Lo de Alberto Rodríguez es el caso de lawfare (guerra jurídica) más vergonzoso que podía llegar a producirse. Pero se ha producido. Una infamia de libro. Me cuesta creer que tamaño dislate sea cierto y no una historia de ficción producto de una mente calenturienta demasiado pasada de vueltas.
¿De verdad no les da vergüenza? Quienes le han quitado el acta al diputado de Unidas Podemos Alberto Rodríguez, ¿saben que van a pasar a la posteridad como actores de una tropelía sin pies ni cabeza?
Repasemos brevemente el esperpento que nos ha traído hasta aquí: un señor que en el futuro iba a pertenecer a un partido por entonces inexistente, participa cierto día de hace más de siete años en una protestar ciudadana en Tenerife, su tierra natal, donde al parecer se producen enfrentamientos entre la policía y los manifestantes.
Cuando se funda ese partido, y nuestro hombre decide participar en política a través de la formación recién nacida, le proponen presentarse a diputado por su circunscripción provincial y hete aquí que sale elegido.
Su llegada al Congreso de los Diputados en enero de 2016 ya provocó cierta alergia entre los biempensantes de toda la vida. Alberto es alto, por lo que su abundante pelo y su peculiar peinado con rastas no pasa desapercibido. Alguna diputada eterna como Celia Villalobos y alguna periodista más eterna todavía, como Pilar Cernuda, difunden que huele mal. “A mí me da igual que lleve rastas, llega a decir Villalobos, pero que las lleven limpias para no pegarme piojos”.
El talante educado de nuestro hombre, su bonhomía y su capacidad de trabajo hacen que en poco tiempo los prejuicios y las groserías desaparezcan o pasen a segundo plano en el Congreso de los Diputados. Trabaja en comisiones donde la complicidad con sus colegas de todos los grupos es absoluta.
Uno de los congresistas que comparte tareas durante un tiempo con él, un diputado gaditano del PP, abandona su escaño para presentarse a las elecciones andaluzas y el día de su despedida, en diciembre de 2018, Alberto Rodríguez emociona al hemiciclo desde la tribuna de oradores: “Es usted una buena persona, señor Candón, y le pone calidad humana a este sitio”. También en su partido desempeñó funciones importantes, durante una buena temporada fue secretario general de Podemos, cometido que llevó a cabo con discreción y eficacia, y en el que obtuvo el reconocimiento de sus compañeros.
Pero mire usted por dónde, en la Brunete judicial y mediática encontraron un resquicio insignificante pero por donde vieron la posibilidad de meterle mano. Y se pusieron a la faena. En aquella manifestación en la que Alberto participó en Tenerife mucho antes de que nadie pudiera imaginar que algún día podía acabar siendo diputado, un policía asegura haber recibido una patada suya.
Ya tenían por dónde pillarlo. Así que, sin perder un minuto se decretó la caza y captura. Da mucha pereza tener que entrar en pormenores y triquiñuelas burocráticas ante un asunto que el más mínimo sentido común puede desmontar desde el minuto uno. Pero como todo el mundo sabe y en esta historia hemos constatado, una cosa es el sentido común y otra muy distinta los atropellos que permite la legislación según cómo y quién la ponga a funcionar y la interprete. Así que la maquinaria para acabar con Rodríguez se pone en marcha según el siguiente guión:
- Buscamos la manera de empurarte.
- El asunto está pillado por los pelos, pero lo sujetamos bien para que no se caiga.
- No existen pruebas concluyentes, pero ya veremos.
- El testimonio en contra es ridículo, pero nos vale.
- En resumen: que hemos decidido empurarte y te empuramos. Un mes y quince días de cárcel, vale te lo perdonamos a cambio de 9.000 pesetas (lo de los 540 euros no se entiende si no es traduciéndolo a pesetas donde los números, en su día, eran redondos)
- Te perdonamos la cárcel pero de diputado te largas, que eres un condenado, chaval.
- La presidenta del Congreso, previa consulta a los letrados del Congreso que días antes habían dicho que Alberto no tenía que abandonar su escaño, traga y lo echa, aunque no parece que con demasiada mala gana.
Un desenlace propio del más cutre país bananero acaba teniendo lugar, aquí y ahora, en una de las democracias europeas presuntamente más consolidadas.
Nos salva pertenecer a Europa. Si no fuera así el lawfare, los fakes, los bulos y las cloacas acababan con el país en un plis-plas. Pero no lo van a conseguir. Porque se pondrán en marcha cuantos recursos hagan falta, Estrasburgo incluido y al final, aunque tengan que pasar más años de los que nos gustaría, quedará en evidencia la el abuso, la arbitrariedad, el despotismo, el atropello…
¡Qué vergüenza!, ¿cómo le explico yo todo esto a mis amigos belgas y daneses sin que ellos acaben cachondeándose de mí y recordándome, como suelen hacer cada vez que me quieren tocar los cojones, que España es más África que Europa? Mucho me temo que esta vez llevan toda la razón.
J.T.
Publicado en "Confidencial Andaluz"
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