Como si quisiera ofrecer un aspecto de persona más hecha y alejarse de esos aires lechuguinos que hasta ahora compartía con Albert Rivera, Pablo Casado apareció este lunes en la toma de posesión de Díaz Ayuso luciendo barba de diez días. En tiempos de Franco dejarse barba era cosa de rojos, un hombre decente tenía que salir de casa hecho un pincel, y eso incluía afeitarse todos los días. La barba y el pelo largo eran símbolos de falta de higiene, algo propio de desharrapados y contestatarios que además de ducharse poco y drogarse mucho, copaban las calles para protestar contra el orden establecido y montaban pollos memorables. Sin duda han cambiado las cosas.
Las melenas y las barbas eran señas de identidad de la izquierda y quién sabe si fue por eso por lo que los socialistas, apenas consiguieron tocar pelo en 1982, decidieron cortarse el suyo al tiempo que arrinconaban postulados y llenaban sus armarios de trajes y corbatas. Felipe González y Alfonso Guerra se afeitaban todos los días y que el ministro de Defensa, Narcís Serra, además de catalán y civil, fuera un señor con toda la barba, no sentó nada bien entre los militares, que aún vivían en los cuarteles la resaca del intento de golpe del 23-F.
En la vida familiar del ciudadano medio también había presión: quítate esa barba, que te hace mucho mayor de lo que eres, te decía tu madre, o tu novia, si osabas permanecer unos días sin afeitarte. Tú argumentabas que muchos genios de la literatura habían llevado barba, escritores como Cervantes, Hemingway o Unamuno, y compositores de música clásica como Brahms o Tchaikovsky pero no tragaban, por mucho que en la lista de barbudos figurara hasta el general Prim, o el mismísimo Abraham Lincoln.
Hasta que la derecha no decidió que llevar barba estaba bien, no afeitarse tuvo mala prensa entre los biempensantes. Cierto verano fue Juan Carlos I quien apareció con ella durante las vacaciones, y en la Casa Real se vieron en la obligación de explicar que el rey no se afeitaba porque sufría alergia. Felipe VI empezó como su padre, con barbas veraniegas vergonzantes, hasta que por fin decidió dejársela todo el tiempo.
En los últimos cuarenta años, el único presidente con barba que hemos tenido, Mariano Rajoy, ha sido de derechas, y parece que el actual líder del PP, quién sabe si teniendo esto en cuenta, ha decidido dejar de afeitarse a ver si así acelera su llegada a la Moncloa. Esperemos que tal decisión se deba a que sus asesores ensayan cómo mejorarle la imagen para la foto de los carteles si hay elecciones y no tenga nada que ver con la extensión de esta moda entre las filas de la ultraderecha: Matteo Salvini, ese pérfido ministro italiano que parece buscar con la barba enmascarar parte de su maldad; Santiago Abascal, cuya afilada perilla le proporciona un punto entre hipster y conquistador medieval; Iván Espinosa de los Monteros, propietario de un estudiado desaliño tanto en la barba como en las melenas…
Observo la foto de la última reunión del G-20, donde además de la práctica ausencia de mujeres llama la atención la escasez de barbas, y descubro una muy turbadora: la de Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudí. Aunque claro, para ser un personaje inquietante tampoco es que parezca imprescindible el uso de barba, como Trump y Putin se encargan de demostrar a diario al mundo entero.
Si tenemos elecciones en noviembre, esta vez en los debates electorales de los cabezas de lista seguirán faltando mujeres pero habrá varias barbas, las de Abascal y Casado junto a la semilampiña de Pablo Iglesias. Veremos si el presidente del Partido Popular decide mantenerla. Parecerse a Salvini o Abascal no sé si le dará muchos votos. ¿O se la dejará justo por eso?
J.T.
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