Aplaudo la decisión de la dirección del diario Público. Recurrir a las asociaciones de la prensa para que te amparen no sólo es perder el tiempo, sino correr el riesgo de llevarte un enorme disgusto. El periodismo es un oficio insolidario. Existe, eso sí, y no siempre, una cierta complicidad con el compañero de la mesa de al lado, o con aquellos con quienes coincides a diario en las coberturas callejeras. Pero hasta ahí. Todo lo demás es indefensión.
No defiendo el sectarismo que practican algunos colegios profesionales, y menos la impunidad con la que en ciertos casos llegan a blindar a sus asociados, pero cuando un arquitecto, un abogado o un médico tienen problemas, por lo general cuentan con un sólido colegio profesional detrás que les apoya y defiende. De las Ascociaciones de la Prensa no puede decirse lo mismo. Si el periodismo necesita reinventarse, las asociaciones de periodistas lo precisan mucho más.
Como en tantas otras instituciones del país, en las Asociaciones de la Prensa, la dejadez, las dichosas inercias y la existencia de oscuros intereses con los que no se pudo, o no se quiso, acabar en su momento, mantuvieron para sus directivos durante décadas costumbres y prebendas heredadas del franquismo ¿El precio? La docilidad. Tardaron demasiado tiempo en entender las Asociaciones, algunas todavía no lo han entendido, que su verdadera función, la razón de su existencia, es defender a los profesionales. De lo contrario, más vale que desaparezcan.
La APM continúa sin entenderlo. Nunca se me ocurrió recurrir a ella cuando tuve problemas con la justicia a lo largo de mi vida profesional, y eso que hubo momentos en que llegué a sumar más de cien expedientes judiciales abiertos, principalmente en juzgados de Barcelona, pero también en la Audiencia Nacional. Siempre tuve claro que, a pesar de estar asociado y pagar religiosamente mi cuota trimestral, nunca se preocuparían por mis problemas. Era algo que podía entenderse apenas pisabas sus alcanforadas dependencias.
Continúan siendo acólitos del poder como en tiempos del abuelo de Aznar o de aquel fascista llamado Juan Aparicio (que no se me enfaden las excepciones, pero esas excepciones saben perfectamente que lo son, y desde aquí mi reconocimiento una vez más a su lucha, casi siempre estéril).
Claro que, incluso a la hora de relacionarse con el poder, también parecen usar diferentes varas de medir. Cuando a Manuela Carmena se le ocurrió poner en marcha una web para informar sobre asuntos del ayuntamiento de Madrid, faltó tiempo para que la APM y la Federación de Asciaciones de la Prensa (FAPE) elaborasen un comunicado haciendo pública su más enérgica protesta.
Algún despistado puede argumentar que acaban de amparar a varios profesionales que se quejaban de ser presionados por personas afines a Podemos, pero ese despistado me va a permitir que me desahogue dedicándole una sonora carcajada.
Me cuesta aceptar que al frente de la Asociación de la Prensa de Madrid se encuentre una persona como Victoria Prego, a quien en otro tiempo tanto admiré. Me cuesta entender el papel que desempeñan en la junta directiva respetados amigos y compañeros como Jesús Maraña o Antonio San José. No sé si en sus manos estará hacer algo contra las presiones a las que está siendo sometido el diario Público desde que comenzó a sacar a la luz los trapos sucios de las cloacas del ministerio del Interior. Pero cuando, sin orden judicial, la policía se presentó un día de fiesta en la redacción exigiendo las grabaciones publicadas por Patricia López y Carlos Enrique Bayo, el periódico no obtuvo ningún amparo por parte ni de la APM, ni tampoco de la FAPE.
Por eso entiendo a Ana Pardo de Vera, cuando a las preguntas este martes de Fernando Berlín sobre su intención de pedir amparo a la asociación, tras haber denunciado en el periódico amenazas directas a miembros de su redacción, responde que no. Toda mi solidaridad, directora. Para ti, para Patricia y para Carlos Enrique.
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