olmo en una de sus columnas de Infolibre publicada recientemente: “la derecha política, afirma Olmo, está ganando en los Telediarios de TVE.”
Vivimos momentos inéditos para nuestra memoria colectiva, y en la tele pública del Estado continúan tirando de manual en los informativos como si no pasara nada: otorgan los tiempos de aparición de políticos en pantalla según la representación parlamentaria de sus respectivos partidos, lo que tanto desde el punto de vista informativo como de interés general siempre sería discutible, por muy reglamentado que esté. “En caso de duda, periodismo”, reza uno de los preceptos más indispensables del oficio.
Frente al coronavirus y sus desmanes, la gestión que está llevando a cabo el Gobierno de coalición no es una gestión de partido sino de Estado, y esa gestión debería verse reflejada como tal en la televisión pública del Estado.
Tengo probada mi alergia al uso partidista que los gobiernos tienden a hacer de las televisiones públicas. ¡No y mil veces no a las televisiones gubernamentales! Pero aquí estamos hablando de otra cosa. Cuando lo que hace el Gobierno en un momento como este nos concierne a todos, nos interesa a todos, nos afecta a todos, la información que se ofrezca sobre esa gestión no puede regirse por estrictos criterios de representación parlamentaria.
Ni en los informativos de las teles privadas, de propiedad conservadora todas ellas, gozan los desestabilizadores de tanta repercusión como en Televisión Española, medio público que, como tal, se supone debería contribuir a tranquilizar los ánimos de una ciudadanía asustada. O, por lo menos, a no echar más leña al fuego y dejar de estremecer a tanto ciudadano como, desde el sofá, vive aterrado este confinamiento.
“El coronavirus ha vuelto a impactar de lleno en el empleo en Abril, con el peor dato de la historia en este mes”, fue el arranque del telediario el mediodía de este martes ¡Ea! Solo les faltó decir algo como “vamos a morir todos ya”, ¡qué barbaridad! ¡viva el arte que se gastan para relajar el ambiente!
Tengo decenas de ejemplos con los que me escandalizo a diario, pero pondré solo alguno: ¿Qué hace Pedrojota en programas de tertulias de TVE? ¿A quién representa? ¿Por qué se hace eco la televisión pública de una encuesta del periódico que dirige el famoso desestabilizador en la que se otorga una excelente calificación a Margarita Robles y pésimas notas a Sánchez e Iglesias? Si la exposición de tal asunto es inocente, malo, y si no lo es... ¿es papel de la televisión pública dar pábulo a maniobras de este tipo perpetradas por un elemento con tan amplio currículum en el mundo de la conspiración? Supongamos que la encuesta es decente y que hubiera que referirse a ella sin remisión, supuestos que a quien firma estas líneas le cuesta contemplar. Aún así, ¿por qué se ofrecen los datos desnudos, desprovistos del análisis adecuado?
¿Qué hace el 24 horas debutando este lunes, tras un mes sin ser emitido, con una entrevista a la inefable Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid? ¿Por qué en los telediarios se coloca una declaración tras otra de políticos de distintos partidos metiéndole caña al gobierno, a pelo, y muchas veces sin contextualizar? ¿por qué se hace eso contra un gobierno en cuyas manos está en estos momentos nada menos que nuestra salud y nuestro futuro? Esas manos son las que son, señores, y nos pueden gustar más o menos pero en todo el mundo mundial los políticos han entendido que hay que ayudar al que gestiona y dejar consideraciones de otro tipo al margen, al menos de momento ¿Ayuda la televisión pública a entenderlo así? Decididamente, no.
No es verdad que como la ultraderecha tiene 52 diputados haya que darle amplia presencia en la televisión pública. Salvo Hungría, en pocos países se otorga tanta cancha a los mensajes de la ultraderecha en los medios del Estado. Suponiendo que legalmente no hubiera otro remedio, que sí lo hay, al hacerlo ¿no se podrían apostillar desde el punto de vista profesional, las barbaridades que sueltan sin anestesia Olona, Monasterio, Smith o Espinosa de los Monteros cada vez que abren la boca? Tal que así, por ejemplo: “Miren ustedes, quien acaba de decir esta barbaridad representa un opción política que está contra las libertades, son racistas, se oponen al divorcio, al aborto y minimizan la violencia de género”. Y decirlo mil veces cada vez que hablen, repetirlo hasta la saciedad.
Pero no: el muñeco de feria es Podemos, a cuyos representantes en el Gobierno se les pone a caldo una y otra vez sin compasión. En la pública y en todas las tertulias e informaciones habidas por tierra mar y aire. Y a final, manda narices, tiene que acabar siendo el conductor de un programa basura el que suelte las verdades del barquero, el que corte por lo sano a un tertuliano facha cuando vomita consignas ultraderechistas sin venir a cuento: “¿pero que tiene que ver aquí Pablo Iglesias? Te quito la palabra, que me tienes harto. ¿Qué soy rojo y maricón? Pues vale”.
La televisión pública tiene que proporcionar la información pública que nadie ofrece ni ofrecerá. Coincido con Olmo cuando expone lo que califica de tremenda paradoja: “cuando el PP gobernaba en España y sus delegados convertían los noticiarios de la televisión pública en propaganda de su partido, fueron derrotados por los trabajadores a golpe de denuncias, concentraciones y ofensivas imaginativas. En estos días, con una coalición de izquierdas en el Gobierno, la alta dirección de RTVE parece estar más preocupada por no aumentar las iras de PP y Vox que por mantener con entereza una línea independiente de vaivenes políticos, rigurosa, plural, que permita a los ciudadanos tener una información cabal y completa de la actualidad.”
Amén.
J.T.
Vivimos momentos inéditos para nuestra memoria colectiva, y en la tele pública del Estado continúan tirando de manual en los informativos como si no pasara nada: otorgan los tiempos de aparición de políticos en pantalla según la representación parlamentaria de sus respectivos partidos, lo que tanto desde el punto de vista informativo como de interés general siempre sería discutible, por muy reglamentado que esté. “En caso de duda, periodismo”, reza uno de los preceptos más indispensables del oficio.
Frente al coronavirus y sus desmanes, la gestión que está llevando a cabo el Gobierno de coalición no es una gestión de partido sino de Estado, y esa gestión debería verse reflejada como tal en la televisión pública del Estado.
Tengo probada mi alergia al uso partidista que los gobiernos tienden a hacer de las televisiones públicas. ¡No y mil veces no a las televisiones gubernamentales! Pero aquí estamos hablando de otra cosa. Cuando lo que hace el Gobierno en un momento como este nos concierne a todos, nos interesa a todos, nos afecta a todos, la información que se ofrezca sobre esa gestión no puede regirse por estrictos criterios de representación parlamentaria.
Ni en los informativos de las teles privadas, de propiedad conservadora todas ellas, gozan los desestabilizadores de tanta repercusión como en Televisión Española, medio público que, como tal, se supone debería contribuir a tranquilizar los ánimos de una ciudadanía asustada. O, por lo menos, a no echar más leña al fuego y dejar de estremecer a tanto ciudadano como, desde el sofá, vive aterrado este confinamiento.
“El coronavirus ha vuelto a impactar de lleno en el empleo en Abril, con el peor dato de la historia en este mes”, fue el arranque del telediario el mediodía de este martes ¡Ea! Solo les faltó decir algo como “vamos a morir todos ya”, ¡qué barbaridad! ¡viva el arte que se gastan para relajar el ambiente!
Tengo decenas de ejemplos con los que me escandalizo a diario, pero pondré solo alguno: ¿Qué hace Pedrojota en programas de tertulias de TVE? ¿A quién representa? ¿Por qué se hace eco la televisión pública de una encuesta del periódico que dirige el famoso desestabilizador en la que se otorga una excelente calificación a Margarita Robles y pésimas notas a Sánchez e Iglesias? Si la exposición de tal asunto es inocente, malo, y si no lo es... ¿es papel de la televisión pública dar pábulo a maniobras de este tipo perpetradas por un elemento con tan amplio currículum en el mundo de la conspiración? Supongamos que la encuesta es decente y que hubiera que referirse a ella sin remisión, supuestos que a quien firma estas líneas le cuesta contemplar. Aún así, ¿por qué se ofrecen los datos desnudos, desprovistos del análisis adecuado?
¿Qué hace el 24 horas debutando este lunes, tras un mes sin ser emitido, con una entrevista a la inefable Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid? ¿Por qué en los telediarios se coloca una declaración tras otra de políticos de distintos partidos metiéndole caña al gobierno, a pelo, y muchas veces sin contextualizar? ¿por qué se hace eso contra un gobierno en cuyas manos está en estos momentos nada menos que nuestra salud y nuestro futuro? Esas manos son las que son, señores, y nos pueden gustar más o menos pero en todo el mundo mundial los políticos han entendido que hay que ayudar al que gestiona y dejar consideraciones de otro tipo al margen, al menos de momento ¿Ayuda la televisión pública a entenderlo así? Decididamente, no.
No es verdad que como la ultraderecha tiene 52 diputados haya que darle amplia presencia en la televisión pública. Salvo Hungría, en pocos países se otorga tanta cancha a los mensajes de la ultraderecha en los medios del Estado. Suponiendo que legalmente no hubiera otro remedio, que sí lo hay, al hacerlo ¿no se podrían apostillar desde el punto de vista profesional, las barbaridades que sueltan sin anestesia Olona, Monasterio, Smith o Espinosa de los Monteros cada vez que abren la boca? Tal que así, por ejemplo: “Miren ustedes, quien acaba de decir esta barbaridad representa un opción política que está contra las libertades, son racistas, se oponen al divorcio, al aborto y minimizan la violencia de género”. Y decirlo mil veces cada vez que hablen, repetirlo hasta la saciedad.
Pero no: el muñeco de feria es Podemos, a cuyos representantes en el Gobierno se les pone a caldo una y otra vez sin compasión. En la pública y en todas las tertulias e informaciones habidas por tierra mar y aire. Y a final, manda narices, tiene que acabar siendo el conductor de un programa basura el que suelte las verdades del barquero, el que corte por lo sano a un tertuliano facha cuando vomita consignas ultraderechistas sin venir a cuento: “¿pero que tiene que ver aquí Pablo Iglesias? Te quito la palabra, que me tienes harto. ¿Qué soy rojo y maricón? Pues vale”.
La televisión pública tiene que proporcionar la información pública que nadie ofrece ni ofrecerá. Coincido con Olmo cuando expone lo que califica de tremenda paradoja: “cuando el PP gobernaba en España y sus delegados convertían los noticiarios de la televisión pública en propaganda de su partido, fueron derrotados por los trabajadores a golpe de denuncias, concentraciones y ofensivas imaginativas. En estos días, con una coalición de izquierdas en el Gobierno, la alta dirección de RTVE parece estar más preocupada por no aumentar las iras de PP y Vox que por mantener con entereza una línea independiente de vaivenes políticos, rigurosa, plural, que permita a los ciudadanos tener una información cabal y completa de la actualidad.”
Amén.
J.T.
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