Si, como sostienen varios científicos de la universidad estadounidense de Notheastern (Massachussets), el comportamiento humano es previsible en un noventa y tres por ciento, el discurso navideño de Felipe de Borbón certificó con creces su condición humana: quienes se lo escribieron decidieron no hacer uso siquiera del siete por ciento que los estudiosos conceden a la improvisación o a la capacidad de sorprender: el preparado monarca fue previsible al cien por cien.
Los resultados de las elecciones del jueves pasado en Catalunya habían dejado en evidencia su agresivo discurso del pasado tres de octubre, en el que el rey tomó partido por una de las partes. Ahora, pues, no le quedaba más remedio que buscar la manera de reconducir mínimamente la situación, tragarse sus propias palabras sin que se notara demasiado e intentar buscar una vía de salida para salvar los muebles.
“Hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten situaciones difíciles que hay que corregir y que requieren un compromiso de toda la sociedad para superarlas” –reconoció. Música muy diferente a la de su alocución dos meses antes, cuando espetó: “Sé muy bien que en Catalunya hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro estado”.
El tono de Nochebuena, tras los resultados del 21D, obligaba a plegar velas: “Estoy seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino serena y atractiva –dijo textualmente-, que ilusione, una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos. Sobre la base sólida -añadió- de los principios democráticos y valores cívicos de respeto y diálogo que fundamentan nuestra convivencia”. ¿Abrió Felipe VI con esta frase la puerta a reformar la Constitución, como interpreta en su editorial navideña el diario El País?
Los representantes del nuevo Parlament, continuó el rey en su previsible discurso, “ahora deben afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes, respetando la pluralidad y pensando con responsabilidad en el bien común de todos. El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o la exclusión que, -como sabemos ya- solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y -por supuesto- económico de toda una sociedad”.
Nada de recordar lo atípico de unas elecciones con candidatos en la cárcel o en el extranjero, nada de reconocer que gran parte de la responsabilidad del momento que se vive la tiene él mismo por la manera de echar gasolina al fuego en su discurso anterior. Nada de lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder, sino templar gaitas sin que se note mucho apelando a “la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos”. A buenas horas, mangas verdes.
Como recuerda Ana Pardo de Vera en su columna de Público este 25 de diciembre, ¿acaso “se creyó el monarca que con unas elecciones convocadas por el gobierno central en Catalunya se acababa el problema? Mal monarca tenemos, entonces, que carece de la intuición del observador neutral y se deja llevar por las pasiones electoralistas y cobardes del gobierno de parte”. Con palabras de Lluís Bassets, también de este lunes, en la edición digital en El País, Felipe VI “empezó su reinado en 2014, el año escogido por el independentismo para llegar a la autodeterminación, coincidiendo con el tricentenario de la caída de Barcelona en la guerra de sucesión, el referéndum escocés y la oportunidad que ofrecían la crisis económica, política e incluso institucional. En este persistente envite se lo juega todo, su reinado y su corona, identificada como nunca con la democracia y la Constitución. Al final de la partida, será rey de Catalunya o no será”. Pues eso. Parece lógico pues, que con estos mimbres, el discurso acabara siendo perfectamente predecible, dictado quizá por el instinto de supervivencia, el más humano de los instintos. Predecible y pelín aburrido, que todo hay que decirlo.
J.T.
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