lunes, 8 de febrero de 2021

10 de las 1.000 razones por las que Pablo Casado tiene que irse ya

1. Inmadurez

Una buena parte de las cosas que dice asombran por su escasa enjundia. Siempre parece estar esforzándose por mantener la compostura, transmite la misma sensación que el actor que sube al escenario sin saberse muy bien el papel, con la mirada semiperdida buscando la ayuda del apuntador o, lo que es peor, evidenciando que no se cree las cosas que está contando, que no consigue meterse en el personaje. Hasta para ser impostor hay que ser profesional.

2. Inconsistencia

Le falta un hervor. O varios. Lo único que parece aprendió bien de sus antecesores fue la capacidad de mentir y su carencia de vergüenza. Pero no debió darle tiempo a comprender que para rentabilizar esas cualidades hay que saber acompañarlas de cierta socarronería, como era y es el caso de Rajoy, o de una cara de mala leche que infunda miedo como Aznar. Casado parece más bien desvalido, tanto que a veces, cuando empieza a soltar disparates, en vez de propinarle un buen guantazo te dan ganas de acunarlo porque lo intuyes débil, desamparado, frágil. ¡Pobre!, ni para cabrón vale.

3. Falta de preparación

Si ha leído mucho, la verdad es que lo disimula muy bien. Igual somos injustos pero, ¿alguna vez le hemos oído hablar de literatura, de música, de cine, de filosofía…? ¿visita museos, viaja? En sus múltiples y ubicuos canutazos, siempre parece recitar algo que momentos antes ha aprendido de memoria junto al spin doctor de turno, una réplica, una puya, una provocación, algo para buscar titulares que le ayude a mantener esa atmósfera de crispación que le han debido decir que le beneficia. O ni eso, a lo mejor es pura y simple desesperación cada vez que ve una encuesta y constata cómo Vox apenas baja y él apenas sube.

4. Carencia de empaque

Si, como evidenció aquella célebre foto, gusta de ponerse a pensar delante del espejo, igual no acaba de gustarle el reflejo que este le devuelve. Alguien debió de aconsejarle que se dejara barba para infundir más respeto, pero ni bajo ella consigue esconder al bisoño que lleva dentro. Sin traje y sin barba podría perfectamente pasar por el universitario que nunca fue. Todavía, si se lo propone, podría dar el pego por el césped de cualquiera de esas facultades por cuyos pasillos apenas se le vio.

5. No transmite autoridad

El último congreso de su partido le otorgó todo el poder, y seguro que en los despachos de la sede lo ejerce firmando disposiciones, resolviendo contenciosos y, tomando decisiones, pero de puertas hacia fuera lo que parece es un lechuguino en peligro a quien a las primeras de cambio lo puede chulear cualquiera de los suyos. No resiste la comparación con ninguno de sus predecesores, porque Aznar era resolutivo y Rajoy, a pesar de su afición al tancredismo cuando tenía que pegar un puñetazo en la mesa lo pegaba. Por no hablar de “don Manuel”, que si levantara la cabeza y lo viera sentado en la que fue su silla, seguro que se pillaba uno de aquellos célebres cabreos suyos en los que temblaban los cimientos de Génova. Hasta con Hernández Mancha sale Casado perdiendo en las comparaciones.

6. Torpeza en la formación de equipos

Si tú eliges a alguien como Cayetana a tu lado, has de tener claro que va a hacer lo que hizo. Destituirla fue un error porque dejó a la luz a un Casado incapaz de resolver la insubordinación. En lugar de autoridad, pareció actuar con miedo y el resultado no está siendo mejor. Tanto la sustituta como portavoz en el Congreso, como García Egea o él mismo se empeñan en mantener la misma agresividad que la que exhibía la destituida. Pero con menos cultura y, por supuesto, con menos estilo. Hasta para insultar hay que tener clase.

7. Su brujuleo desconcierta

Es cierto que los políticos han de manejar el arte de decir ahora una cosa y poco después la contraria. Pero tal cometido exige la habilidad suficiente para no hacer un ridículo en el que Casado incurre con excesiva frecuencia. Los cambios de opinión, el olvido de las promesas indignan al respetable. Y en su caso resulta patético. Por eso apenas rasca bola en autonomías históricas como Euskadi o Catalunya. En cuanto a Galicia, habría que ver qué ocurría si no estuviera Feijóo.

8. Incapacidad para ejercer una oposición constructiva

Hay que reconocerle una habilidad: la de haber convertido el Congreso de los Diputados en un lugar cada vez más odiable. Hubo un tiempo en que los plenos eran divertidos, otros interesantes, siempre han existido momentos agrios, es verdad, pero ahora son directamente desagradables. Vomitivos. Tardaremos mucho tiempo en olvidar la horrible crispación por la que apostó durante los días más complicados del primer confinamiento. El miedo que teníamos en el cuerpo aumentaba cada vez que veíamos cómo se comportaban tanto él como su equipo en aquellos trágicos momentos. Y ahí siguen con el raca-raca.

9. Deslealtad en cuestiones de Estado

Sus intentos de torpedear las ayudas europeas para recuperarnos de los efectos de la pandemia los pagará caros. Los ciudadanos no van a olvidar la deslealtad que supuso intentar boicotear las negociaciones del gobierno de coalición para conseguir unos fondos imprescindibles que nos ayuden a levantar cabeza. Su empeño en no desbloquear situaciones enquistadas como la de Televisión Española o el Consejo General del Poder Judicial demuestran escasa altura de miras y lo que es peor: miedo a las consecuencias de las fechorías que el PP tiene pendientes de juicio. Por mucho que se empeñe en que el pasado sea el pasado… mona se queda.

10. No consigue captar nuevos adeptos ni recuperar votantes perdidos

Tampoco le ayuda esa imagen de crispación permanente, de duda, ese empeño en criticar, insultar y torpedear sin apenas realizar propuestas. Esa propensión a ser previsible: cada vez podemos adivinar mejor, sin riesgo de equivocarnos, cuál va a ser su próxima declaración antes que se produzca. Basta con saber qué hace y dice el gobierno para tener claro qué va a contestar el PP. No sorprenden, no animan, no captan nuevos adeptos y muchos de los antiguos se les siguen escapando por las alcantarillas hacia los dominios de la ultraderecha. Quienes los continúan votando aún lo hacen, sobre todo, para intentar impedir que gane la izquierda. Pero proponer lo que se dice proponer… Pablo Casado no propone nada. Ni pincha ni corta, ¿O sí? 

A saber qué es peor.

Hasta aquí por hoy, con el permiso del lector, las primeras 10 razones de las 1.000 existentes para sugerirle a Casado que se vaya a su casa. Las 990 restantes, si les parece, las dejamos para otro día. O días.

J.T.

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