De la envolvente que le hicieron hace veinte años, ¡veinte! Imbroda consiguió salir bien parado, tras unos primeros meses de suspense que convirtieron a Melilla aquel verano del 99 en tema de apertura de los informativos nacionales. Todo empezó en el pleno de investidura del tres de julio cuando, casi con la vara de mando en la mano, Juan José Imbroda descubrió que los números no le daban porque los dos concejales que el PSOE tenía en la corporación habían decidido hacer presidente a un médico musulmán llamado Mustafa Aberchán sumando sus dos votos a los siete del Grupo Independiente Liberal (GIL) y a los cinco de Coalición por Melilla (CpM), el partido de Aberchán.
El ABC, escandalizado, publicó la foto del nuevo presidente ya ungido con el collar que certificaba su nombramiento, el PSOE expulsó de manera fulminante a los dos responsables de la traición, acto seguido se puso en contacto con el PP, y representantes de ambos partidos se conjuraron para deshacer lo que consideraban una amenaza: un musulmán al frente de la gestión de uno de los enclaves más sensibles del país, con el apoyo del corrupto y polémico alcalde de Marbella, Jesús Gil y Gil, impulsor de candidaturas del GIL en varios municipios de la Costa del Sol, más La línea, Ceuta y Melilla, puntos todos ellos a cual más caliente.
A Pío García Escudero (PP) y Ramón Jáuregui (PSOE), les costó mucho trabajo dar con la tecla que les permitiera desatascar aquel embrollo. Se desplazaron a Melilla, mantuvieron conversaciones interminables con todos los partidos de la Ciudad Autónoma en uno de los salones del Parador y, después de semanas sudando la gota gorda, consiguieron primero desactivar la amenaza que suponía la presencia del GIL en la institución y después abrir camino para que, en menos de un año, una moción de censura permitiera gobernar a Imbroda, cuyo partido se llamaba por entonces Unión del Pueblo Melillense (UpM). Algún tiempo después, se fusionaría con el PP.
Aberchán se la debía tener bien guardada, y ahora, veinte años después, con tres concejales más de los que su partido, Coalición por Melilla, tenía en el 99, parece haber encontrado por fin el modo de devolverle la faena. Para consumar su venganza ahí estaba Eduardo de Castro, el único concejal de Ciudadanos, a punto de caramelo. Imbroda necesitaba esa abstención y contaba con ella, así que cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta que estaba empezando a vivir una especie de día de la marmota muy particular: ya con el pleno en marcha, se enteró que Eduardo de Castro, antiguo compañero del PP, presentaba ahora su candidatura a la presidencia siendo el único diputado por Ciudadanos.
Lo que ocurrió a continuación le debió parecer como viajar por el túnel del tiempo: socialistas y Coalición por Melilla le otorgaban sus votos y lo convertían en alcalde presidente. Fuera de sí, el destituido lo llamó sinvergüenza, “traidor sin escrúpulos que retuerce la democracia” y, al cruzarse con él en el momento del relevo, le propinó varias palmadas en la espalda que más bien parecieron puñetazos. El flamante alcalde presidente solventará el asunto dándose de baja de Ciudadanos, o no, mientras Imbroda continuará frotándose los ojos sin acabar de dar crédito a la resurrección de la pesadilla de hace veinte años: “Aberchán, eso ha sido Aberchán, el único triunfador de hoy en Melilla”, bramaba desconsolado al finalizar el acto. “De Castro le va a entregar el gobierno de Melilla a un partido cuasi religioso”, añadía.
Esta vez las cosas no parece que acaben adquiriendo la relevancia que tuvieron en 1999. El campo de juego es muy distinto al de entonces pero aún así, y aunque en alguna ocasión había dicho que en breve se retiraría de la política, Imbroda no parece dispuesto a resignarse. Ha anunciado que promoverá una moción de censura y apela a Ferraz para que la apoye porque, recuerda, “los estatutos de los socialistas impiden gobernar con tránsfugas”.
J.T.
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