La tostada estaba muy rica y el café en casa es bueno. Así que la causa de que me sentara mal el desayuno este lunes no podía ser otra que tener puesta la radio, esa inseparable compañera tanto en la salud como en la enfermedad, a la hora en que Pedro Sánchez era entrevistado en la Ser: me revolvió literalmente el estómago cuando, desde el primer segundo, empezó a disparar como los malos actores en las películas de tiros.
“Estoy sorprendido y algo frustrado -arrancó- por lo que ocurrió el pasado viernes cuando conocí por los medios una consulta que a todas luces supone la ruptura de las negociaciones que el señor Iglesias tenía con el Partido Socialista. Creo que el señor Iglesias está utilizando esta consulta trucada para justificar una votación contraria a mi investidura, para justificar por tanto el no, coincidiendo por tanto con la ultraderecha”.
Sin duda lo había ensayado, pero quería parecer tan cabreado que no consiguió dar con el tono. Titubeaba, tartamudeaba y no lograba disimular la falta de verdad que transmitían sus palabras. A medida que fue avanzando la entrevista se percibía que pugnaba por ser contundente, pero no lo conseguía, sobre todo cuando se veía en la obligación de torear alguna pregunta comprometida y buscaba como loco los argumentos de referencia que cada vez que los repetía resultaban menos creíbles: “votarán contra mí, igual que la ultraderecha, son ellos los que han dado por rotas las negociaciones, la consulta es una mascarada.”
Se le notaba el entrenamiento para proporcionar los cortes que los medios adictos (casi todos) se apresuraron a reproducir en boletines informativos, telediarios y shows varios. Escuchados fuera de contexto, esos cortes enmascaran el nerviosismo y la escasez de enjundia con la que la mañana de este lunes se ha desenvuelto el presidente en funciones. Recomiendo escuchar la entrevista completa y prestar atención al momento en que intenta despejar sin demasiado éxito esa patata caliente llamada artículo 155 de la Constitución: “Yo no quiero tener que aplicar un nuevo 155, pero mi deber es contemplarlo. Ojalá no tenga que aplicarlo”.
La radio transmite el alma de la persona que habla mejor que la tele porque ahí no cuenta el disfraz del traje, ni el corte de pelo, ni la puesta en escena, solo la modulación de la voz, la cadencia, los silencios, los titubeos, el énfasis. Y lo que a mí me transmitió Sánchez desde que empezó a hablar es que ni él mismo se creía la mayor parte de las cosas que estaba diciendo.
Parecía un mal opositor recitando dubitativo ante el tribunal frases ensayadas, consignas que en un mitin igual funcionan pero que en la radio sonaban ridículas: "Es la primera vez en cuarenta años que el candidato a presidente del gobierno hace una propuesta de este tipo (coalición con ministros de Podemos de perfiles técnicos) y se encuentra la respuesta de que es una 'idiotez”. "Ya lo hizo (Iglesias) en 2016 y ahora parece que quiere volver a votar en contra de un candidato socialista". Y vuelta a una cantinela que los socialistas se empeñaron en repetir mil veces y que el primero que sabe que es mentira es el propio Pedro Sánchez, ¡qué pesados!
Lo reconoció él mismo cuando, defenestrado por sus propios compañeros de partido, acudió a llorar al programa de Jordi Évole: “Mi error fue firmar solo con Ciudadanos y no con Podemos”; “Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas”; “Responsables empresariales trabajaron para que hubiera un gobierno conservador”, “Medios progresistas me dijeron que si había entendimiento con Podemos irían en contra”; “Se constata que se deciden cosas en despachos que corresponderían a los ciudadanos”.
Bueno, pues ya estamos en las mismas, solo que el que en estos momentos ocupa el sillón de la Moncloa es él, gracias a los oficios de Iglesias, por cierto, gracias al apoyo de formaciones que hoy intenta evitar a pesar de haber hecho suyo sin pudor buena parte de un discurso de izquierdas del que ahora reniega, en el que ya no cree. O no le dejan creer, que no sé que es peor. En fin, a ver si se me arregla la descomposición de estómago.
J.T.
“Estoy sorprendido y algo frustrado -arrancó- por lo que ocurrió el pasado viernes cuando conocí por los medios una consulta que a todas luces supone la ruptura de las negociaciones que el señor Iglesias tenía con el Partido Socialista. Creo que el señor Iglesias está utilizando esta consulta trucada para justificar una votación contraria a mi investidura, para justificar por tanto el no, coincidiendo por tanto con la ultraderecha”.
Sin duda lo había ensayado, pero quería parecer tan cabreado que no consiguió dar con el tono. Titubeaba, tartamudeaba y no lograba disimular la falta de verdad que transmitían sus palabras. A medida que fue avanzando la entrevista se percibía que pugnaba por ser contundente, pero no lo conseguía, sobre todo cuando se veía en la obligación de torear alguna pregunta comprometida y buscaba como loco los argumentos de referencia que cada vez que los repetía resultaban menos creíbles: “votarán contra mí, igual que la ultraderecha, son ellos los que han dado por rotas las negociaciones, la consulta es una mascarada.”
Se le notaba el entrenamiento para proporcionar los cortes que los medios adictos (casi todos) se apresuraron a reproducir en boletines informativos, telediarios y shows varios. Escuchados fuera de contexto, esos cortes enmascaran el nerviosismo y la escasez de enjundia con la que la mañana de este lunes se ha desenvuelto el presidente en funciones. Recomiendo escuchar la entrevista completa y prestar atención al momento en que intenta despejar sin demasiado éxito esa patata caliente llamada artículo 155 de la Constitución: “Yo no quiero tener que aplicar un nuevo 155, pero mi deber es contemplarlo. Ojalá no tenga que aplicarlo”.
La radio transmite el alma de la persona que habla mejor que la tele porque ahí no cuenta el disfraz del traje, ni el corte de pelo, ni la puesta en escena, solo la modulación de la voz, la cadencia, los silencios, los titubeos, el énfasis. Y lo que a mí me transmitió Sánchez desde que empezó a hablar es que ni él mismo se creía la mayor parte de las cosas que estaba diciendo.
Parecía un mal opositor recitando dubitativo ante el tribunal frases ensayadas, consignas que en un mitin igual funcionan pero que en la radio sonaban ridículas: "Es la primera vez en cuarenta años que el candidato a presidente del gobierno hace una propuesta de este tipo (coalición con ministros de Podemos de perfiles técnicos) y se encuentra la respuesta de que es una 'idiotez”. "Ya lo hizo (Iglesias) en 2016 y ahora parece que quiere volver a votar en contra de un candidato socialista". Y vuelta a una cantinela que los socialistas se empeñaron en repetir mil veces y que el primero que sabe que es mentira es el propio Pedro Sánchez, ¡qué pesados!
Lo reconoció él mismo cuando, defenestrado por sus propios compañeros de partido, acudió a llorar al programa de Jordi Évole: “Mi error fue firmar solo con Ciudadanos y no con Podemos”; “Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas”; “Responsables empresariales trabajaron para que hubiera un gobierno conservador”, “Medios progresistas me dijeron que si había entendimiento con Podemos irían en contra”; “Se constata que se deciden cosas en despachos que corresponderían a los ciudadanos”.
Bueno, pues ya estamos en las mismas, solo que el que en estos momentos ocupa el sillón de la Moncloa es él, gracias a los oficios de Iglesias, por cierto, gracias al apoyo de formaciones que hoy intenta evitar a pesar de haber hecho suyo sin pudor buena parte de un discurso de izquierdas del que ahora reniega, en el que ya no cree. O no le dejan creer, que no sé que es peor. En fin, a ver si se me arregla la descomposición de estómago.
J.T.
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