No acaba de encontrar el tono ni el punto, pero le dedican aplausos interminables. Emparedado entre la patronal de los empresarios, los sindicatos y la iglesia catalana (presidente de la Conferencia Episcopal incluido), sin votantes en Catalunya ni en el País Vasco, con el aliento en la nuca de Gürtel, Kitchen y demás exuberantes corrupciones, con Ayuso a punto de asaltar Telemadrid para su exclusivo provecho, con Aznar echando leña al fuego, con la ultraderecha compitiendo a degüello, con todo esa cera ardiendo… Casado sigue yendo a su bola sin que nadie en el PP le lleve demasiado la contraria, al menos públicamente.
Juega en el Congreso cada miércoles a propinarle directos en la mandíbula al presidente del Gobierno y lo que en realidad le salen son patéticos pellizcos de monja que los suyos aplauden a rabiar ¿No hay nadie en su entorno que se apiade de él y le diga la verdad? ¿Tanto miedo tienen Cuca Gamarra o García Egea a perder comba? ¿Qué harán Maroto o Montesinos cuando dentro de pocos días declare Cospedal? ¿Callarán y aconsejarán a Casado que siga callando?
Nadie parece leer la prensa internacional en Génova, 13, ni sus análisis sobre los indultos desde la distancia, algo que suele ayudar a centrar mejor el foco. Como escribía este jueves Rosa María Artal en su cuenta de twitter, “si comparáis el tratamiento en la prensa internacional a los indultos con el kiosko español veréis que algo grave ocurre. No podemos tener una justicia a la española, una información a la española, España debe regirse por principios universales. Y lo impide la España negra.”
Quienes aplauden a Casado cuando este pide en el parlamento la dimisión de Sánchez saben que no le están haciendo ningún favor. Y menos en estos días cuando, tras la fallida concentración de Colón y unos indultos a los presos catalanes con muchos más apoyos de los que el presidente del PP creía, Europa abre el grifo de los fondos europeos, el Gobierno de coalición baja el IVA de la luz y las mascarillas dejan de ser obligatorias por la calle porque la mitad de la población tiene ya administrada al menos una dosis de la vacuna contra el COVID y más de quince millones la pauta completa.
A pesar de los muchos charcos en que se mete Pedro Sánchez y de sus múltiples carencias intelectuales y carismáticas (sobradamente conocidas por sus asesores, que saben usarlas para sacarle partido), hay que convenir que, al menos últimamente, el presidente parece tener el santo de cara. Gracias a sus socios en el Gobierno de coalición, da algunos pasos por caminos que ayudan a mejorar asuntos que de otra manera hubiera sido imposible imaginar, aunque lo hace casi sin ganas y apretando los dientes, pero lo hace.
Si Sánchez está siendo más timorato de lo que debería a la hora de aprovechar este momento para hacer políticas más progresistas (reforma laboral, vivienda, ley mordaza… tantas cosas aún pendientes…), Casado está tirando por la borda la oportunidad de demostrar que en este país es posible contar con un partido de derechas civilizado y democrático: "He informado a mis socios europeos de que ayer solicitamos la dimisión de Pedro Sánchez y la convocatoria de elecciones en España", proclamaba este jueves en un programa de televisión. Pues qué bien, ¿no? Y yo he informado a mis vecinos de que me he comprado una décimo de lotería para el próximo sábado, ¿qué le parece?
Casado cuenta con cartas que no ha jugado, y podría haberlo hecho, para desembarazarse del pasado de su partido. Es “don Me Opongo” por sistema sin ofrecer alternativa alguna. Creó ciertas expectativas durante la moción de censura de Vox donde puso a caldo a Abascal, pero ahí quedó todo. Ese camino tenía más recorrido pero lo abandonó, ¿por qué lo hizo? ¿las encuestas?
Tanto el PP como su presidente saben que les queda una buena travesía del desierto antes de volver al poder, una etapa que podrían aprovechar para poner orden, hacer limpieza, abandonar la sede de una vez, incluso cambiar el nombre y renacer como opción creíble, alejados de ultraderechistas y tránsfugas ¿Por qué Casado no lo hace? Él sabrá sus miedos y sus hipotecas pero, si no se decide, será otra persona quien lo acabará haciendo en su lugar mientras él continúa embaucado y en su mundo, despistado con los falsos halagos y los sospechosos aplausos que sus correligionarios le regalan cada miércoles en el Congreso a pesar de las barbaridades que suelta por la boca.
Si le quedan dos dedos de luces, Casado debería dedicarles a sus compañeros de bancada un remedo de la famosa frase que aquella folclórica pronunció en la boda de su hija: “Si me queréis… no me aplaudáis”.
J.T.
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