jueves, 30 de marzo de 2017

Los tuits de Cassandra y el muro John Lennon de Praga



En el barrio de Malá Strana de Praga, frente a la embajada de Francia en la República Checa y muy cerca del famoso puente Carlos, que atraviesa el río Moldava, hay una pared que no es una pared cualquiera sino un muro donde, desde el día de diciembre de 1980 en que mataron a John Lennon, nunca falta una pintada dedicada a su memoria. Este miércoles me acerqué a ese lugar y pude comprobar que el carácter simbólico de protesta que ese trozo de pared tiene desde hace más de treinta y seis años, aún continúa vigente.

En ese muro, la mañana siguiente al asesinato del ex Beatle, apareció un retrato del artista y unas pintadas en su honor que los miembros del gobierno checoslovaco de entonces, a quienes Lennon les parecía un pacifista peligroso hasta el extremo de tener prohibidas en el país la reproducción de muchas de sus canciones, consideraron un desafío. La imagen del cantante y las frases escritas en su honor fueron borradas inmediatamente y el muro volvió a lucir su blanco escrupuloso… hasta la mañana siguiente en que volvían a aparecer pintadas flores, canciones de Lennon o mensajes por la paz que la policía hacía desaparecer de nuevo a las pocas horas. El toma y daca duró nueve años, hasta la caída del régimen comunista, y desde entonces el muro es considerado un monumento a la libertad de expresión que permite mantener vivo el recuerdo de aquella rebeldía.

Me conecté al wifi del restaurante John Lennon, situado justo enfrente del muro dedicado a su memoria, y fue entonces cuando me enteré de la sentencia que condena a la joven Cassandra Vera a un año de cárcel y siete de inhabilitación por varias frases humorísticas dedicadas a Carrero Blanco en su cuenta de twitter. Me acordé en ese momento de mi amigo Facu Díaz, que tuvo mejor suerte, pero a quien nadie libró en su día del mal trago de pasar por un juzgado por hacer, según la fiscalía, humor con asuntos políticamente incorrectos. Y me acordé también de la tortura a la que sometieron a Guillermo Zapata durante meses interminables por frases también escritas en twitter, y de los titiriteros…

A dos mil quinientos kilómetros de distancia, hay unos instantes en que tiendes a pensar que noticias como la condena a la joven Cassandra no pueden ser verdad, que alguien tiene el día tonto y está de broma. Pero no, no debo perder la perspectiva. Lo que ha pasado es una cosa muy seria. Es un castigo, un escarmiento, un aviso que no está dirigido solo a la joven condenada, sino que está dotado de una profunda carga simbólica. Una sentencia así ha sido posible merced a una ley pensada por el Partido Popular para cercenar la libertad de expresión, para meter miedo. Como Cassandra solo ha sido condenada a un año de cárcel, no tendrá que ingresar en prisión, pero deberá tener mucho cuidado para no ser reincidente, porque si se le ocurre “molestar” otra vez en las redes y vuelve a ser encausada entonces sí, entonces puede ir a la cárcel si vuelve a ser condenada.

Como si se tratara del túnel del tiempo, me viene al recuerdo la asfixiante atmósfera que se vivía en España el año en que mataron a John Lennon, cuando mis compañeros José Luis Morales, Xavier Vinader y tantos otros eran juzgados por los reportajes que publicaban y hasta a mí me sentaban en el banquillo por ser director de paja de una revista de tías en pelotas. Al menos entonces existía la esperanza de que la Transición acabaría con aquello, que enseguida modificarían las leyes, aunque algún que otro susto nos llevamos antes que las cambiaran. Pero ahora, en 2017, ¿qué leyes van a cambiar, si es precisamente el gobierno que está en el poder quien las ha promulgado?

La condena a Cassandra es un pésimo síntoma, cualquier cosa menos una broma. Que un fotógrafo o un cámara de televisión salgan a trabajar temiendo ser castigados por las imágenes que puedan llegar a tomar, que los dibujantes y los escritores necesiten andarse con cuidado a la hora de publicar sus trabajos, es la peor de las noticias posible para las libertades.

No se puede consentir. No se puede ceder ni un milímetro de ese espacio. Hay que insistir una y mil veces, aunque cada día te intenten borrar lo que escribes, lo que dibujas, las fotos que haces o las imágenes que tomas. Da igual. Como en el barrio Malá Strana de Praga, cada mañana las frases y las ìntadas deben aparecer de nuevo en el muro de John Lennon. Aunque las vuelvan a tapar por las tardes con pintura blanca. Siempre llega el día en el que al poderoso no le queda más remedio que marcharse.

J.T.

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