Toda prohibición suele provocar el efecto contrario al que se busca, porque denota impotencia para combatir la monstruosidad desde sus raíces. Por mucha autoridad moral con la que se cuente para hacerlo, prohibir es prohibir, y eso iguala a los demócratas con los intolerantes.
Cuando apuesta por la prohibición, el tolerante pierde la partida frente a los intolerantes. La libertad de expresión es incómoda en ocasiones, pero ceder a la tentación de limitarla acaba siendo a la larga mucho más peligroso. Toda prohibición, por aparentemente justificada que pueda estar, genera un peligroso precedente. ¿Dónde pones los límites? ¿Hasta dónde sí y a partir de dónde no?
La prohibición dota de autoridad moral a los amantes de todo tipo de prohibiciones y les proporciona impagables coartadas para cuando tienen oportunidad de hacer de las suyas. Es ponerle en bandeja a los enemigos de la libertad argumentos que legitiman su manera de ir por la vida. Es ponerse a su altura. Con prohibir ocurre como con el comer y el rascar, que todo es empezar.
Los demócratas no prohíben, convencen. Agotan todas las posibilidades a su alcance antes de recurrir a soluciones drásticas. ¿Se han agotado en el caso del autobús naranja de Hazte Oír o, sencillamente, se ha optado por el camino más fácil y rápido inmovilizando el dichoso vehículo?
¿Dónde queda aquella frase atribuida falsamente a Voltaire: “no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo? ¿NO habíamos quedado en que el mayor desprecio es no hacer aprecio?
Yo creo que nos hemos vuelto un poco locos con este asunto y que, como ha escrito mi compañero David Torres, la prohibición de circular con su autobús color butano a estos peligrosos ultras les ha brindado una publicidad que jamás hubieran imaginado. Pagarla sí que hubieran podido, como ha documentado en Público mi compañero Danilo Albin.
En asuntos así, como en tantos otros, ayuda bastante recurrir al sentido del humor, como es el caso de Wyoming y de las inspiradas y mordaces parodias que circulan por las redes. El rechazo de la sociedad y de las instituciones democráticas tenía que ser suficiente. Y, por supuesto, la revocación de cualquier tipo de ayuda pública.
Lo único que sí creo que es de juzgado de guardia es el color butano del autobús de esta asociación declarada en su día “de utilidad pública”. Por eso, por tener tan mal gusto, por eso sí lo hubiera prohibido yo. A lo mejor el ayuntamiento de Madrid lo hizo, quién sabe.
J.T.
Cuando apuesta por la prohibición, el tolerante pierde la partida frente a los intolerantes. La libertad de expresión es incómoda en ocasiones, pero ceder a la tentación de limitarla acaba siendo a la larga mucho más peligroso. Toda prohibición, por aparentemente justificada que pueda estar, genera un peligroso precedente. ¿Dónde pones los límites? ¿Hasta dónde sí y a partir de dónde no?
La prohibición dota de autoridad moral a los amantes de todo tipo de prohibiciones y les proporciona impagables coartadas para cuando tienen oportunidad de hacer de las suyas. Es ponerle en bandeja a los enemigos de la libertad argumentos que legitiman su manera de ir por la vida. Es ponerse a su altura. Con prohibir ocurre como con el comer y el rascar, que todo es empezar.
Los demócratas no prohíben, convencen. Agotan todas las posibilidades a su alcance antes de recurrir a soluciones drásticas. ¿Se han agotado en el caso del autobús naranja de Hazte Oír o, sencillamente, se ha optado por el camino más fácil y rápido inmovilizando el dichoso vehículo?
¿Dónde queda aquella frase atribuida falsamente a Voltaire: “no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo? ¿NO habíamos quedado en que el mayor desprecio es no hacer aprecio?
Yo creo que nos hemos vuelto un poco locos con este asunto y que, como ha escrito mi compañero David Torres, la prohibición de circular con su autobús color butano a estos peligrosos ultras les ha brindado una publicidad que jamás hubieran imaginado. Pagarla sí que hubieran podido, como ha documentado en Público mi compañero Danilo Albin.
En asuntos así, como en tantos otros, ayuda bastante recurrir al sentido del humor, como es el caso de Wyoming y de las inspiradas y mordaces parodias que circulan por las redes. El rechazo de la sociedad y de las instituciones democráticas tenía que ser suficiente. Y, por supuesto, la revocación de cualquier tipo de ayuda pública.
Lo único que sí creo que es de juzgado de guardia es el color butano del autobús de esta asociación declarada en su día “de utilidad pública”. Por eso, por tener tan mal gusto, por eso sí lo hubiera prohibido yo. A lo mejor el ayuntamiento de Madrid lo hizo, quién sabe.
J.T.
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