viernes, 19 de febrero de 2016

A la caza del titiritero, el actor, el humorista, el concejal...

La imaginación y la osadía siempre fueron sospechosas. Como la inteligencia o el sentido del humor.

Las derechas, cuando juegan a demócratas, parece como que toleraran estas cosas, pero cuando peligra su hegemonía se acaba la broma: sacan las garras sin disimulo alguno y fomentan la ceremonia de la confusión, de la que siempre suelen extraer suculentos réditos.

Así que ahí los tenemos, llevando a juicio a Rita Maestre, portavoz del Ayuntamiento de Madrid, por quedarse ligera de ropa en un acto de protesta estudiantil... en 2011; enfilando a Guillermo Zapata, concejal del ayuntamiento de Madrid, por tuits escritos hace más de cuatro años...

Ahí los tenemos, encarcelando inofensivos titiriteros y quitándoles el pasaporte y los muñecos por haber osado ser políticamente incorrectos, lo que sin duda contribuye a crear un clima de inseguridad en el mundo de la escena, de prevención, incluso de miedo...

Ahí tenemos la retirada, "por ajustes de programación", en el ayuntamiento de Cartaya (Huelva), de "La mirada del otro" una obra de teatro que es un canto a la reconciliación, el diálogo y el perdón: la historia de la hija de una víctima de ETA que acepta encontrarse con el asesino de su padre. Éste había condenado la violencia y roto con la banda y, con la ayuda de mediadores, decidió pedir perdón sin recibir por ello ningún tipo de beneficio penitenciario. Esto es lo que cuentan María San Miguel, Pablo Rodríguez y Ruth Cabeza en una sobrecogedora representación teatral que tendría que ver todo el mundo. Eso pensé yo cuando la presencié en Madrid, en el Teatro del Barrio, y me parece una tremenda injusticia privar a nadie, como se ha hecho en Cartaya, de la posibilidad de verla.

Cuando la derecha pierde poder, intenta acojonar. Y a fe que le están poniendo voluntad. No se puede caer en la trampa. Ni los ayuntamientos del cambio constituidos hace ocho meses, ni los actores, ni los titiriteros pueden perder esta batalla. Tampoco los humoristas, víctimas también estos días de susceptibilidades otrora impensables.

Un ejemplo: la asociación de empresarios náuticos estalló en cólera hace unos días contra el monologuista Dani Rovira porque, en uno de los gags empleados durante la gala de presentación de los premios Goya, osó decir que no le preocupa que suban el iva de los yates porque él no tiene yate. "No sabe usted las miles de personas que viven de la industria náutica" propagaron indignados con las redes sociales como altavoz.

Estamos perdiendo los papeles. ¿Acaso hemos olvidado que el humor es transgresión? ¿que el teatro, si no es libertad, no es teatro? ¿que sin el aire fresco de la provocación, la sociedad acaba enferma y el poder se relaja?

Un país que acogota a sus cómicos, judicializa protestas y tuits, y prohíbe espectáculos didácticos está pidiendo a gritos una respuesta contundente ya. La única solución es no dejarse avasallar. De lo contrario, cada día que pase, continuaremos desayunándonos con una nueva tropelía ¿Cuál será la próxima obra de teatro suspendida, el nuevo juicio, el nuevo encarcelamiento, la nueva protesta corporativa?

Ellos no van a parar. Así que si continúan, la responsabilidad acabará siendo de quien no apuesta por la firmeza a la hora de frenarlos. Con imaginación, osadía, inteligencia y sentido del humor, las cuatro cosas a las que más miedo le tienen.

J.T.

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