Tras las vomitivas declaraciones del ultraderechista Ortega Smith intentando lanzar estiércol sobre la memoria de las trece rosas, y la interrupción en Valencia de la película de Amenábar más reciente, quizás no esté de más, cuando nos encontramos a 35 días de elecciones generales, realizar unas cuantas reflexiones, obvias, por otra parte, pero de esas que más vale repetir mil veces antes que correr el riesgo de que alguien acabe olvidándolas:
El fascismo es frentista por definición. Mentiroso, racista, xenófobo, clasista, rechaza a las minorías, a los pobres, a la izquierda, a la democracia, humilla y desprecia a las mujeres… Busca el exterminio de quienes no piensan como ellos y aprovecha las plataformas que le ofrece el sistema democrático para sembrar el odio. Tribunas estas que, si ellos estuvieran en el poder, jamás permitirían utilizar a quienes osaran discrepar de sus planteamientos.
Odian al diferente por miedo porque, como cobardes, no son nadie sin una pistola en las manos. Se aprovechan de la frustración social, buscan su clientela entre las clases medias golpeadas por la crisis económica, la mentira es su bandera, son chulos, prepotentes, amantes de las consignas que remueven las tripas de una parte de la ciudadanía cabreada, esa que acaba votándolos sin tener en cuenta (aunque lo intuyan) que si la ultraderecha consigue el poder, sus primeras víctimas serán precisamente quienes los votaron.
Los fascistas se resisten al progreso y se aferran a las tradiciones, ven complots por todas partes, viven en la conspiración permanente y andan buscando culpables que les sirvan para crecer. Salivan con los desfiles militares, desprecian la homosexualidad (de puertas para fuera, como es obvio), se declaran enemigos rotundos del derecho al aborto y se divierten reprimiendo el libre ejercicio de la sexualidad… de los demás. Sus tres principales patas son la religión, los militares y la explotación de los más desfavorecidos.
Como escribió Umberto Eco, el fascismo no deja nunca de merodear a nuestro alrededor, “a veces con traje de civil. Sería muy cómodo, sostenía el intelectual italiano, que alguien se asomara a la escena del mundo y dijese: « ¡Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!» Por desgracia, la vida no es tan fácil. El fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada parte del mundo”.
“Si la democracia americana deja de progresar como una fuerza viva, si no mejora día y noche la libertad de nuestros ciudadanos, avisó Roosevelt en 1938, la fuerza del fascismo crecerá. Libertad y liberación son tareas que no acaban nunca. «No olvidemos», este ha de ser nuestro lema”. Pues parece que han olvidado. Ahí tienen a Trump, y en Filipinas a Duterte, y en Brasil a Bolsonaro, y en nuestro país a Ortega Smith y compañía soltando monstruosidades de tele en tele sin que nadie les pare los pies.
¿De verdad hay que dar cancha a los fascistas en los medios de comunicación como si se tratara de un partido político más? ¡Menudo debate! Que quienes no creen en la democracia usen sus mecanismos plurales de funcionamiento para conquistar el poder y luego eliminarlos, no puede ser el camino. Algo estamos haciendo mal. Algo se está yendo de las manos cuando, como recuerda Juan Carlos Monedero, acosado por cierto por la ultraderecha en su propio despacho de la universidad, “Ecuador anda incendiado, Perú con dos presidentes, Macri en el basurero de la historia argentina, Duque en Colombia presidiendo asesinatos, Piñera condenando a Chile a la oscuridad y Bolsonaro aterrando Brasil.”
Y a la cabeza de todos ellos, papá Trump escandalizándonos a diario vía twitter mientras el mundo entero se despierta cada mañana preguntándose hasta dónde será capaz de llegar este “insensato sin escrúpulos”. ¡Ay, si Roosevelt levantara la cabeza! La verdad es que al lado de Trump, Ortega Smith y compañía son unos aprendices. Pero aún así, más vale que no nos despistemos mucho.
J.T.
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