Ahora bien, ¿plantar cara es tener que aguantar sus desafíos en todos los foros, incluidas las tertulias televisivas? ¿Plantar cara es debatir con quien no cree en el debate, intentar dialogar con quien no cree en el diálogo, razonar con quien no solo no tienen ningún interés en ser razonable sino que sueña con anular nuestras libertades si consigue llegar al poder? ¿O no sería mejor a veces ignorar sus provocaciones?
Claro que así como no parece buena cosa ser tolerante con los intolerantes, tampoco lo es minimizar la capacidad de envenenar la convivencia de quienes han conseguido colocar en el parlamento de la nación nada menos que 52 representantes.
Leyendo “M, el hijo del siglo” (Alfaguara, febrero, 2020), la novela de 800 páginas en la que Antonio Scurati narra la génesis del fascismo en Italia y cómo consiguieron llegar al poder, se me ponen los pelos de punta al comprobar cuántas similitudes existen entre aquella descarada osadía de Mussolini y sus secuaces y la que hoy día esgrimen en España Abascal y los suyos; entre el enconamiento que los partidos democráticos italianos sostenían entre sí por aquel entonces y los impresentables espectáculos que una buena parte de nuestros representantes políticos nos brindan sobre todo en el Congreso cada vez que hay sesión parlamentaria.
Los fascistas allí quemaban los edificios donde se redactaba e imprimía algún que otro periódico y aquí, al menos de momento, no se ha llegado a tanto, entre otras cosas quizás porque la mayoría de la prensa escrita y digital no parece demasiado interesada en denunciar sus fechorías. Pero el tono pendenciero es el mismo y la actitud chulesca también.
La democracia para ellos es la palanca con la que aspiran a llegar a tener la capacidad de destruirla. Entre las razones por las que ha crecido y calado el mensaje antidemocrático de la ultraderecha se encuentra el mimo con que vienen tratándolos las televisiones generalistas, sobre todo la pública, en nombre de un poco entendible respeto a la representación que tienen en el Congreso. No, señor, eso jamás puede ser utilizado para difundir argumentos e ideas anticonstitucionales. Hay que evitarlo, hay que desenmascararlos sin descanso, hay, en definitiva, que plantarles cara sin bajar nunca la guardia.
En el Parlamento hacen uso de sus atribuciones para denostar cada semana al Gobierno de coalición obligando a sus miembros a responder preguntas que son verdaderos dislates. Desde el banco azul procuran contestar con mesura y contención, evitando caer en las provocaciones y dejando en evidencia la amoralidad de quienes solo creen en el “cuanto peor, mejor”. Pero ellos ya han lanzado su titular y los medios disponen así de su acostumbrada ración de carnaza.
La eficacia de ponerse a su altura cuando se debate con ellos es cuando menos dudosa, sobre todo en la televisión, a menos que se haga con contundencia. Si nos ponemos, pongámonos como hizo Jorge Javier Vázquez, por poco que nos guste el contenido de los programas que presenta. En uno de ellos no consintió que un invitado ultraderechista vilipendiara gratuitamente a Pablo Iglesias. “No te dejo hablar si vas a decir tonterías, se acabó, este es un programa de rojos y maricones, y el que no quiera que no lo vea”. Cortó por lo sano y dejó callado al ultra como apenas he visto hacer en ningún programa de debate donde el representante fascista de turno se dedica por sistema a gritar, insultar, interrumpir, y mentir. Como ha escrito Daniel Bernabé, "no se puede practicar esgrima con quien te tira arena a los ojos".
Es verdad que dado el ninguneo sistemático, cuando no los ataques, a los que se suele someter a Podemos en los medios, a sus representantes les conviene estar presentes en las pocas tertulias donde deciden contar con algún miembro de la formación morada. Todo un dilema porque al final cuesta no entrar en el juego, y bajar al fango es una trampa estéril cuando enfrente, en lugar de gente competente, te colocan a hooligans sin escrúpulos. Pero, como sostiene Juan Carlos Monedero, "cuando no estamos en esos debates, la connivencia entre la extrema derecha y las líneas editoriales de los programas de debate naturaliza sus barbaridades".
En resumen, que puede que a veces sea perder el tiempo pero hay que plantarles cara sin bajar la guardia jamás, sin entrar en su terreno de amoralidad y desprejuicio porque ahí tienen ellos las de ganar, como los malos de las películas, que cuando les estás venciendo limpiamente en la pelea, acaban sacando del tobillo un puñal escondido si comprueban que no pueden derrotarte de otra manera.
Por si nos faltaba algo en los tiempos que corren, ahí tenemos la moción de censura más o menos a la vuelta de la esquina. ¿Contestarán todos los partidos a las provocaciones de los ultras durante las sesiones parlamentarias de ese debate o habrá quienes, sencillamente, decidan ignorarlas?
J.T.
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