lunes, 23 de noviembre de 2015

En manos de Catar

¡Ay, aquellos tiempos en que la única colonización que sufrían los medios de comunicación era la publicidad! Aquellos tiempos en que existía una dirección periodística y una dirección comercial perfectamente diferenciadas en cada medio, aquellos tiempos  en que las marcas se peleaban por anunciarse en tu periódico o en tu radio cuando descubrían que en los quioscos se agotaban los ejemplares y los taxistas circulaban con tu emisora sintonizada. Aquellos tiempos en que, si lo que contabas tenía interés, te sobraban los anunciantes y hasta podías permitirte el lujo de rechazar un producto o una promoción que no fuera de tu agrado.
Todo esto se ha ido a hacer puñetas por varias razones, entre las que se encuentran las enormes deudas de la mayor parte de los medios de comunicación, la entrega de pies y manos a las instituciones en agradecimiento a esas imprescindibles limosnas llamadas subvenciones, y la atomización de la oferta desde la llegada de la era digital.
Ahora ya no estamos colonizados por la publicidad, sino por bancos y entidades tipo Telefónica desde que estas grandes empresas descubrieron que sentarse en los consejos de administración de los medios era tan buena inversión para ellos como pésimo augurio para quienes aspiramos a continuar contando historias en libertad. Hace tiempo ya que dejaron de ser nuestros clientes para pasar a ser nuestros amos.
El reto del periodismo es encontrar la manera de contrapesar esto porque evitarlo, la verdad, parece que está difícil. El consumidor de información nos cree cada vez menos y para recuperar su confianza hay que transpirar honestidad, contar historias que busquen su complicidad, que el lector, o el oyente, perciba que escribimos y hablamos pensando en él y no en nuestro jefe inmediato ni en quien le suelta la pasta a esos ejecutivos que gestionan periódicos, radios o televisiones como quien tiene una charcutería. Ejecutivos que no tienen reparo alguno en admitir que su objetivo es vender publicidad rellenada con programación basura y que, de buena gana, se cargarían los informativos. La falta de reflejos, o el desinterés, de las televisiones la noche de los atentados de París fue una verdadera vergüenza. 
Hasta ahora han sido los bancos, pero pronto será el emirato de Catar directamente, habida cuenta que acaudalados jerifaltes de este país han tomado ya posiciones en el Santander, Iberdrola o El Corte Inglés adquiriendo importantes paquetes de acciones de estas empresas. Ahora se proponen subir un peldaño más y rematar la faena comprando directamente acciones de Prisa, la empresa editora del diario El País. Las suficientes para que el mismísimo emir adquiera, con un generoso descuento, el derecho a ocupar dos sillones en el consejo de administración que mangonea Juan Luis Cebrián.El periodismo necesita ser incómodo con el poder de todos los colores. Los medios no pueden derivar, como vienen haciéndolo en España de manera cada vez más vergonzosa, en edecanes del mandamás de turno. No se puede consentir lo que han hecho Soraya, o Susana, o Artur por poner solo tres ejemplos de responsables de instituciones que han prostituido hasta la indecencia la televisión pública y repartido generosas prebendas a los medios privados que les son afines. No puede ser que los bancos quiten y pongan directores para complacer al poder y obtener así su benevolencia.
¿Quedará abierta alguna vía de escape para todo esto? El periodista no puede, ni debe, escribir con miedo. No puede acordarse de sus deudas y de su familia cada vez que abre el ordenador o la boca por temor a que le ocurra como a Miguel Ángel Aguilar, fulminantemente despedido hace unos días de El País tras declarar en el New York Times que “trabajar en ese periódico era el sueño de cualquier periodista en España, y ahora hay gente que se va incluso con la sensación de que la situación ha alcanzado niveles de censura”.
Brindo, ingenuo de mí, porque entre todos consigamos encontrar la manera de contar historias en libertad y poder así continuar mirándonos en el espejo sin que se nos caiga la cara de vergüenza.
J.T.
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Este artículo ha sido publicado este 22 de noviembre en el primer número de "Confidencial Andaluz".

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