Cuando le preguntaron a Juan Belmonte cómo era posible que Joaquín Miranda, un antiguo banderillero de su cuadrilla, consiguiera llegar con el tiempo a gobernador civil de Huelva, el mítico torero respondió contundente: “Degenerando, amigo, degenerando”. No pude evitar recordar la anécdota mientras presenciaba este miércoles el debate de investidura de Isabel Díaz Ayuso. ¿Cómo es posible que la community manager de un perro haya conseguido llegar a presidenta de la Comunidad de Madrid? Pues sí, señor, degenerando, amigo, degenerando.
A mi amiga Nieves Concostrina, que escribe semanalmente una columna sobre Madrid, no le va a faltar el trabajo con Díaz Ayuso en la presidencia autonómica. Será, no me cabe duda, una inagotable fuente de inspiración, pero no solo para quien como Nieves escribe sobre Madrid en Madrid, sino para plumillas, guionistas y dibujantes varios de España entera. En redes aseguran que las acciones de El Jueves se han disparado ya, y en Polònia, El Intermedio o Late Motiv deben estar frotándose las manos y afilando los lápices para la rentrée de Septiembre.
Es un hecho que lo que ocurre en Madrid, ya sea en la Comunidad o en el Ayuntamiento, trasciende más que lo que sucede en Murcia o en Andalucía, por mucho que los partidos que partan el bacalao sean los mismos en las tres autonomías. Queramos o no, Madrid funciona como termómetro de la temperatura política del país, y que Vox presione en el ayuntamiento de Cibeles o en la sede autonómica de la Puerta del Sol adquiere mayor repercusión que si lo hace en cualquier otra institución del resto del país. El eco mediático añadido, qué duda cabe, está garantizado de antemano.
Sin Ayuso y Almeida en Madrid, Pablo Casado sería un fracasado a día de hoy, mientras que esta semana puede pasearse por las fiestas de la Paloma sacando pecho y besando niños tras dos meses y medio en los que no acababa de creerse la suerte que finalmente ha acabado teniendo. Cuando vi a los tres fotografiarse haciendo la V de la victoria en el atril improvisado de la calle Génova la noche del 26 de mayo, me pareció que se precipitaban. Es más: tuve la impresión de que a ellos también se lo parecía. Me equivoqué, está claro. El caramelo era demasiado sabroso para no acabar chupándolo a conciencia, aunque el precio fuera tragar con las astracanadas de Vox, a cuyos postulados tampoco parecen haberle hecho demasiado asquito.
Se trataba de tirar de receta andaluza y adelante: permitir a la ultraderecha jugar a las banderitas, hacer concesiones en materia de género, memoria histórica y algunos derechos ciudadanos más, ya consolidados, y a cambio conseguir que Abascal y compañía se dejaran de monsergas y votaran lo que tenían que votar. En cuanto a Ciudadanos, tan empeñados como están en hacernos creer que van de por libre, al final han tragado carros y carretas para que sea el PP quien acabe llevándose el gato al agua. Apenas tocan pelo, por muchas vicepresidencias (tampoco tantas), consejerías y tenencias de alcaldía que presuman gestionar. Se han bajado los pantalones en Ciudadanos sin pudor alguno, y punto, algo que por cierto tampoco parece haberles preocupado en exceso.
Sánchez y su sanedrín, por su parte, aún juegan a continuar sopesando la posibilidad de pescar en las confusas aguas de Rivera y Arrimadas de cara a la formación del gobierno de la nación, sin acabar de asumir del todo, al menos de cara a la galería, que la misión suprema de los naranjitos es hacer el trabajo sucio con el que la derecha de toda la vida prefiere no mancharse.
El problema es que a quienes mandan de verdad se les ha ido la mano eligiendo algunos peones ¿Se puede ir muy lejos con lumbreras como Ayuso o Almeida? Ángel Gabilondo denunció la actitud frentista que la candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid mantuvo durante buena parte del debate de investidura. “De tener el honor de ser propuesto para el puesto, -añadió por su parte Íñigo Errejón-, no rebajaría el parlamentarismo y la dignidad de las instituciones como usted lo ha hecho”.
A la vista de tanta crispación y tanta histeria como la que se detectaba este miércoles en la Asamblea de Madrid, no puedo dejar de tocar madera en previsión de los nubarrones que se dibujan en el horizonte. Mucho me temo que, durante una buena temporada, nos vamos a aburrir bastante poco.
J.T.
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