miércoles, 5 de junio de 2019

Pero no nos olvidemos de la corrupción


¿Por qué han desaparecido estos días, o casi, las informaciones sobre corrupción de las teles, las radios y los periódicos? Decenas de juicios pendientes, la mayoría con políticos del Partido Popular implicados, y todo ha pasado a segundo plano, desplazado por las especulaciones sobre pactos, los problemas internos de los partidos y el exacerbado protagonismo del Tribunal Supremo, donde en una sala el fiscal llama golpistas a los políticos catalanes procesados mientras en se marea la perdiz para evitar sacar del Valle de los Caídos los restos mortales de un acreditado golpista.

El comienzo del juicio en el que se abordará la destrucción de los discos duros de los ordenadores de Bárcenas está previsto para el viernes 14 de junio, coincidiendo con los días en que se empezarán a constituir los parlamentos autonómicos, y solo veinticuatro horas antes de la toma posesión de los más de ocho mil alcaldes elegidos el pasado 26 de mayo.

No les va a resultar fácil a Pablo Casado y compañía pasar página de todo esto. La agenda de juicios pendientes contra significados próceres otrora influyentes en su partido anda repleta, y en las cárceles purgan sus delitos antiguos miembros del staff que llegaron a ocupar hasta vicepresidencias del gobierno. Las elecciones generales les han pasado una cierta factura a los populares, pero siguen vivos y pactarán con el mismísimo diablo si es necesario para poder continuar huyendo hacia delante.

El precio que han pagado por tener tanto corrupto en sus filas, una caja B, sobresueldos, ordenadores destrozados a martillazos, a mí me parece demasiado barato. ¿Qué explicación puede tener que tamaños escándalos acaben saliendo tan tirados de precio? Quizás pueda deberse a la tolerancia social que en este país se otorga a la picardía, tan instalada en nuestros usos y costumbres; a la complacencia con el tramposo; a la capacidad para hacernos el tonto cuando descubrimos, o incluso convivimos, con una irregularidad. De la cárcel se sale más fácil que de la miseria, solía decirle Jesús Gil a sus acólitos para que estos se integraran encantados en aquella cutre cofradía de ladrones que hace tres lustros acabó vaciando las arcas del ayuntamiento de Marbella.

Para que en un colectivo se instale la cultura de la corrupción, es preciso que exista consenso social, que mayoritariamente la población considere que aprovecharse de la posición en beneficio propio es algo normal. Puede que sea esta la razón por la que el PP continúa flotando. Quizás derivado de un comportamiento de siglos, elocuentemente descrito en El Lazarillo, El Buscón y otras obras maestras de la novela picaresca española, uno de nuestros problemas es que ser corrupto nos parece normal. Las facturas sin IVA, el pirateo informático, el nepotismo, las transacciones en negro y los engaños al fisco son una práctica social demasiado instalada en nuestra vida diaria.

Del rey abajo ninguno nos libramos. Es como si estuviera en nuestro adeene, como si no lo pudiéramos evitar. Ni escarmentamos ni queremos escarmentar. Para eso hace falta contar con una conciencia de transgresión que parece que no tenemos demasiado desarrollada. Regenerar la cultura de la corrupción exige reeducar los usos y costumbres de mucha gente. Y eso es una tarea larga, que mientras se instala o no en nuestro comportamiento social, continuará permitiendo a los políticos beneficiarse de una tolerancia cuya existencia tendrían que ser ellos los primeros en erradicar.

Nos tenemos que regenerar todos para que esto no continúe siendo la misma aburrida y vergonzosa historia otros quinientos años más. De lo contrario, tanta vestidura rasgada se quedará siempre en un mero ejercicio de hipocresía y, como Lázaro de Tormes, seguiremos comiéndonos las uvas del ciego de tres en tres cuando él lo haga de dos en dos.

J.T.

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