domingo, 17 de marzo de 2013

Caridad cristiana. Vuelve el espíritu de Alberto Oliveras y "Ustedes son formidables"

Cada viernes por la mañana, antes de irse a trabajar, mi padre preparaba unas cuantas monedas de perra gorda, alguna vez de dos reales, para los pobres que una vez a la semana tocaban el picaporte de la puerta de nuestra casa para recoger su limosna.

Éramos pobres como ratas, pero ellos eran más pobres todavía. Eran "nuestros pobres": La "Muda", cargada de hijos y de moratones cuyo autor, su marido, claro, tenía como única ocupación arrear los caballos del coche fúnebre cada vez que alguien del pueblo pasaba a mejor vida; el "Matamoros", un entrañable anciano, impedido, que debía su apodo a haber estado combatiendo en Marruecos...

Por la noche, década de los cincuenta, primeros sesenta, escuchábamos Radio Intercontinental, Pepe Iglesias "El Zorro", Matilde, Perico y Periquín... y en la Ser "Ustedes son formidables", un programa de incuestionable éxito cuya sintonía eran los primeros compases del cuarto movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak. Lo conducía un monstruo de la radio, Alberto Oliveras, tan eficaz en su trabajo como inconsecuente -al menos así me lo pareció a mi siempre- entre lo que predicaba y lo que practicaba. 

Oliveras vivía en París a todo lujo y cada semana se trasladaba a Madrid para conducir un programa de radio en el que ¡pedía limosna! 

Primero se presentaba el caso: alguien que necesitaba unas simples muletas para caminar, o dinero para ser operado de un tumor, o muebles por haber sido víctimas de una inundación... Se abrían los teléfonos y gente a la que en muchos casos le faltaba para cubrir sus necesidades más primarias se desprendía de unas cuantas pesetas entre lágrimas, emoción y aplausos, y se comprometía a ingresarlas en la cuenta de "Ustedes son formidables". Me cuentan que ya existe algún programa de televisión mañanero que funciona con esquema similar.

Caridad, beneficencia, compasión. Ese era el mundo que, desde hace ya un par de décadas largas, habíamos dejado atrás felizmente. Pero no, parece que volvemos: Caridad, no derechos. Limosnas, no posibilidades de tener trabajo. Favores, no conquistas sociales.

El programa de Alberto Oliveras resolvía problemas que tenía que resolver el Estado, pero el Estado estaba, como parece que vuelve a estar, más preocupado por blindar los privilegios de los poderosos que por ocuparse de los problemas de los más desfavorecidos. 

Los ricos, para sentirse verdaderamente ricos, tienen que tener "sus pobres" a los que graciosamente socorrer para así poder garantizarse que los tienen pillados por los huevos, serviles y agradecidos. 

Que el fantasma del programa de Alberto Oliveras vuelva a planear sobre nuestras cabezas -lo que significa que los pobres volveremos a ayudarnos los unos a los otros mientras los ricos nos sacan la sangre- es un trágico síntoma de que no sólo vamos para atrás como los cangrejos, sino de que quienes están a cargo del chiringuito no tienen ningún interés en que mejoren las cosas. 

J.T.

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