Feroces cuando consiguen el poder, resultan patéticos cuando no lo tienen. Por mucho que algunos partidos de la derecha les hayan otorgado cancha a cambio de poder gobernar, los fascistas a los que representan Abascal y compañía no van a conseguir encanallar el ambiente, y menos montando pollos como los de Ortega Smith, que cada vez que abre la boca deja más a la vista la escasa talla humana e intelectual que posee. Incapaz fue de mirar a los ojos este lunes a una víctima de violencia de género que le increpó ofendida por su grosera intervención en un acto institucional. Quedó así patente la ausencia de valentía y de vergüenza que tienen estos fachas cuando no los ampara un atril, una tribuna o una pistola.
Entre todo el ramillete de atentados a las libertades que despliegan en su ideario (xenofobia, machismo, frentismo…), los ultras españoles han priorizado beligerar en materia de género y a fe que le ponen empeño a crispar el ambiente y dejar amarga constancia de su peligrosa catadura. El debut tuvo lugar hace menos de un año en Andalucía, donde sus socios se vieron obligados a comulgar con ruedas de molino para poder sacar adelante los presupuestos, socios a los que también les toca tragar en Murcia, Comunidad de Madrid y ayuntamiento de la capital cada vez que necesitan aprobar por mayoría cualquier iniciativa importante, y más si tiene que ver con la justicia social.
Tanto en el PP como en lo que queda de Ciudadanos saben que vivirán una legislatura con el aliento de los ultras en la nuca. En el Partido Popular hacen cálculos: hay quienes creen que ya están recuperando votos que un día se fueron con los naranjas, y que algo similar acabará sucediendo también con los de muchos que ahora se han marchado a Vox. Suponen que los cabreados de derechas que de momento les han dado la espalda, pronto se darán cuenta que han apostado por unos frikis que solo venden lugares comunes envueltos en himnos, banderas y mal rollo, consignas torticeras con las que embaucar a gente joven que decide votarlos para epatar o porque en sus ambientes se ha puesto de moda hacerlo.
Días antes de las elecciones unos amigos y yo tomamos en Madrid un taxi cuyo conductor nos contó que votaba socialista, pero su mujer no, y eso le tenía preocupado. ¿Qué me aconsejarían ustedes que le dijera para convencerla de que no vote a Vox?, nos preguntó. Dígale que se lea el programa, le respondimos. Es que no sabe leer, contestó. En mi tierra, la provincia de Almería, uno de los graneros de Vox, algunas de las razones por las que ciertos paisanos apuestan por los fascistas son de lo más peregrino: viven en esa perpetua contradicción que consiste en depender de los inmigrantes para prosperar en la vida, y al mismo tiempo aplaudir que Vox quiera acabar con los extranjeros mandándolos de vuelta a sus países de origen ¿Alguien puede entender esta esquizofrenia?
La derecha no tendrá más votos de los que suma el llamado trifachito, y los populares saben que solo volviéndolos a reunir todos en una sola candidatura podrían volver a ganar. Tendrán que desmarcarse de las tremendas propuestas anti derechos humanos de las huestes de Abascal si quieren recuperar votantes; dejarlos solos con sus nostalgias y sus provocaciones, y asumir que el cordón sanitario a los fascistas, limitando su capacidad de torpedear la acción legislativa como sucede en otros países de Europa, se hace imprescindible si se quiere salvaguardar la democracia.
Para empezar, el infame raca-raca con la violencia de género hay que pararlo ya. Se están pasando muchos pueblos los ultras con este asunto y a todos los demás partidos, por muy socios de gobierno suyos que algunos de ellos sean en Comunidades y Ayuntamientos, les corresponde desmarcarse cuanto antes. Soflamas como la de Ortega Smith este lunes en el acto institucional del Día contra la Violencia de Género en Madrid no se pueden tolerar más. Espero que los populares no tengan que acabar arrepintiéndose de no apostar ahora por el cordón sanitario impidiendo que Vox ocupe sillón alguno en la mesa del Congreso. Stop ya!
J.T.
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