Llegaba Josep Pernau al aula, se subía a la tarima, se colocaba junto a la pizarra y todo él irradiaba autoridad. Pero no esa autoridad solemne que se teme más que se respeta en un profesor tradicional. Pernau transmitía la autoridad moral del periodista de oficio.
Y los que nos sentábamos en los pupitres de Bellaterra en aquellos primeros años setenta asistíamos a sus lecciones disfrutando desde el primer momento de los conocimientos sobre periodismo que Pernau nos regalaba. Era unos veinte años mayor que cualquiera de nosotros, pero hablaba a la perfección el idioma de un oficio que nosotros estábamos locos por aprender. Él sabía ponerse a nuestra altura y nos ayudaba , encantado, a progresar.
En aquellos pupitres de Bellaterra nos sentábamos muchos jovenzuelos que aspirábamos a abrirnos camino en el mundo del periodismo (González Cabezas, Gómez Mompart, Erviti, Assumpta Soria, Maria Eulalia Massana, Jordi Palarea, Ramón Colom, Rosa Marqueta, servidor...) y las clases de Pernau contribuyeron en buena medida a cimentar nuestro interés y satisfacer nuestra curiosidad.
Cuando finalizamos los estudios muchos tuvimos la suerte de ser compañeros suyos. En el grupo Zeta, en el Periódico de Catalunya, en la Asociación de la Prensa de Barcelona... ¡¡Uff!! Qué recuerdos. Qué emociones.
Mi amor por el ejercicio del periodismo se debe en un buen porcentaje a la capacidad que Pernau tuvo de enseñarme a quererlo. Creo que debió conseguirlo porque aquí sigo. Y con la rapidez que exige el oficio, apenas me entero de su fallecimiento enhebro estas breves líneas de reconocimiento, respeto y cariño. Buen viaje, querido profesor... y amigo.
J.T.
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