Decidieron levantarse en armas el mismo momento en que se conoció que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias habían llegado a un acuerdo para formar un Gobierno de coalición. Corría el martes 12 de noviembre de 2019 y hasta el 7 de enero del año siguiente, fecha en la que Sánchez fue investido presidente, no dejaron de intentar impedirlo por todos los medios.
Dado que el partido de Albert Rivera, tantas veces objeto de deseo por las mentes biempensantes, había fracasado estrepitosamente en las elecciones del 10 de noviembre, aquel mes de diciembre habían volado cuchillos, presiones y amenazas en todas direcciones, especialmente hacia Catalunya y el País Vasco, pero no consiguieron impedirlo. Finalmente, la votación salió adelante por mayoría simple (167 votos a favor, 165 en contra y las abstenciones de ERC y EH-Bildu).
El lunes 13, diecisiete ministros del PSOE y cinco de Unidas Podemos tomaron posesión de sus cargos y, desde los despachos acostumbrados a partir el bacalao en España durante decenios, salió la orden tajante: guerra a muerte a estos pazguatos por tierra, mar y aire, sin un momento de respiro, hay que echarlos de la Moncloa antes de que empiecen a tocarnos las narices. Dicho y hecho: sus incondicionales lacayos se remangaron y se dispusieron a hacer los deberes en el parlamento, en los periódicos, en la policía, la justicia, las teles, las radios, las redes sociales…
La pandemia vino a trastocar los primeros planes golpistas, pero no tardaron en recomponerse para convertir lo que tenía que haber sido una etapa de tregua frente a la incertidumbre sanitaria, el overbooking hospitalario y el escandaloso número de muertes, en uno de los períodos de mayor crispación en el parlamento cada vez que había que renovar el Estado de Alarma. Insultos e insolencias sin medida en unas sesiones quincenales cuya retransmisión televisiva nos ponía los pelos de punta mientras permanecíamos encerrados en nuestras casas sin saber por cuánto tiempo se alargaría aquella pesadilla.
Mientras el gobierno llegaba a acuerdos con sindicatos y patronal para poner en marcha medidas como ayudas a los ERTES que permitieran atenuar las consecuencias del confinamiento, Casado se iba a Bruselas a decir, más o menos resumido con brocha gorda, que los fondos con los que debíamos afrontar la crisis deberían llegar a nuestro país, sí, pero cuando él estuviera gobernando.
Al mismo tiempo, provectos intelectuales y políticos teóricamente retirados (González y Aznar incluidos) se dedicaban a echar leña al fuego insinuando la conveniencia de un gobierno de concentración (la resurrección del bipartidismo) para capear el temporal y, según ellos, “reconducir” una situación insostenible. Incluso llegó a circular el nombre de Margarita Robles como posible cabeza de un hipotético gobierno.
La Comunidad de Madrid, con su inefable presidenta al frente, se convirtió en ariete de oposición a cara de perro con las políticas sanitarias del Gobierno de coalición. Cada día había que montar un pollo, por lo menos: hoy con las mascarillas, mañana con los bares, pasado con la residencias… Las derechas copiaron el hosco estilo Trump y atiborraron las redes de fake news especialmente contra los ministros de Unidas Podemos en el Gobierno. Las cloacas multiplicaron su obsceno trabajo con esmero y dedicación consiguiendo llevar a los juzgados nimiedades y falsedades de las que periódicos, radios y televisiones, Televisión Española incluida, se hacían inmediatamente eco con puntual diligencia y apasionada entrega a la causa. Era el lawfare a la española en todo su apogeo.
Por si faltaba algo ahí estaba Catalunya, con unas elecciones que ponían en bandeja pervertir el ambiente desde Madrid lanzando torpedos políticos y mediáticos a diario contra el independentismo, los presos, Waterloo, los posibles indultos… Potenciaron el ideario fascista de la ultraderecha, y así fue como Vox consiguió meter una docena de diputados en el Parlament.
Pasaban los meses y el Gobierno de Sánchez no solo no caía, sino que por un lado llegaban las primeras vacunas y por otro se empezaban a cerrar importantes cantidades de dinero que empezarían a llegarnos a partir de mediados del 2021. Así que el PP no tardó en echarse atrás en pactos prácticamente cerrados para resolver los relevos en TVE, Consejo General del Poder Judicial, Tribunal de Cuentas o Defensor del Pueblo. Una vez asegurada su cuota de poder en TVE con la inclusión de tres representantes en el nuevo Consejo de Administración, se olvidó de todos los demás acuerdos y así seguimos hasta hoy.
Que, pese a tantos palos en las ruedas, chantajes, amenazas, portadas infectas y presiones de todo tipo, el Gobierno de coalición consiguiera aprobar los Presupuestos, es algo que los políticos de la derecha y la ultraderecha, tampoco los poderes que mandan sobre ellos, han acabado de asimilar. Que Iglesias decidiera abandonar primero el gobierno y luego la política no les valió para sentirse satisfechos. La hostilidad hacia Sánchez y su gobierno continúa, y mucho nos tememos que este otoño van a volver a la carga con renovada mala leche.
El precio de la luz puede que sea el pistoletazo de salida de la nueva estrategia, donde las eléctricas han decidido elevar el listón del hostigamiento. Ya que sus esbirros son unos “torpes” que no valen para a hacer el trabajo sucio, fuera máscaras, que para eso sus consejos de administración están bien nutridos de ilustres veteranos de la política; para eso les pagan viajes y prebendas a muchos cabezas visibles de los más importantes medios de comunicación… Empieza el momento de cobrarse favores y recordarle a quienes se creen que gobiernan que ganar elecciones en este país no es sinónimo de poder ejercer el poder.
Con el precio de la luz parecen haber dado por fin con un camino rentable para sus intereses. ¿Qué Gobierno de coalición es capaz de sobrevivir a una pandemia, a insultos, calumnias y mentiras sin parar durante año y medio ya? ¿Que aún resiste? Pues nada, habrá que cabrear un poco más al personal subiendo el recibo de la luz hasta que acaben estallando, se les termine la paciencia y no los voten nunca más.
J.T.
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