viernes, 7 de junio de 2019

Alberto Rodríguez, un buen comienzo


El día en que se anunció que Alberto Rodríguez sería el nuevo Secretario de Organización de Podemos, ocurrió algo inédito en el tratamiento que los medios dispensan habitualmente a esta formación política: las televisiones, que a las primeras de cambio no paran de arrearles estopa haya o no haya motivos, rescataron de las videotecas una intervención parlamentaria del político canario en la que este piropeaba a un diputado popular: “Es usted una buena persona, y le pone calidad humana a este sitio”, le dijo a Alfonso Candón, compañero en la Comisión de Empleo y Seguridad Social, la tarde en que este dejaba el Congreso de los Diputados para presentarse por Cádiz al parlamento andaluz el pasado mes de diciembre.

Esa frase de Alberto Rodríguez, que habla de su talante para quien no lo conozca personalmente, funciona como un auténtico bálsamo en estos tiempos de desencuentros, crispaciones y puñaladas traperas. El reconocimiento mediático a su gesto es una sorprendente excepción que hay que valorar. No es mal comienzo para el trabajo que tanto él como la formación a la que pertenece tienen por delante. En primer lugar, para poner las cosas en su sitio, para contrarrestar los zafios y horteras ataques de esa derecha rabiosa que no soporta que los postulados de Podemos vayan calando en la ciudadanía.

¿Que tienen muchas cosas que arreglar? Por supuesto. Pero cada vez cuela menos tanta Venezuela o tanta Cuba. ¿Qué las disensiones internas son muchas? Sin duda también, pero si adquirimos perspectiva para analizar todo esto, lo que parece claro es que en sus cinco años de vida, quienes han dado por muerta a la formación una y otra vez, se equivocaban.

La existencia de Podemos es la garantía de que el PSOE no tiene más remedio que mirar a la izquierda, frente a los postulados de tanta vaca sagrada socialista empeñada en escorar hacia el otro lado. Una cosa parece clara: sin el apoyo de Podemos a Pedro Sánchez en la moción de censura contra Rajoy, el Partido Socialista no sería hoy lo que es. El resultado obtenido en las elecciones generales de abril, del que tanto presumen, también en las europeas, municipales y autonómicas de mayo, tiene su origen en el éxito de los acuerdos que hace un año llevaron al PSOE a La Moncloa. Saben bien, tanto Sánchez como quienes desde dentro de su propio partido no se resisten a continuar poniéndole zancadillas, que el camino que llevaban se parecía mucho al recorrido por buena parte de las socialdemocracias europeas, hoy bajo mínimos.

Al margen del contratiempo que para Podemos supusieron los resultados de las elecciones municipales y autonómicas, dejando de lado también el resto de apoyos necesarios para que el PSOE siga en La Moncloa (PNV, Revilla y alguno más), lo que necesita claridad en un horizonte cada vez más cercano es el papel a jugar en el próximo gobierno de la nación, porque si Sánchez e Iglesias no consiguen entenderse, todo lo demás sobra. Por eso el ahora presidente en funciones sabe que tiene que tratar a Podemos con respeto. Aunque en su fuero interno continúe suspirando por una abstención de Ciudadanos, e incluso del PP, la estabilidad que necesita para permanecer cuatro años en La Moncloa depende de su capacidad para llegar a acuerdos con Podemos.

Tengo escrito que la fuerza de la formación que lidera Iglesias reside en que Sánchez la precisa si es verdad que desea llevar a cabo políticas progresistas. A menos que quiera repetir elecciones, pero parece difícil que se atreva, porque sabe que ya no hay en el ambiente ese miedo a Vox que hizo que votos de Podemos recalaran en abril en la mochila socialista. Gestionar el problema catalán exige diálogo y no confrontación, y Sánchez no tiene para ello mejor socio que Podemos, con un flamante Secretario de Organización como Alberto Rodríguez quien, como decíamos al principio, tiene acreditada su capacidad para la buena sintonía y el consenso.

Cinco años de cloacas disparando contra la formación morada por tierra, mar y aire, no solo no han acabado con ella sino que la han situado en el mapa político con una posición determinante por mucho que se resalte que cuenta con menos votos que hace un tiempo. La falta de implantación territorial de la formación, algo que han pagado caro en las municipales y autonómicas, es una asignatura pendiente para una formación joven, pero ese problema no solo es político sino técnico, como lo demuestra que Ciudadanos y Vox se encuentran también con muchas dificultades en este terreno. Y en cuanto a las divisiones internas, a la larga las aguas volverán a su cauce en la medida en que el proceso de demonización y las campañas orquestadas contra la formación vayan pinchando en hueso.

Los pocos avances sociales que el gobierno de Sánchez ha sacado adelante en el tiempo que lleva en La Moncloa fueron propuestas de Podemos. La agenda pendiente es amplia, y la única manera de asegurarse el cumplimiento de los pactos es que el compromiso no sea meramente formal. Para acabar con la precariedad laboral, reducir la desigualdad, favorecer la condición familiar o promover la justicia fiscal hay que jugar en primera división. No puede volverse a repetir lo que ocurrió tras la investidura de junio del 18, cuando acuerdos para resolver problemas como el precio de la luz o los alquileres, eliminar la ley mordaza o legislar sobre las casas de apuestas, no se cumplieron.

Lo dijo Sánchez durante la campaña electoral: “Mi socio prioritario es Podemos”. ¿Era mentira? No creo. Si acuerda cuatro años de gobierno con Iglesias tiene más que ganar que perder porque, como reza el viejo tópico, puede que eso le desgaste algo, pero más se desgastarán las derechas en la oposición. Alberto Rodríguez en la Secretaría de Organización de Podemos no parece un mal comienzo.

J.T.

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