sábado, 7 de septiembre de 2013

El juramento de Susana Díaz


Yo no sé si el militar israelí Moshe Dayan, con aquel terrorífico parche en el ojo izquierdo, ponderaba con los suyos que su jefa, Golda Meir, fuera mujer. Por cierto, de armas tomar y nunca mejor dicho.

Yo no sé si en la Cámara de los Comunes o en el Partido Conservador británico enaltecían el hecho de tener una jefa como Margaret Thatcher , que además era capaz de dejar morir de hambre a miembros del IRA, acabar con cuatro activistas en Gibraltar o liquidar el asunto de las Malvinas como lo hizo. 

No sé entonces por qué hay que echar tanto las campanas al vuelo porque Susana Díaz haya llegado a la cúspide del poder en la Junta de Andalucía. Que una mujer llegue al poder no tendría que tener más relevancia de la que tiene que llegue un hombre. Hasta ahora, la circunstancia de que Susana Díaz sea mujer no dota al hecho de ningún valor añadido. 

Como todo el que se estrena en un cargo Susana Díaz es un enigma, un melón si abrir, un regalo si se quiere pero sin desenvolver. He escuchado a históricas del Psoe como Carmen Romero o Amparo Rubiales congratularse porque por fin una mujer preside la Junta de Andalucía. Muy bien, pero que el primer gesto significativo del que va a quedar constancia en esta nueva era sea que Susana Díaz haya jurado el cargo en lugar de prometerlo a mí, directamente, me espanta. 

¿Necesitábamos tantas alforjas para un viaje en el que, tras luchar durante decenios con el mismo denuedo por un mundo igualitario y por una sociedad laica, la flamante presidenta andaluza debute en la plaza “jurando su cargo”? 

Hago sinceros votos porque ese gesto se quede en mera anécdota a la hora de gobernar, pero de momento ese proceder la acerca más a las mujeres del pp que tienen o han tenido poder en este país que, por ejemplo, a Michelle Bachelet. Yo no sé si Aguirre, Rudi, Botella, Mato o Teófila, por citar solo unas cuantas, juraron o prometieron el cargo en su día. Pero sí sé que Celia Villalobos, cuyo celo pepero nadie discute, ha pagado gustosamente multas por romper con la disciplina de voto cuando su partido se ha puesto meapilas en asuntos como el del aborto. 

Yo lo siento, pero que Susana jure su cargo (no lo hicieron ninguno de sus predecesores) me retrotrae al pasado y me pone directamente en guardia porque eso significa proclamar públicamente algo que debería pertenecer estrictamente a la esfera privada y cuya ostentación te lleva a la consiguiente asociación de ideas y a inevitables preguntas sobre cómo actuará en su cargo la nueva presidenta a la hora de afrontar patatas calientes como el aborto, la homosexualidad o la educación concertada en centros de confesión católica. 

Me gustaría que Susana Díaz alejara fantasmas pronunciándose en este sentido cuanto antes sin dejar ninguna sombra en su “ilusionante” gestión progresista. Quiero creer que no habrá trato de favor alguno hacia la iglesia católica y espero no verla de mantilla como a Cospedal en la Semana Santa o en la procesión del Corpus. 

A estas alturas de la película, jurar un cargo institucional en nuestro país no es una afirmación de tu conciencia, es una declaración de principios excluyente y evitable. 

Quienes estuvieron a las órdenes de Golda Meir o de Margaret Thatcher nunca pareció que le dieran importancia a que sus jefas fueran mujeres. Pero sí le dieron, y mucha, a su ideología. Y mientras no se demuestre lo contrario, al menos en nuestro país y con el gobierno de la nación que tenemos, la religión es ideología emparentada con una derecha a la que Susana Díaz, no me cabe la menor duda, combate. Podía haberse ahorrado el juramento.

J.T.

No hay comentarios:

Publicar un comentario