El 26 de junio del 2005, los obispos convocaron una manifestación en Madrid contra la legalización del matrimonio homosexual. Juan José Omella (Cretas, Teruel, 1948), por entonces obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, no fue porque se encontraba participando en una marcha contra la pobreza, según contó en su día Jesús Bastante. Pero al mismo tiempo, en una nota difundida por todas las iglesias de La Rioja, según refiere este martes en Público mi compañero Danilo Albín, el flamante presidente de la Conferencia Episcopal Española criticaba con dureza a quienes “no quieren admitir que el matrimonio es de uno con una y para siempre”.
Recuerda Juan G. Bedoya que en junio de 2017 en el Vaticano, apenas 24 horas antes de recibir del Papa Francisco la birreta cardenalicia, Omella advirtió que ya no iba a cambiar. “A los 71 años –dijo- el arbolito está hecho. Sigo llevando la cartera, salgo con la bolsa de plástico del Corte Inglés. No entiendo el cardenalato como un ascenso de categoría." Humilde sí, pero combativo también si tenemos en cuenta que en marzo de 2005, según la información de Albín, en sus cartas pastorales no faltaban las condenas al aborto y la eutanasia.
Este perfil no ha debido parecerle mal a Francisco, dado su interés en imponer el nombramiento del arzobispo de Barcelona como presidente de la Conferencia Episcopal Española para el próximo cuatrienio. Siete años le ha costado al Papa colocar como jefe de la Iglesia en nuestro país a alguien de su cuerda. De 87 obispos, 55 fueron disciplinados este martes y votaron a Omella siguiendo las directrices del Vaticano, aunque en tercera votación, eso sí, que siempre es bueno resistirse un poco.
En la Moncloa, y quizás también en la Generalitat, respiran aliviados porque por lo visto la opción Omella era la menos mala dado que la alternativa era el incombustible y controvertido Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, o alguien peor aún: Jesús Sanz Montes, obispo de Oviedo, que el pasado 8 de enero dio la bienvenida al Gobierno de coalición con esta lindeza en twitter: “La incertidumbre dibuja hoy el horizonte. Sabemos que tras las nubes y tormentas, el sol amanece devolviendo el color a cuanto la torpeza, la mentira y la vanidad nos había secuestrado. Pido a Dios que ese sol que nace de lo alto alumbre nuestro camino. Santina, sálvanos y salva España.” 29 de los 87 votos ha conseguido este aventajado discípulo del ultraconservador ya jubilado Antonio María Rouco Varela, el emérito cuya sombra continúa siendo aún larga en los cenáculos de poder de la Iglesia española.
El famoso y veterano padre Aradillas se ha apresurado a pedirle al recién elegido que resucite el espíritu conciliador entre la Iglesia y el Estado que caracterizó durante la Transición al cardenal Vicente Enrique y Tarancón, y el teólogo Juan José Tamayo ha recordado que Omella llegó a protagonizar en su día actuaciones polémicas en su diócesis. De hecho, aunque habla catalán y se lleva bien con Oriol Junqueras, con Carles Puigdemont y los suyos no parece que sea lo mismo. En octubre del 2017 no tuvo ningún éxito en sus intentos de mediación, y en el referéndum del 1-O se puso de perfil: un grupo católico llamado Cristians per la independència le exigió que cediese locales para votar y Omella guardó silencio pero contempló, también en silencio, cómo lo hacían muchos de sus párrocos.
Para el gobierno de Pedro Sánchez, en especial Carmen Calvo, encargada de las relaciones del gobierno de coalición con la Iglesia, parece claro que la elección de Juan José Omella, dentro de lo malo, es lo mejor que podía ocurrir. En los próximos dos años se jubilarán casi la mitad de los obispos actuales y habrá nombramientos nuevos. A ver entonces qué pasa, porque ahora en breve van a empezar a saltar chispas con los asuntos que Gobierno e Iglesia tienen pendientes de abordar:
1. Ley de eutanasia. El gobierno sacó adelante hace poco tramitarla por tercera vez con el apoyo de 201 diputados. En esta ocasión todo parece indicar que saldrá adelante.
2. Las inmatriculaciones. Otra patata caliente. Según el Colegio de Registradores, hay más de 30.000 fincas que la Iglesia inscribió a su nombre entre los años 1998 y 2015. Buen número de estos registros se realizaron de manera indebida y el gobierno se propone revertirlas.
3. La gestión de la educación concertada, algo que cambiará apenas se tramite en el Parlamento el proyecto de la nueva ley de Educación aprobado este mismo martes en el Consejo de Ministros y que quitará peso a la asignatura de Religión. Su oferta ya no será obligatoria en Primero y Segundo de bachillerato y las calificaciones no computarán para el acceso a la universidad o la obtención de becas.
4. El pago del Impuesto de Bienes Inmuebles en los espacios propiedad de la Iglesia que no son de culto, igual que sucede en Francia o Italia.
5. El cumplimiento en los centros religiosos de la ley de Memoria Histórica.
Aunque tiene fama de ser enérgico actuando, el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal también la tiene de ser dialogante. Es, aseguran quienes lo conocen, flexible en sus modales y partidario de implicarse en los conflictos con la intención de suavizarlos. Parece pues que la vía del diálogo Iglesia-Estado está abierta, contando como cuenta también, desde los tiempos en que fuera nombrado miembro de la Congregación para los Obispos (viajaba con mucha frecuencia al Vaticano) con la complicidad del equipo del papa Francisco, en especial la de Bernardito Auza, actual Nuncio del Vaticano en España.
A pesar de las reticencias de sectores independentistas en Catalunya, son mayoría los que piensan que Omella será una aliado en la Mesa de diálogo. “Nos necesitamos. Estamos dispuestos a colaborar siempre”, fueron las primeras palabras que pronunció al comparecer tras su nombramiento en una rueda de prensa donde midió cada frase y puso especial cuidado (en eso él y sus compañeros son verdaderos expertos) en no meterse en ningún charco. A ver qué pasa. Y a ver cómo lo cuenta 13TV.
J.T.
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