Tener ahora mismo en España entre 66 y 79 años es ser doble “grupo de riesgo”. Por un lado, por tener ya una edad de abueletes, aunque muchos de los que estamos en esa franja nos resistamos a admitirlo, y por otra porque llevamos unos días, aunque ahora ya parece que se empieza a arreglar la cosa, en una especie de limbo donde resulta difícil predecir cuándo vamos a tener la suerte de ser vacunados, de recibir ese pinchacito mágico que nos quite parte de la neura que se instaló en nuestras vidas hace ya un año bien largo.
A los de la Enciclopedia Álvarez no nos pilló la guerra, pero sí los primeros años de posguerra, años de paperas, varicela, sarampión, de purgas antigérmenes una vez al mes con agua de carabaña o aceite de ricino… Lo que no podíamos imaginar es que décadas más tarde nos quedaba la pandemia para rematar la faena, colocados ahora en tierra de nadie hasta que acaben de vacunar a los mayores de 80 porque la dichosa AstraZeneca no es de fiar para gente como nosotros, así que mejor colocársela a los que tienen de 65 hacia abajo. El caso es que, sea por la razón que sea, quienes nacimos en España entre 1941 y 1955 vivimos estos días con un estado de ánimo que, al menos a mí, me recuerda al de la mili, o al de los internados de aquellos años sesenta.
Por entonces, cuando comenzaba el curso o llegábamos al cuartel, sabíamos que nos quedaba tanto tiempo de mal rollo por delante que ni nos planteábamos amargarnos. Ignorábamos la desgracia y procurábamos sobrevivir entre gamberradas e indisciplinas. Pero la cosa cambiaba cuando quedaban escasas fechas para que terminara la pesadilla. Los últimos días de curso, los últimos días de mili, no se acababan nunca. Eran eternos, interminables y claro, te desesperabas justo cuando más desaconsejable era meter la pata.
¿Cuánto falta para que nos vacunen? ¿Seis, siete semanas, dos meses? En algunas autonomías han empezado ya con los de 79, 78… Según el presidente del gobierno, en junio estaremos vacunados por dos veces seguro, porque para finales del verano está previsto que haya 33 millones de inmunizados en nuestro país. De hecho esta semana han llegado casi tres millones de dosis de una tacada. Lo comento con gente de mi quinta y andamos todos igual. Entre escépticos y acojonados. Está tan cerca el momento del pinchazo que no acaba de llegar nunca, como los últimos días de mili o de curso escolar. Y el miedo a meter la pata en la recta final nos lleva a adoptar más precauciones que nunca. Si antes nos lavábamos diez veces las manos al día, ahora son veinte. En mi caso, abuso mucho más del hidrogel, y en la calle doy enormes rodeos cuando veo en la distancia a alguien que empieza a acercarse “peligrosamente”. En el ascensor siempre solo, y en las escaleras mecánicas si puedo me quedo el último y empiezo a subir cuando quien me precede ha llegado ya al piso siguiente. ¿Abrazos? Pocos; ¿Besos? Ni me acuerdo.
Habiendo nacido en plena posguerra, crecido en la época más siniestra de la dictadura, y hasta aguantado misas y rosarios por un tubo (en la primera comunión apenas había regalos y la celebración era un chocolate y vas que te matas), esto de ahora la verdad es que está chupao. Durante nuestra etapa entre curas y militares había una frase que repetíamos cada noche al acostarnos cuando la cuenta atrás del curso se iba acabando: ¡¡Un día menos!!, gritábamos alborozados. Pues eso.
J.T.
Publicado en "Confidencial andaluz"
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