Me emocionó ver el domingo pasado a todo el teatro Falla de Cádiz en pie pero no para aplaudir, sino para abuchear, a un hatajo de impresentables que aprovecharon su intervención en el concurso de carnaval para lanzar mensajes ultras y negacionistas en las piezas que cantaron. Piezas estas que, para más inri, estaban pésimamente interpretadas. Ni las desafinadas voces, ni la puesta en escena, ni el tipo de vestuario superaban un mínimo nivel.
Fue un momento conmovedor. Soy de los que piensa que las agresiones de los intolerantes no se pueden dejar pasar, sino que hay que contestarlas siempre, y eso fue lo que hizo el público del teatro Falla cuando decidió ahogar la provocación de la presunta chirigota cantando más fuerte que ellos, dado que el jurado decidió no bajar el telón como se pedía. Si existe libertad de expresión hasta para los gamberros, también ha de haberla para un público que no estaba dispuesto a permanecer callado ante tanta desfachatez. Y no se callaron.
En Cádiz, el Carnaval siempre ha sido ese momento sagrado en el que la crítica social se adereza con coplas, disfraces y, sobre todo, irreverencia. Ahí es donde los gaditanos se despojan de toda compostura y, como en un rito ancestral, aprovechan para soltar lo que les corre por las venas, con humor negro, ácido y afilado. Siempre ha sido el espejo en el que reflejar lo peor de la política, la sociedad y la vida en general. Pero lo de "Los negacionistas", que así se hacía llamar para colmo la presunta chirigota, no fue precisamente una sátira sino una provocación de pésimo gusto, una ofensa descarnada. No solo parodiaron la pandemia de COVID-19, sino que la minimizaron, ridiculizaron a las víctimas, a los sanitarios y a todos los que sufrieron o se sacrificaron durante el confinamiento; negaron el cambio climático, profirieron un discurso anti LGTBIQ+… Un horror!
Por eso admiro y aplaudo la reacción del teatro entero cuando decidió corear temas populares como “Los duros antiguos”, el himno de “Los hinchapelotas” o “Qué bonito está mi Cai'” hasta que los ultras abandonaron el escenario. Parte del público protestó por razones técnicas, es verdad, dado que los fascistas ni siquiera se habían tomado la molestia de presentar los temas debidamente ensayados; otros, como los miembros del jurado, no estaban de acuerdo con que se bajara el telón pero el caso es que prácticamente la totalidad de los presentes decidió dejar claro que aquella intolerable falta de respeto merecía ser replicada.
Nos dieron los gaditanos una lección a todos de cómo hay que parar los pies a estos profesionales de la crispación y el frentismo. Porque es de maneras tan sibilinas como la de esta mal llamada chirigota como el fascismo se va introduciendo en todos los recovecos de nuestra vida cotidiana. Ya lo han hecho en las instituciones políticas apelando a la democracia que dicen combatir, están en los colegios, también en según qué actividades deportivas, en clubes sociales, asociaciones de vecinos, y ahora se infiltran en el carnaval de Cádiz. Pues no señor, va a ser que no, un respeto. Un respeto a una de las tradiciones en libertad más antiguas de nuestro país, un respeto a quienes la organizan, la preparan, escriben letras magnificas y hacen felices a tanta gente.
Frente a quienes se proponen prostituir atmósferas de tolerancia y frescura crítica como el Carnaval de Cádiz hay que reaccionar siempre con contundencia. Un hurra por ellos, un hurra por enseñarnos a todos el camino, por demostrar que cuando se tienen las cosas claras es fácil pararle los pies a los sinvergüenzas. Hay que parárselos la primera vez que te intentan morder un dedo, porque cuando ya están a punto de cortarte el brazo, igual es demasiado tarde.
J.T.
Publicado en "Confidencial Andaluz"