lunes, 9 de diciembre de 2024

El ruido del poder y el silencio del pueblo


“No me da miedo el ruido del poder, no me dan miedo los tanques, me da miedo el silencio del pueblo”. Hasta la saciedad repitió Julio Anguita estas palabras, tan vivas hoy como el día en que las pronunció. Ruido, ruido, ruido. Antes de sables y ahora de togas o de guasaps envenenados. Ruido en el Congreso, ruido en demasiadas redacciones, ruido en muchos juzgados y en según qué jefaturas de gabinete donde sus responsables andan desatados. Ruido ensordecedor por parte de los mismos que se cargaron la preeminencia de Podemos porque hacían demasiado ruido, ¿no es maravilloso? 


Ruido en todas partes menos en la calle, ha de ocurrir una desgracia como la de Valencia para que empecemos a movilizarnos… un poquito. A mí me parece la puntita nada más, lo siento mucho, hay miles de razones por las que deberíamos estar haciendo un ruido en la calle cada vez más imprescindible para preservar la democracia y no lo hacemos. No plantamos suficiente cara al discurso facha, nos callamos por discreción, por pereza o por miedo. Y ellos van avanzando posiciones en los ámbitos familiares, en las reuniones de amigos, en los taxis o en los bares. Parece como si nos faltara sangre en las venas para contestar como se merecen. Estamos paralizados mientras la ultraderecha va tirando de una inventiva cada vez más tóxica que consigue calar, permanecemos inmóviles mientras los conjurados contra el gobierno consiguen que sus mensajes se reproduzcan por esporas sin que casi nadie pegue un puñetazo encima de la mesa y ponga las cosas en su sitio. Es fácil, porque a quienes mienten es fácil sacarles los colores. Pues no, son ellos quienes consiguen imponer su discurso, obedientes todos al célebre “Quien pueda hacer, que haga” del ínclito Aznar, ese eterno malencarado. 


Por arte de magia no se va a solucionar la catástrofe de la sanidad ni tantas otras, sin pelea no se va a parar el destrozo de la universidad pública, que durante décadas ha sido el principal igualador de oportunidades de la sociedad española. Coincido con quienes afirman que no luchar para frenar tamaño abandono ni para impedir el crecimiento de los centros privados es un error que se pagará caro. Algo parece moverse entre los estudiantes, pero me temo que tendrán que alzar mucho más la voz si quieren que las huestes mediáticas se vean obligadas a hacerse eco de ello en lugar de usar sus primeras páginas para ultrajar a diario el oficio periodístico.


Retrasmiten en directo el retroceso que nos amenaza y nos quedamos cruzados de brazos tan panchos. Que un templo de la democracia como en teoría ha de ser nuestro Senado albergue un encuentro internacional de negacionistas, de enemigos del aborto y de los derechos de los homosexuales, que eso ocurra y nadie diga de una vez hasta aquí hemos llegado es algo que no alcanzo a entender ¿qué será lo próximo, una propuesta para discutir si la tierra es plana o no? Se envalentonan y se ríen en nuestra cara. Y para más inri, se han acostumbrado a burlarse de nuestro sentido común porque se atreven a proclamar que lo hacen en nombre de la libertad.


Como escribían el otro día en este mismo diario mis compañeros de “Tremending”, si buscas la palabra "libertad" en el diccionario del PP te aparece el maserati del novio de Ayuso, Alfonso Guerra añorando los chistes de homosexuales o Pablo Motos criticando al ministerio de Igualdad, al de antes, claro. Por no hablar del uso que hacen del término libertad según qué portadistas u opinadores de diarios como ABC, La Razón o El Mundo: ¿Que no soy capaz de titular con un bulo en primera? ¡Agárrame el cubata! Y acto seguido se disponen a perpetrar el dislate del día con la tranquilidad que proporciona saberse bien respaldados. Existe mucho más y mejor periodismo que el que se hace en buena parte de los cenáculos madrileños, Madrid DF como se ha puesto de moda decir. Pero nos dejamos marcar la agenda por quienes apuestan por la crispación. Hago mías estas palabras de Javier Aroca a propósito de este watergate que tenemos entre manos llamado "filtraciones": "Los que más saben de eso en este país son los periodistas políticos de Madrid. Si ellos quisieran sabríamos lo que ha pasado. Pero no hablan: 1) Por deontología profesional 2) Por miedo. 3) Porque están en el ajo y por eso no hablan”.


Hay miedo entre los políticos, los periodistas y los jueces honestos que tendrían la posibilidad de parar todo esto de una vez y no entiendo por qué no lo hacen. Saben que si no te alineas con los profesionales de la infamia en cualquiera de estos tres ámbitos, al final te van a acabar crucificando igual ¿A qué esperan pues para hacer lo que tienen que hacer, que además saben hacerlo? Aunque solo sea por dignidad porque, como también decía Julio Anguita, “con la dignidad no se come, pero un pueblo sin dignidad se pone de rodillas y termina sin comer”.


J.T.

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