Más que insultos parecen ladridos. Cuando Casado, Cayetana, Ayuso o García Egea abren la boca, ya sabes que lo que van a vomitar es odio y crispación. Son patéticamente predecibles. Este lunes le tocó el turno al campeón mundial de Lanzamiento de Huesos de Oliva. Cada vez más subido al caballo en el que Abascal y los suyos organizan sus particulares cruzadas contra los rojos infieles, Egea ha salido en defensa de los gamberros de Núñez de Balboa y demás barrios pijos de España:
“¿No estará el Gobierno intentando cargar las culpas en los ciudadanos que libremente y cumpliendo las medidas de seguridad expresan su indignación?", se ha preguntado en la primera rueda de prensa de la semana para a continuación explicar por qué el PP no piensa apoyar este miércoles la prórroga del Estado de Alarma: “Sánchez gana treinta días pero España pierde un mes” ¡Ahí queda eso! España son solo ellos y, por lo visto, sus amigos ultraderechistas, nadie más. Pesados!
Hace falta ser desahogado para soltar este tipo de barbaridades sin inmutarse! Y también para argumentar que el presidente Sánchez "está negociando con la salud de los españoles para mantener la salud de su Gobierno”. Por supuesto, como en toda comparecencia pepera que se aprecie, tampoco podía faltar la preceptiva alusión al terrorismo: “Las manifestaciones que me preocupan, asegura Egea, son las del entorno proetarra".
Reconozco que no soporto tanta insolencia gratuita. Hace poco, alguien se molestó en contar los insultos que el líder del PP había dedicado al presidente del Gobierno de coalición durante una comparecencia parlamentaria de quince minutos: fueron treinta y siete, más de dos ataques de media por minuto. Por no hablar de las invectivas que recibe el Vicepresidente Segundo en cada sesión de control.
No acabo de entender la flema con la que Sánchez e Iglesias aguantan a pie firme tamaña lluvia de improperios. Me cuesta asumir la filosofía con la que se lo toman, porque en ocasiones reconozco que me entran ganas de verlos reaccionar como el cura de aquel famoso chiste quien, tras recibir sin venir a cuento un soberano guantazo en la cara, primero se dirigió al agresor y le dijo: “Amigo, es preciso que cumpla con el mandato evangélico y eso significa que debo ofrecerle la otra mejilla, así que haga usted el favor de pegarme una bofetada más, si es tan amable”. El provocador, encantado, obedeció arreándole al clérigo una ostia de antología.
Claro que acto seguido el abofeteado, sin perder un segundo, sorprendió al pendenciero propinándole una patada tan rotunda en la entrepierna que este cayó doblado de dolor sin poder apenas respirar. La paliza que llegó a continuación fue de escándalo y, mientras lo machacaba sin piedad, el cura aclaró las cosas: “se me olvidó avisarle que del tercer tortazo en adelante, el evangelio no dejó nada prescrito”.
J.T.
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