En la extraña relación que Pedro Sánchez parece mantener con los aparatos telefónicos, resulta preocupante que confunda lo personal con lo institucional. A Pablo Iglesias lo tuvo en ascuas todo el verano, pendiente este de citas para buscar acuerdos que nunca se produjeron. Ahora es el turno de Quim Torra, cuyas llamadas rechaza una y otra vez. ¡Un presidente de gobierno negándose a hablar con el de una autonomía!
Sánchez es el inquilino de la Moncloa que menos tiempo ha tardado en caer preso del síndrome de aislamiento que la ocupación de esas dependencias parece conllevar sin remedio. No solo transmite la impresión de haber perdido la noción de lo que realmente está pasando en la calle, sino que su reclusión llega hasta el extremo de evitar comunicarse por teléfono con quien en ningún momento debería renunciar a hacerlo.
Olvidar las obligaciones institucionales, confundir ese papel con el del estado de ánimo personal, es una actitud irresponsable que invita a pensar que el candidato socialista ha perdido definitivamente la perspectiva. Mientras Torra sea el legítimo presidente de la Generalitat, la obligación del presidente del gobierno es atender la llamada del máximo representante del Estado en Catalunya, por muy censurable que pueda parecerle el comportamiento que éste ha mantenido durante los disturbios que en las calles de su demarcación territorial han tenido lugar durante los últimos días.
Cuando están sucediendo cosas tan graves, no contribuye en absoluto a serenar el ambiente el comportamiento infantil del presidente en funciones, más propio de la rabieta en un patio de colegio que de quien está obligado a rebajar cuanto antes el clima de crispación que desde el lunes 14 sufre la ciudadanía española en su conjunto. Por si la afrenta a Torra fuera poca, Sánchez remató la faena ignorándolo durante su visita este lunes a Barcelona, y acudiendo solo a la sede de la policía y al hospital donde se recuperan los antidisturbios heridos en los enfrentamientos callejeros. ¿Cómo habrá interpretado el presidente del gobierno que la dirección del centro sanitario no le recibiera, o que una parte del personal le manifestara el malestar que les producía su presencia allí? ¿Habrá entendido que lo que está ocurriendo en Catalunya tiene mucha más importancia de lo que él cree?
Si a los impulsores del procés, como ha reconocido recientemente Carme Forcadell, les faltó empatía para con esa mitad larga de catalanes que no está por la independencia, parece que a Sánchez y a sus consejeros aúlicos les faltan a su vez muchas horas de pisar suelo catalán, de escuchar bastante y hablar poco, para obtener así conclusiones que la reclusión en la Moncloa no pone fáciles. No parece que el punto de vista de Iceta y los responsables del PSC esté consiguiendo tener el peso adecuado en las reflexiones de Sánchez, porque si este escuchara en serio a sus propios compañeros de partido en Catalunya, quizás no mantendría un comportamiento como el que le lleva a negarse a conversar con el presidente catalán. Tiene la obligación de hacerlo por mucho que le moleste y sería bueno que lo entendiera cuanto antes. A partir de ahí que discuta, discrepe y se pelee todo lo que quiera, pero que se ponga al teléfono.
Lo contrario se llama intransigencia, y ese tipo de comportamientos hay que dejarlos para la derecha; el responsable de un partido presuntamente de izquierdas no puede cerrar nunca puertas, hacerlo solo posterga la solución y engorda el problema: pan para hoy y hambre para mañana.
No se puede copiar a Rajoy, el rey del tancredismo, apostando como él por dejar pasar el tiempo, aún a sabiendas de que lo más probable sea que eso empeore las cosas. Procastinar solo es propio de irresponsables. Las rabietas no pueden encontrar espacio en momentos donde nos jugamos tanto, donde están tan cerca unas elecciones que piden a gritos bajar el balón al suelo cuanto antes. ¡Pedro, levanta el teléfono, collons!
J.T.
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