¿Soy de los pocos que se levanta cada día pensando que, dado que lo del coronavirus va para largo, sería deseable que en la relaciones políticas de nuestro país se instaurara la tregua y el consenso, la cordura, en definitiva?
¿Somos una minoría los que deseamos que la oposición deje de pegar patadas en las espinillas de los gestores de esta crisis y se pongan a ayudar de una vez?
¿Acaso son más los ciudadanos que desean que continúen las miradas a cara de perro, los insultos y las descalificaciones? ¿Son más los que no quieren bajar el balón al suelo, los que se niegan a buscar puntos de entendimiento que ayuden a mejorar la capacidad de lucha contra la pandemia?
¿Qué encuestas maneja la derecha que hace que insistan una y otra vez en el mal rollo? ¿Qué le hace a Casado, a su avinagrada Cayetana y al inquietante Egea persistir en sus petulancias y aumentar la agresividad de su tono?
¿Por qué priorizan la competencia con Vox en su pelea por el espacio político? ¿Tan poco personalidad propia ha acabado teniendo el Partido Popular?
Supongamos que el Gobierno de coalición lo ha hecho tan mal como se empeñan en repetir Casado y su cohorte, algo que solo el tiempo se encargará de aclarar. Aún así, ¿en qué ayudan no contribuyendo a buscar soluciones para que si ha habido errores se solucionen cuanto antes y dejemos de infectarnos más ciudadanos, y dejemos de morir como chinches y solos, lejos de nuestros familiares, sin abrazos ni consuelo?
Como ciudadano que se siente en riesgo, que ya ha tenido la desgracia de conocer casos de gente querida cercana que se ha marchado estos días -otros afortunadamente se han curado, y otros continúan en la UCI-, a mí toda la fanfarria que nos toca presenciar cada vez que se celebra una sesión parlamentaria hace que me tiemblen las piernas.
Supongamos que el gobierno se cansa de tanto palo en las ruedas, de esperar una ayuda política que considera imprescindible y que nunca llega. Supongamos que decide dimitir ¿Es en esta oposición en la que tenemos que confiar para que tome el relevo? ¿O están pensando en una solución “militar, por supuesto”? ¿en un triste y bufo remedo del fatídico 23-F? Si, como algunos sospechan, está en marcha un golpe, ¿quién se encargaría de preocuparse por nuestra salud y nuestro bienestar? A ver, venga, nombres y déjense de rodeos ¿Estamos todos locos o qué?
¡Qué oportunidad más hermosa está perdiendo la derecha española de mejorar nuestra convivencia, relajar los ánimos y practicar el ejercicio de la actividad política con la dignidad que esta se merece! Y qué oportunidad está perdiendo el periodismo de demostrar que nuestro oficio tiene más sentido que nunca en momentos tan duros como los que estamos viviendo.
Espero que luego, cuando ya sea demasiado tarde, nadie que no esté arrimando el hombro ahora tenga la desvergüenza de llorar por la leche derramada al no haber sabido defender un periodismo decente en lugar de hacer concesiones, una tras otra, para poder seguir comiendo de una actividad cuya razón de ser es comunicar y no dedicarse a encabronar el ambiente más aún de lo que ya está.
Por eso no me rasgo las vestiduras ante la portada de El Mundo de este miércoles, porque era completamente previsible. Conociendo a su actual director, cualquier cosa es posible. Rosell heredó todos los defectos de Pedro Jota y ninguna de sus virtudes. Lo cuento en mi libro, “Periodistas”, y David Jiménez en el suyo, “El Director”. La desgracia es la cantidad de Pacos Rosell que existen en el universo periodístico de este país, mercenarios dispuestos a vender a quien sea a cambio de un plato de lentejas y unas migajas de satisfacción para su codiciosa vanidad.
Por fortuna, aunque por desgracia para el futuro del oficio, los periódicos impresos cada vez tienen menos repercusión. Pero quienes en estos días de confinamiento recurren a la tele como alivio de su ansiedad no merecen tampoco los torticeros discursos que profieren la mayoría de tertulianos que a diario siembran el pánico entre los espectadores más indefensos con la severidad de sus apocalípticos dictámenes.
Periodistas y políticos estamos ofreciendo estos días un espectáculo bochornoso del que me avergüenzo. Seré un ingenuo, pero me sigo levantando cada mañana con la esperanza de que la gravedad de lo que está ocurriendo acabe convenciendo a unos y a otros de que igual es mejor para todos apostar por modos y maneras que transmitan aliento, que ayuden a mejorar nuestro ánimo y nuestras ganas de convivir.
Sería triste que “cuando acabe todo esto” frase que, dicho sea de paso, no me gusta en absoluto, ese día salgamos todos a la calle con ganas de mordernos los unos a los otros. Los que quedemos vivos, claro.
J.T.
Foto: Agencia EFE
¿Somos una minoría los que deseamos que la oposición deje de pegar patadas en las espinillas de los gestores de esta crisis y se pongan a ayudar de una vez?
¿Acaso son más los ciudadanos que desean que continúen las miradas a cara de perro, los insultos y las descalificaciones? ¿Son más los que no quieren bajar el balón al suelo, los que se niegan a buscar puntos de entendimiento que ayuden a mejorar la capacidad de lucha contra la pandemia?
¿Qué encuestas maneja la derecha que hace que insistan una y otra vez en el mal rollo? ¿Qué le hace a Casado, a su avinagrada Cayetana y al inquietante Egea persistir en sus petulancias y aumentar la agresividad de su tono?
¿Por qué priorizan la competencia con Vox en su pelea por el espacio político? ¿Tan poco personalidad propia ha acabado teniendo el Partido Popular?
Supongamos que el Gobierno de coalición lo ha hecho tan mal como se empeñan en repetir Casado y su cohorte, algo que solo el tiempo se encargará de aclarar. Aún así, ¿en qué ayudan no contribuyendo a buscar soluciones para que si ha habido errores se solucionen cuanto antes y dejemos de infectarnos más ciudadanos, y dejemos de morir como chinches y solos, lejos de nuestros familiares, sin abrazos ni consuelo?
Como ciudadano que se siente en riesgo, que ya ha tenido la desgracia de conocer casos de gente querida cercana que se ha marchado estos días -otros afortunadamente se han curado, y otros continúan en la UCI-, a mí toda la fanfarria que nos toca presenciar cada vez que se celebra una sesión parlamentaria hace que me tiemblen las piernas.
Supongamos que el gobierno se cansa de tanto palo en las ruedas, de esperar una ayuda política que considera imprescindible y que nunca llega. Supongamos que decide dimitir ¿Es en esta oposición en la que tenemos que confiar para que tome el relevo? ¿O están pensando en una solución “militar, por supuesto”? ¿en un triste y bufo remedo del fatídico 23-F? Si, como algunos sospechan, está en marcha un golpe, ¿quién se encargaría de preocuparse por nuestra salud y nuestro bienestar? A ver, venga, nombres y déjense de rodeos ¿Estamos todos locos o qué?
¡Qué oportunidad más hermosa está perdiendo la derecha española de mejorar nuestra convivencia, relajar los ánimos y practicar el ejercicio de la actividad política con la dignidad que esta se merece! Y qué oportunidad está perdiendo el periodismo de demostrar que nuestro oficio tiene más sentido que nunca en momentos tan duros como los que estamos viviendo.
Espero que luego, cuando ya sea demasiado tarde, nadie que no esté arrimando el hombro ahora tenga la desvergüenza de llorar por la leche derramada al no haber sabido defender un periodismo decente en lugar de hacer concesiones, una tras otra, para poder seguir comiendo de una actividad cuya razón de ser es comunicar y no dedicarse a encabronar el ambiente más aún de lo que ya está.
Por eso no me rasgo las vestiduras ante la portada de El Mundo de este miércoles, porque era completamente previsible. Conociendo a su actual director, cualquier cosa es posible. Rosell heredó todos los defectos de Pedro Jota y ninguna de sus virtudes. Lo cuento en mi libro, “Periodistas”, y David Jiménez en el suyo, “El Director”. La desgracia es la cantidad de Pacos Rosell que existen en el universo periodístico de este país, mercenarios dispuestos a vender a quien sea a cambio de un plato de lentejas y unas migajas de satisfacción para su codiciosa vanidad.
Por fortuna, aunque por desgracia para el futuro del oficio, los periódicos impresos cada vez tienen menos repercusión. Pero quienes en estos días de confinamiento recurren a la tele como alivio de su ansiedad no merecen tampoco los torticeros discursos que profieren la mayoría de tertulianos que a diario siembran el pánico entre los espectadores más indefensos con la severidad de sus apocalípticos dictámenes.
Periodistas y políticos estamos ofreciendo estos días un espectáculo bochornoso del que me avergüenzo. Seré un ingenuo, pero me sigo levantando cada mañana con la esperanza de que la gravedad de lo que está ocurriendo acabe convenciendo a unos y a otros de que igual es mejor para todos apostar por modos y maneras que transmitan aliento, que ayuden a mejorar nuestro ánimo y nuestras ganas de convivir.
Sería triste que “cuando acabe todo esto” frase que, dicho sea de paso, no me gusta en absoluto, ese día salgamos todos a la calle con ganas de mordernos los unos a los otros. Los que quedemos vivos, claro.
J.T.
Foto: Agencia EFE
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