viernes, 26 de octubre de 2018

Artículos de Carlos Santos y Juan Carlos Laviana donde hablan de mi libro


Aquí seguimos, para contarlo

CARLOS SANTOS 17.10.2018

Acabo de terminar un libro muy recomendable que lleva la palabra 'periodistas' en el título (lo firma Juan Tortosa, cuarenta años de oficio y autocrítica) y este miércoles hincaré el diente a otro, en el que participo, que también lleva esa palabra en la cubierta: lo publica Fernando Jáuregui con ciento cincuenta colegas que empezamos a trabajar cuando la democracia estaba en construcción y, como dice el subtítulo, "estábamos allí para contarlo". Por la parte que me toca, estoy contándolo a diario desde octubre de 1978, cuando escribí mi primera crónica para Mundo Diario, en el congreso fundacional de UCD; antes había pasado por las redacciones de El Imparcial, La Voz de Almería, El Ideal y RNE. Los libros de Jáuregui y Tortosa tienen una cosa en común: en este oficio, entroncado con elementos esenciales de nuestro sistema de convivencia, toca hacer un alto en el camino y pensar en voz alta: ¿de dónde venimos, qué pintamos, a dónde vamos?

ace unos días nos hicimos esas preguntas en un foro de la Complutense, dirigido por Antonio Rubio. La respuesta es inquietante: es obvio que los periodistas españoles hemos vivido tiempos mejores, lo que permite colegir que el derecho a la información no está viviendo su mejor momento. PUBLICIDAD inRead invented by Teads La sumisión del sector al poder político y económico, la aprobación de leyes regresivas y la lumpenización (hace tiempo dejó de ser simple proletarización) de un oficio donde incluso a los más afortunados nos llevan a las tertulias como los capataces a los braceros ("tú y tú, a la furgoneta") son síntomas de una enfermedad del sistema cuyas víctimas no somos solo nosotros sino todos los demás, los ciudadanos. Por nuestra parte, aquí seguimos. Para contarlo. (Publicado en 20 minutos)

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Memoria de periodista 

Juan Carlos Laviana

Publicado: 26/10/2018

Abundan mucho, muchísimo, las memorias de los periodistas. Como si en este oficio tuviéramos muchas más cosas que contar, aparte de las que ya contamos todos los días. Como si en esta profesión hubiéramos dejado de contar muchas cosas en su momento. Como si hubiéramos guardado los secretos -y esto sería gravísimo- para la venganza final que tantas veces es la autobiografía. La leyenda dice que somos testigos de la historia, lo que nos proporciona sabrosa información para los anales. Pero es sólo leyenda.

La mayor parte de las veces, los periodistas dedican su alegato final a un nostálgico ejercicio de justificación y complacencia son sus carreras, y, de paso, saldar cuentas pendientes con quienes no se lo pusieron fácil en su vida profesional. Dos periodistas españoles acaban de publicar sus memorias. Juan Tortosa, destacado miembro del clan almeriense, trabajó al menos bajo una docena de cabeceras, lo que hace sus recuerdos especialmente interesantes, ya que dan una visión muy amplia de la historia del periodismo español. La narración abarca desde los 70 -donde fue testaferro de las primeras revistas eróticas del Grupo Z- hasta el presente, con su contribución al digital de izquierdas Público, una de las escisiones del diario en papel de Jaume Roures. Tortosa ha titulado su libro Periodistas. El arte de molestar al poder (Roca Editorial), dando ya fe desde el principio de su carácter contestatario.

Por su parte, el histórico, aunque presente, Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) ha llevado a las librerías En silla de pista. El retrato de una vida interrogando la actualidad (Planeta). El título ya da idea de la gran peculiaridad de Aguilar -desde el dinamitado diario Madrid hasta su proyecto más personal, Ahora-, al ser uno de los pocos que siempre han ocupado una localidad preferente para ejercer su profesión. Estuvo en El Pardo de la luz encendida, en la agonía de La Paz, en El Aaiún de la Marcha Verde, en el Congreso el 23-F y en el juicio posterior apoyando a su íntimo enemigo. Pero lo mejor de Aguilar es sin duda su retranca, un desconcertante sentido del humor que crea adicción. Tortosa y Aguilar rinden homenaje -¿inevitable?- a aquella prensa que se fue para no volver, se sorprenden ante estas redacciones asépticas convertidas en oficinas silenciosas y sin humos.

El primero evoca aquellas reuniones de madrugada con copas tras el cierre, en las que tanto se aprendía y se enseñaba. El segundo defiende cómo el alcohol, con frecuencia, ayudaba a ser mejores periodistas. Hoy suena a herejía de la corrección imperante, pero entonces -doy fe- era tal cual y funcionaba. Resulta curiosa la coincidencia en la evocación del alcohol -muestra de que fue importante- con otras memorias, las de Les Hinton, mano derecha del magnate Rupert Murcoch. "Había muchos borrachos entre nosotros", recuerda, "y algunos genios. A veces ambas cualidades estaban presentes en una sola persona". Y lo precisa con datos fidedignos: "Ningún periodista de Fleet Street -la calle donde históricamente se concentraba la prensa en Londres- trabajaba a más de 50 metros de un pub". El maestro Juan Antonio Giner -uno de los gurús del "periodismo caviar"- ha tenido la gentileza de resumir las memorias de Hinton en un hilo de Twitter. En la cadena, queda de manifiesto cómo los anglosajones parecen más descarnados a la hora de rendir cuentas. Baste como muestra la forma en que el ejecutivo y periodista describe al director de The Sun: "Es un hombre muy brillante..., pero el problema es que sus pelotas son más grandes que sus neuronas".

Para alcanzar esa sinceridad tan cruda, en España hemos de seguir esperando a unas memorias a tumba abierta de verdad. ¿Serán las de Luis María Anson tan reclamadas por Arcadi Espada? ¿O tal vez las del indómito Pedro J. Ramírez? Perdida la oportunidad con Juan Luis Cebrián con su amable Primera página: Vida de un periodista (Debate), ya no quedan muchas oportunidades para conocer la historia jamás contada de la prensa en España entre la dictadura y la democracia. Debemos tener en cuenta, como solía repetir García Márquez, que la ironía de las memorias es que uno las escribe cuando ya no se acuerda de nada.

(Publicado en Prensa Ibérica)


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