Tiende la derecha cuando gobierna a detener el tiempo, a parar el reloj de la historia y devolvernos siempre a tiempos pasados y superados. Más que conservadores parecen gamberros, niñatos –y niñatas- cuya cultura, adquirida en costosos colegios, no suele ir en absoluto pareja con sus modales soberbios, altivos y a menudo barriobajeros. Cuando gobiernan arrasan con todo, y cuando les toca estar en la oposición se dedican a torpedear cualquier posibilidad de acuerdo que ayude a que el país funcione mejor. En materia autonómica y fiscal, ni agua, eso es así, pero es que ni siquiera facilitan el correcto funcionamiento de la justicia o de los medios de comunicación públicos, organismos que precisan de acuerdos parlamentarios amplios para ser renovados.
Los años de gobierno de Rajoy dejaron el país hecho un triste guiñapo. Tras dedicarse cada viernes a quitar derechos laborales y sociales, el PP consiguió destrozar en poco tiempo buena parte de lo conseguido durante las dos legislaturas anteriores. El desastre de Catalunya tiene mucho que ver con el recurso al Estatut que el Partido Popular interpuso para cargarse artículos que en Andalucía pactaron y continúan vigentes. Fue una década monstruosa, años para olvidar que piden a gritos recomponer los desperfectos cuanto antes.
El actual gobierno de coalición era una necesidad higiénica, y por eso ha sido factible. Tanto desmán no podía ser eterno. El problema es que, además de haber metido la mano en todas las cajas posibles, de haberse forrado como si no hubiera un mañana, la derecha lo ha dejado todo hecho unos zorros y poner orden en tanto estropicio va a costar bastante trabajo.
Además de encanallar el ambiente en Catalunya, Rajoy y los suyos echaron a millones de jóvenes de España, robaron sueños y expectativas a cientos de miles de trabajadores, rebajaron las posibilidades de vivir con dignidad a un gran porcentaje de la ciudadanía, despreciaron las necesidades de pensionistas, enfermos, ancianos y dependientes... Encontrar un trabajo digno y mínimamente estable se convirtió en una quimera y expresarse en libertad empezó a costarle caro a cantantes, humoristas, dibujantes y comunicadores varios. Por no hablar del escándalo de las cloacas del Estado que mi compañera Patricia López lleva denunciando años en este periódico. La televisión daba asco verla por mentirosa y manipuladora y los paniaguados medios de comunicación, teóricamente privados y abrumadoramente mayoritarios, demonizaban sin parar la aparición de una nueva opción política, surgida tras el 15-M, que denunciaba la inmoralidad de todo lo que estaba ocurriendo.
Un sueldo mínimo irrisorio, pensiones con un ridículo 0,25 por ciento de aumento anual, contratos de miseria, explotación pura y dura con amenazas de quedarte en la calle a las primeras de cambio, incluso si te encontrabas de baja por enfermedad. Ahí estaban, en su salsa y forrándose sin vergüenza alguna cuando de pronto, en enero de 2020 llega un gobierno nuevo, el primer gobierno de coalición de izquierdas desde la guerra civil, y se empieza a demostrar que otra manera de hacer las cosas no solo era posible sino que los cambios que se están haciendo ayudan a que mejore la vida de mucha gente.
Los empresarios acuerdan pactar, con gobierno y sindicatos, un salario mínimo mejor; quienes se negaban al diálogo en Catalunya descubren, mire usted por dónde, que parece que sí se puede... y la derecha responsable del desastre anterior, en lugar de reconocer sus errores y su torpeza, continúa haciendo el vándalo incrementando la crispación y echando al fuego toda la leña que puede. Lo hace refugiándose en sus medios afines y, por si faltaba algo, con la complicidad de la escisión ultraderechista del PP, esa formación de color verde vómito cuyo efímero éxito no se lo creen ni ellos, ese partido estridente y totalitario que no desaprovecha ninguna ocasión en la que regar de miedo el ánimo ciudadano con propuestas de escaso recorrido, pero con las que consiguen repercusión en portadas y debates. Portadas y debates que pilotan presuntos periodistas, directores y presentadores que denigran el oficio de contar lo que pasa y a quienes cada vez respaldan menos anunciantes, lectores, oyentes o espectadores.
Todo esto es la consecuencia de los diez años en que Rajoy y sus adláteres destrozaron España. Toca recomponer el rompecabezas y le toca a un gobierno de coalición que habrá de trabajar sin descanso para mantenerse cohesionado frente a quienes, desaforados, rezan cada día para que salte en mil pedazos cuanto antes. Ni cien días, ni cincuenta, ni treinta. Lo quieren hecho añicos ya.
Seguro que cuesta, pero eso no puede ni debe pasar. Por mucho que Felipe González, manda narices, afirme no sentirse representado o Miguel Ángel Aguilar use sus tribunas para demonizar y ridiculizar el trabajo de un gobierno que parece claro que no le gusta. Están de los nervios, ellos y esa oposición que no acaba de encontrar fisuras, vías de agua que buscan como locos. Por eso no dejan de ladrar mientras el gobierno de coalición, que tendrá sus discrepancias y sus desencuentros, como es lógico, continúa cabalgando: ley de educación, muerte digna, libertad sexual, regulación del juego, no más falsos autónomos... Señores de la derecha, dejen trabajar en paz, ¿acaso no han tenido suficiente con haber tirado a la basura el derecho al progreso en nuestro país durante los últimos diez años?
J.T.
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