miércoles, 23 de julio de 2014

Cómo evitar morir de éxito


¿Qué pasaría si las próximas elecciones certificaran definitivamente el final del bipartidismo y el mapa político de nuestro país diera un vuelco espectacular? ¿Cuál sería la hoja de ruta y cómo se gestionaría? ¿Cómo evitar morir de éxito?  
                                                                                                
Escuchaba yo este lunes al colega Xavier Mas de Xaxás hablar sobre la situación en muchos países árabes y no pude evitar asociar ideas. Estábamos en Sant Cugat del Vallés, en los cursos de verano de la Universitat Internacional de la Pau, y el colega de La Vanguardia nos explicaba cómo, tras los tres años de tragedia que sufren ya en Siria, la solución menos mala para resolver el conflicto podría acabar siendo respaldar a Bashar al-Asad. Porque si consiguieran derrocarlo, no sabrían a quién poner en su lugar. No es que carezcan de plan B: es que ni siquiera tienen plan A.


Los Estados Unidos no van a plantearse ni en broma meter las narices en Siria tras los estrepitosos fracasos de Irak y Afganistán. Fueron dos grandes desastres, dos enormes ruinas, un formidable ridículo del país propietario del ejército mejor preparado del planeta y de sus socios. Intentan seguir partiendo el bacalao en el mundo mundial pero cada vez que montan un cirio, rematan peor la faena. Decenas de miles de muertos después, miles de millones de dólares más tarde, a esas tragedias evitables hay que sumarles su inutilidad. El plan A resultó ser un desastre y por lo que parece... tampoco existía plan B.

En Egipto, los Hermanos Musulmanes se apropiaron de la revolución en la que los movimientos ciudadanos estuvieron batiéndose el cobre durante meses de protestas en la plaza Tahrir, en El Cairo, porque a los activistas no se les había ocurrido organizarse para el día después de la victoria por la que luchaban. Así que cuando consiguieron la rendición de Mubarak, entre los islamistas y el ejército egipcio (mimado por los Estados Unidos) acabaron robándoles la cartera. Resultado: desastre total.

En Libia, desde que mataron a Gadafhi en el otoño de 2011, tampoco levantan cabeza. Ahora se matan los unos a los otros y el país vive en un auténtico caos. Casi tres años después de la desaparición del tirano, si alguna vez tuvieron plan A, éste acabó un buen día saltando por los aires. 

A quien le parezca desmesurado relacionar lo que sucede aquí con la situación en los países protagonistas de la Primavera Árabe, yo les recordaría que la indignación que acabó cristalizando en el movimiento 15-M vino precedida por los acontecimientos de Túnez, Egipto y Libia. Ellos han fracasado, sí, pero consiguieron acabar con tres dictaduras. Tenían claro lo que no querían y lucharon para acabar con ello. El problema apareció cuando llegó el momento de gestionar el éxito.

Desde la primavera de 2011, y a pesar del 15-M y sus secuelas, los gobiernos PSOE y PP han machacado a la ciudadanía española por activa, por pasiva y por reflexiva... hasta que al cabo de tres años la siembra de las protestas de entonces parece que comienza a dar sus frutos, como ha quedado acreditado tras los resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo.

Como sucedía en la Primavera Árabe, y como ocurre también en los movimientos ciudadanos de gran parte de Europa, tenemos muy claro qué es lo que no queremos. Tan claro que, de manera impecablemente democrática, hemos dejado al bipartidismo temblando tras conseguir que pierdan más del treinta por ciento de los votos. Ahora toca tener, igual de cristalino, todo lo que habrá que hacer cuando llegue el triunfo. Toca tener el plan A preparado. Y el B, y el C si es preciso. La hoja de ruta bien clarita y la manera de gestionarla, también. Todo menos acabar muriendo de éxito.

J.T.

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