martes, 5 de abril de 2016

Pero… ¿alguien puede considerar que la España de los 70 fue “divertida”?


Me escandalizó, y mucho, este titular de una entrevista de Juan Cruz a Alaska en El País del pasado 23 de marzo: "Hicimos divertida la España de los 70 y 80", decía la musa de no se sabe qué, perejil de demasiadas salsas y sospechosa superviviente de todas las coyunturas, cualesquiera fuese su color.

Por eso suscribo punto por punto la reflexión de mi amigo Emilio Silva, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha divulgado por las redes sociales y cuyos argumentos,que reproduzco a continuación, son los siguientes: La España de los 70 y 80 parece que fue divertida para algunos ¿Cómo se atreven?

En la de los 70, con su dictadura que no acababa de morir y su democracia que no acababa de nacer... ¿dónde estaba la diversión? Entre 1976 y 1981 fueron asesinadas por violencia política en España 581 personas y varios miles heridas. Por violencia política de toda condición, no solo el terrorismo de ETA, con grupos de extrema derecha que campaban a sus anchas y una policía con adn franquista que siguió funcionando durante años con los modos y maneras de los tiempos de la dictadura.

La década de los ochenta quedó solemnemente inaugurada con un golpe de Estado y el miedo fue el disfraz del franquismo hasta nuestros días. Vino la reconversión industrial, los franquistas con su cara lavada dispuestos a reivindicar la paternidad de la democracia, las personas que verdaderamente lucharon contra la dictadura muriendo en silencio y sin reconocimiento, los 114.226 desaparecidos del franquismo en las cunetas, el terrorismo, la colza de la que nunca se ha encontrado el agente patógeno en el aceite... y para Alaska era un país divertido.

La llamada "movida" madrileña, los más conocidos de ella, con todo su apoyo mediático, económico y político fue poco más que un disfraz, un máscara bufa para aparentar que en veinticuatro horas pasamos de un país en oscuro blanco y negro a una sociedad con el pelo de colores, y una especie de irreverencia estética que poco tuvo que ver con un cambio en la ética. Y todavía a estas alturas quieren venderla como un producto de la épica posfranquista; como la transición ejemplar, como el consenso en el que todos renunciaron a algo (¿a qué renunciaron los privilegiados franquistas?) o los supuestos sacrificios de Juan Carlos de Borbón por sacar la democracia adelante. ¡Amos, anda!

Los trileros del pasado reciente quieren vivir todavía de su gloria de trapo, de su pelea con papá por llevar el pelo largo o teñírselo, de su falta de ajuste de cuentas y cuentos con la generación que destrozó el proyecto de la Segunda República y convirtió este país en un apartheid para cualquier colectivo que pudiera protagonizar un verdadero cambio social.

Por cierto, también debió ser muy divertido para la familia del dictador Francisco Franco, que desde 1975 hasta 1986 disfrutó de un pasaporte VIP diplomático con el que entraba y salía de España, sin pasar por ningún control, a carcajada limpia".

Como dice Emilio Silva, igual somos un poco raros, pero me da miedo tanta falta de memoria y tanta falta de dignidad.

J.T.

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