lunes, 8 de abril de 2024

En el 80 aniversario de la muerte de Chaves Nogales


Llevo un tiempo preguntándome qué diría y qué cosas escribiría Manuel Chaves Nogales si le hubiera tocado vivir el momento canalla por el que atraviesa el periodismo de nuestro país en estos momentos. Me pregunto cómo reaccionaría ante las infames portadas diarias de la mayoría de los medios, qué comentarios haría a propósito de tanto personaje ultramontano como se mueve últimamente en el panorama periodístico de nuestro país, cómo valoraría los rifirrafes parlamentarios, cómo se enfrentaría al uso de la mentira sin escrúpulos por parte de políticos y periodistas. ¿Tendría cuenta de twitter o de instagram, sería activo en redes, podría realizar hoy los viajes que entonces hizo, publicar las entrevistas y reportajes que en sus tiempos pudo conseguir?


En la facultad nunca nos hablaron de Manuel Chaves Nogales, de cuya muerte se cumplen ahora ochenta años. Entre mis profesores de Periodismo estaban Manuel Vázquez Montalbán, Romà Gubern o Josep Pernau. ¿Sabían ellos y sus compañeros de claustro quién era la persona cuya calidad periodística habría enriquecido sin duda alguna nuestro aprendizaje en la entonces recién nacida facultad de Periodismo de Barcelona? No sé qué pensar. Corrían los primeros años de la década de los setenta y Chaves había muerto en Londres en 1944 de una peritonitis, solo y olvidado. Olvidado y condenado a muerte por el franquismo después de muerto. 


Como no pudieron matarlo, decretaron su inexistencia ¿y cuál había sido su delito? No casarse con nadie desde que con dieciocho años empezó a ejercer en Sevilla el oficio de contar. Se limitó siempre a andar, viajar, llegar a los sitios y escribir lo que veía y lo que oía. Nada más y nada menos, periodismo en estado puro redactado de manera impecable. Hasta llegó a embarcarse en un viaje en avión por toda Europa (Bakú, Berlín, Leningrado…) para escribir después una serie de reportajes narrando lo que había vivido.


Era reporterismo y era literatura. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y  soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer –contaba en el prólogo de su libro “A sangre y fuego-, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí”.


Se relacionó con Unamuno, con Azorín, con García Lorca, Cernuda Baroja, Marañón, Valle Inclán… De la obra de todos ellos tuvimos noticia en la facultad pero de Chaves Nogales, ni una palabra. Si mis profesores universitarios sabían algo de él, no puedo entender por qué nunca mencionaron siquiera el nombre de este periodista y escritor sevillano nacido en1897. Y si no sabían nada, cosa que me cuesta creer, desde luego la eficacia del franquismo al decidir borrarlo del mapa estaba claro que había cumplido su objetivo. 


El asunto es serio porque el desempeño profesional de Chaves Nogales no pasó precisamente desapercibido en su época. Con 33 años, era ya director del diario madrileño “Ahora”, periódico republicano de centroizquierda que se encontraba entre los más influyentes de la época. Fue cronista, analista pero sobre todo un reportero prolífico que procuraba ser ecuánime, lo que no quiere decir equidistante, ni mucho menos. Aunque murió joven, con 46 años, a fe que el tiempo le dio de sí. Escribía fluido, entendible, y ningún tema de actualidad escapaba a su interés ni a su pluma. Al ser sevillano (nació  en la misma calle que Antonio Machado) dedicó algunos de sus trabajos al costumbrismo de su tierra, a la ciudad y sus habitantes, la semana santa, el rocío… y allá donde ponía el foco, ponía también el dedo en la llaga. 


Merced en gran parte al trabajo de la investigadora María Isabel Cintas, casi estaba acabando ya el siglo XX cuando el boca a oído en el mundo del periodismo y la literatura empezó a ocuparse en España de la memoria de Chaves Nogales. Era republicano y demócrata pero no sectario, y eso le supuso contraer enemistades hasta en el exilio republicano parisiense, donde llegaron a acusarlo de ser poco comprometido. Pero él, como decíamos, se limitaba a andar y contar. A lo largo de su carrera entrevistó a personajes de todo tipo, desde al torero Juan Belmonte, de quien escribió un libro que es una joya, hasta a canallas como Joseph Goebbels, a quien le dedicó una página impar en el diario “Ahora” en mayo de 1933 retratándolo tal y como era. El nazi no se lo perdonó nunca. 


En París no lo mataron porque no lo pillaron. Como le habría ocurrido en España, donde contaba con enemigos en los dos bandos, así que apenas vio que el gobierno republicano salía huyendo de Madrid a Valencia a finales de 1936, entendió que él también tenía que marcharse: “Me expatrié –escribió- cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya por España. Fue entonces cuando se instaló en Francia con su mujer y sus tres primeros hijos. Allí continuó su frenética actividad profesional hasta que los nazis tomaron París y se vio obligado a huir solo a Inglaterra en 1940 mientras su familia regresaba a España. En Londres no paró quieto. Sus artículos se publicaron en periódicos y revistas de todo el mundo, lo que significa que su trabajo podía encontrarse con facilidad en hemerotecas de Australia, Brasil, México, Italia, Estados Unidos, o Colombia ¿Cómo era posible que mis profesores no nos hubieran hablado nunca de él?


A medida que leo y repaso los cinco volúmenes que reúnen su obra, recopilados por la profesora Cintas y editados no hace demasiado tiempo por la Diputación de Sevilla, entiendo menos aún el silencio de tantas décadas. Mi compañero y amigo Luis Felipe Torrente, junto a Daniel Suberviola, elaboraron un documental sobre su figura (“El hombre que estaba allí”) que recomiendo vivamente, pero son pocos aún los estudios que existen sobre una persona cuyo trabajo merece ser difundido y leído bastante más de lo que hasta ahora ha sido.


He querido hacer esta reflexión sobre Chaves Nogales por estos días en que se cumple el 80 aniversario de su muerte y, como decía al principio, me pregunto de qué manera estaría contando él este momento político y periodístico que vivimos ahora mismo en España ¿Dónde están los Chaves Nogales de ahora? Seguro que existen, pero… ¿podrían desarrollar el oficio como lo hizo él en su día? ¿conseguirían que alguien pusiera dinero para poder elaborar ese tipo de reportajes? Diré más ¿podría vivir del periodismo Chaves Nogales si se encontrara hoy entre nosotros? ¿dónde escribiría? Lo que más gracia me hace es que muchos de quienes ahora hablan bien de él, muchos de los que presumen de conocer su obra, están ejerciendo hoy en nuestros medios el oficio periodístico de una manera infame que Chaves no dudaría en condenar. 


Fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio londinense de North Sheen y allí sigue. Menos ignorado de lo que estuvo durante décadas, eso sí, merced al aún reciente rescate de su nombre y de su trabajo. Espero que las facultades de periodismo estén ya ocupándose por fin tanto de su figura como de su obra. Sería bueno para el periodismo, para la literatura, para la memoria y para la salud de nuestra democracia.


J.T. 


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