sábado, 25 de septiembre de 2021

La atracción fatal del discurso ultra


Lo proclaman en sus avatares, en sus cuentas de twiter o de instagram, en los grupos de guasaps: Sí, soy facha, ¿y qué? Sacan pecho, está de moda ser ultra, se sienten fuertes y respaldados. Queda “cool” en las redes la exaltación de la chulería, la propagación de bulos y fakes, la actitud pendenciera…

Cuando Abascal deja dicho en la radio de Losantos que lo que hay que hacer es abofetear al presidente de la Generalitat de Catalunya, ¿qué podemos esperar del común de los descerebrados que lo siguen?

No hay un solo día sin que alguien de Vox no consiga exposición mediática merced a salidas de tono cada vez más frentistas, agresivas y generadoras de odio. Y lo hacen sin que, ni desde la política ni desde el periodismo, se les conteste con la rotundidad que merecen, sin que se les replique con los argumentos y la contundencia con la que hay que dirigirse a quienes se proponen “romper la convivencia como estrategia de asalto”, que diría un apreciado compañero.

Han tardado, pero por fin parece que algunos periodistas han empezado a entender que a los de Vox hay que plantarles cara en las entrevistas. “No reconozco el colectivo LGTBI, eso es un mantra que ha impuesto la izquierda. No hay que colectivizar a las personas, hay que defenderlas independientemente de lo que piensen”, proclamaba el miércoles en TVE Catalunya Ignacio Garriga, diputado por Vox en el Parlament. Entonces, ¿por qué no hace lo mismo con los inmigrantes? ¿Por qué no los personaliza? ¿Por qué los trata como colectivo?”, le replicó Gemma Nierga, la entrevistadora. En La noche en 24 horas de TVE , también ese mismo miércoles, Xabier Fortes se las vió y se las deseó, pero hay que reconocer que al menos lo intentó, puntualizar a un Espinosa de los Monteros tan desaforado como suele ser habitual en él.

Ojalá haya suerte y consigamos que se acabe aquello de aquí tiene usted el micrófono y diga lo que quiera, que para eso es representante parlamentario. Ser diputado autonómico o en el Congreso no significa tener patente de corso para difundir odio durante el tiempo reglamentario del que disponen para aparecer en los medios públicos.

Esta misma semana también, un mindundi necesitado de su cuarto de hora de gloria recurrió a insultar en sede parlamentaria a una diputada del PSOE llamándola bruja mientras esta se encontraba en el uso de la palabra. Cuando se le instó a retirar el exabrupto el diputado rebelde, juez para más inri, no solo se negó a hacerlo sino que se enrocó con sus jefes de grupo inoculando a la gamberrada un incremento de voltaje tan infantil como innecesario.

Cuando un juez de Vox llama bruja a una diputada socialista en la misma sede de la soberanía popular, cuando un grupo de provocadores gritan contra los homosexuales por las calles con la protección de la policía como sucedió en el madrileño barrio de Chueca el sábado 18 de septiembre, cuando el propio Abascal habla de abofetear a Aragonés ¿qué podemos esperar, cuál es el mensaje que recibe el muchachito o muchachita de a pie que, mientras anda buscándole sentido a su vida, los escucha y los ve comportarse así? Lo que percibe es que a los ultras nadie les tose y a los de izquierdas los tienen machacados y encima no se defienden ni parece que nadie los defienda.

Los numeritos de Vox en el Congreso, como por ejemplo también el de Macarena Olona encarándose a una periodista en los pasillos, son algo más que una pérdida puntual de las formas: pretenden servir de guía para sus acólitos, extender la agresividad por toda la sociedad. Saben que esto posee un efecto mimético entre sus simpatizantes e incondicionales, quienes acaban concluyendo que si sus líderes se comportan de ese modo, por qué no van a actuar ellos de la misma manera. Y así va subiendo la temperatura del enfrentamiento en las calles, las redes, las reuniones familiares, incluso en las tertulias de bar…

Funcionan con el desparpajo y el desahogo de quienes se sienten no solo en el lado correcto, sino en el lado "mejor protegido”. Mola apuntarse al bando de los fuertes en el patio del cole. Sueltas barbaridades en una mani facha y la poli te protege, en cambio a los de izquierdas los muelen a palos. El discurso fascista (“ser de izquierdas es de llaneros solitarios, de tener ganas de sufrir, de perdedores…”), ejerce en según que segmentos de la población  una especie de atracción fatal que ha conseguido hipnotizar no ya a las clases medias víctimas de la crisis sino también a los desheredados, a los estamentos más explotados de la sociedad.

Gabriel Rufián lo bordó el otro día describiéndolo: "Vox ha votado en contra de la subida del salario mínimo, contra las ayudas de los ERTE, contra las subidas de pensiones, en contra de preservar el planeta, de cualquier política LGTBI, o de medidas frente a la violencia de género. Vox, cada día, cada semana, votante de clase trabajadora, vota contra ti. Vox no son de los tuyos, no representa a la España que madruga, representa a los explotadores".

Perdón por repetirme, pero pienso seguir desgañitándome mientras el peligro esté ahí. Es complicado, por no decir imposible, meter dentro del sistema a un partido antisistema; no se puede ser tolerante con los intolerantes. Y sobre todo no se puede ser pobre y votar a quienes son los responsables de las injusticias de las que eres víctima.

Manda narices que estos indeseables hayan conseguido poner de moda ser facha.

J.T.

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