Una de las palabras más manoseadas en esta semana que ahora termina ha sido el término “concordia”. Si alguien, como ha hecho estos días Pedro Sánchez, se ve en la necesidad de invocar la concordia con tanto ahínco, quizás sea porque conseguirla no lo ve precisamente fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que, desde hace ya año y medio, vivimos en discordia permanente.
El partido que en otros tiempos, cuando le tocaba ser oposición, reclamaba ser llamado “leal oposición” hace mucho que no existe; ahora practica el frentismo puro y duro y no contribuye para nada a lo que debería ser su obligación: que los ciudadanos podamos vivir relajados por sabernos en manos de políticos con sentido de la responsabilidad. Pura quimera, porque hace tiempo que sufrimos la peor derecha posible últimamente rematada con una peligrosa ultraderecha que cada día que pasa pone en mayor peligro la calidad democrática de nuestro país.
Todo les importa un pimiento salvo una cosa: tumbar cuanto antes al Gobierno de coalición. Machacan y machacan haya o no excusa para ello. Si durante los peores momentos de la pandemia mantuvieron una actitud canalla e irresponsable, no están quedando atrás cuando ha habido que abordar cuestiones de calado internacional como la crisis marroquí o el reparto de los fondos europeos. No podemos extrañarnos, pues, de que ahora, cuando empieza a aparecer en el horizonte la posibilidad de los indultos a los presos del “procés”, vuelvan a elevar el diapasón de la discordia, nueva convocatoria en la Plaza de Colón incluida.
Concordia, proclama y reclama Pedro Sánchez; Discordia, replican a coro no ya solo Abascal y sus huestes, para quienes solo se puede desear que acaben cociéndose en su propia rabia, sino también el lechuguino de Pablo Casado y la desahuciada Arrimadas. Las tres formaciones “arrimadas” ahora al ascua del Rosa Díez, Fernando Savater y María San Gil, que menudo trío de la bencina.
El Poder Judicial no parece quedarse atrás en esta perversa dinámica. “Inaceptable”, escribió el Supremo tras dictaminar su rotunda negativa a la posibilidad de un indulto. “No se puede aceptar” remató Lesmes ante los micrófonos poco más tarde por si quedaba alguna duda.
¿Qué quiere decir con eso al Presidente en funciones del Tribunal Supremo de España y el Consejo General del Poder Judicial? ¿Que si el gobierno, legitimado sin ambages para otorgar indultos, decide liberar a los dirigentes catalanes que llevan tres años y siete meses en la cárcel, puede acabar viéndose en algún tipo de apuro? ¿En más apuros todavía? ¿Es eso, se trata de una amenaza? ¿No se cansan de presionar, no les parece ya suficiente la paralización y el eterno torpedeo a la renovación de los órganos judiciales? ¿Hasta cuándo esta democracia semisecuestrada por el poder judicial con el plácet de una oposición torticera y desnortada? ¿Cómo es posible que no quieran entender que hay que poner las bases para que empiece de una vez a vérsele el final a una pesadilla que cumple ya, entre unas cosas y otras, nada menos que once años? ¿Cómo es posible que no lo quieran entender tampoco Guerra, ni Felipe ni los demás jarrones chinos socialistas que no dejan tampoco de apostar por la discordia?
Puede que cualquier gobierno, aquí, en Francia o en los Estados Unidos tenga menos poder del que se le presupone, pero la derecha y la ultraderecha parecen empeñadas en que ese poder, por poco que sea, esté siempre en sus manos. Por supuesto, jamás indultarían a los presos catalanes, por mucho que fuera un gobierno de José María Aznar el que firmara en su día la libertad para Vera y Barrionuevo.
Aunque Sánchez haya abusado esta semana de la palabra concordia para justificar el posible indulto, aunque las razones que le lleven a plantearse promulgarlo sean sobre todo no perder el favor de Esquerra en el Congreso de los Diputados, hay que convenir que apostar por la discordia permanente no nos lleva a ningún sitio.
¿Qué queremos, andar a palos toda la vida? La historia está plagada de gobernantes intransigentes que actuaron contra la voluntad mayoritaria de la gente sin reparar en medios a la hora de conseguir sus objetivos. ¿Es eso lo que queremos, o qué? Negar la evidencia no sirve de nada ni esperar creyendo que el tiempo se encargará de arreglar las cosas, tampoco.
Por eso, que desde el Gobierno de coalición se apele a la concordia, incluso aunque se abuse del término, es una buen a noticia, un buen comienzo, quizás el mejor de los posibles, por mucho que pataleen los partidarios del cuanto peor mejor, los irredentos hooligans de la discordia que ya han anunciado para el domingo 13 de junio la segunda edición del frentismo inaugurado hace dos años en la Plaza de Colón.
J.T.
Publicado en La Última Hora
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