lunes, 25 de marzo de 2013

La erótica del poder


El poder es más maña que fuerza. Por lo general el poderoso suele ser un personaje débil, escaso, escuchimizado, poca cosa en definitiva. Acomplejado, pero con una mala leche inversamente proporcional a su envergadura humana. El poderoso acaba siéndolo porque hubo un momento dado de su vida en que se las ingenió para hacerse temer. La conciencia de su insignificancia procuró suplirla usando armas y artimañas contundentes. 

Cuando consigue auparse al puente de mando, el poderoso suele haber dejado atrás un sobrecogedor reguero de cadáveres. Figurados, pero a veces reales. A los que acaban siendo "amados líderes" les pone mucho saberse amos y señores de los destinos de la gente, manejar a los súbditos a su antojo. Porque para ellos no son ciudadanos, trabajadores o empleados. Son súbditos, rebaño, kleenex de usar y tirar cuyas vidas y haciendas dependen de la capacidad que demuestren para rendirles pleitesía. 

El poderoso no es inmoral. No es inmoral porque es "amoral", es decir, carente por completo de moral alguna. Ni siente ni padece. Por supuesto posee características de sicópata: es simpático, hipócrita... e implacable. Seductor, buen conversador, encantador de serpientes que promete hasta que mete y una vez metido nada de lo prometido.

Quienes le rodean sobreviven porque aprenden a arrastrarse, a hacerle la pelota, a no llevar nunca la contraria al "amado líder". El que no lo hace así, va cayendo lentamente en desgracia hasta que se lo traga la tierra. A veces literalmente. Quienes componen el sanedrín de un poderoso demuestran su "inquebrantable" fidelidad comportándose con más crueldad y desprecio hacia los que tienen debajo que la que tendría el poderoso mismo.

El poderoso es cruel y le gusta. Y cuando es generoso, más vale que te des por jodido. Antes o después te reclamará el "favor". Pagarás tu precio. El poderoso es tramposo y disfruta siéndolo. Es cínico y lo saborea, se recrea en la suerte. Al poderoso le excita poderosamente el ejercicio del poder.

Por eso nunca se quiere ir. No es por dinero ni por vanidad, que también. Es porque cada mañana, cuando se levanta y se sabe con el destino de miles, millones de personas en sus manos, experimenta tanto o más placer que si estuviera echando el mayor y mejor polvo de su vida. Un orgasmo periódico, permanente, un placer que no le impide saber que, si algún día abandona el puesto su vida, su hacienda y todo lo que edificó sobre el miedo y la humillación de los demás correrá serio peligro.

J.T.