sábado, 27 de abril de 2019

No queda sino votar



Que el Financial Times, y también The Economist, en sendos editoriales, defiendan la gestión de Pedro Sánchez por su moderación y lleguen incluso a pedir el voto para él, alienta aunque no alivie del todo. Suena bien, lo reconozco, pero se queda corto. Un análisis completo de lo sucedido en los últimos diez meses ha de incluir forzosamente el papel jugado por Podemos desde que esta formación política decidió respaldar la moción de censura que consiguió acabar con el infame gobierno Mariano Rajoy.

Los compañeros de la prensa extranjera, que desembarcan estos días en nuestro país porque quieren entender lo que está ocurriendo viviéndolo de cerca, no dejan de asombrarse con el espectáculo inédito que estamos ofreciendo al mundo y nos preguntan qué demonios nos ha pasado en los últimos tiempos. No entienden la resurrección del fascismo, las referencias constantes a un terrorismo desaparecido hace ya ocho años, las proclamas de trabajadores explotados dispuestos a votar a partidos que los explotarán más todavía, la ausencia de propuestas en los mítines donde se repiten encendidas consignas que remiten a tiempos oscuros...

Parece claro que un gobierno de izquierdas es la única opción razonable y tranquilizadora que puede y debe salir de las urnas este domingo, pero ¿dónde están los votos necesarios?, ¿cómo recuperarlos?, ¿es posible que quienes en otras ocasiones votaron opciones progresistas piensen que no hacerlo esta vez puede reportarles algún beneficio? Lo que está sucediendo en nuestro país desde que la izquierda consiguió echar de la Moncloa al Partido Popular es una buena noticia que seguro les hace reflexionar. La gente de bien quiere prorrogar ese dibujo, y para eso solo es necesario un pequeño detalle: llenar las urnas de votos progresistas, como se hizo otras veces.

Algunos corresponsales extranjeros que hablan conmigo estos días buscan razones para entender el farragoso panorama con el que se han encontrado al ir a mítines y al hablar con la gente de la calle, y yo no sé si acierto a explicárselo con una mínima claridad. La derecha, les digo, representada por imberbes lechuguinos sin recorrido ni vergüenza, intuye que tardaría mucho tiempo en volver a las instituciones si la opción de izquierdas se consolida. Eso significaría no solo la pérdida de privilegios, sino una merma de impunidades que acabaría sacando a la luz más corrupción y más cloacas. Le tienen un miedo horrible a que se levanten las alfombras, necesitan que eso no suceda al precio que sea y para ello no encuentran más solución que recurrir a todas las artimañas que el juego sucio les pueda permitir. Por eso no proponen y solo desacreditan, por eso les da igual las propuestas y buscan solo la manera de agitar miedos, fantasmas y soflamas nacionalistas. Como si apropiarse de la bandera común y envolverse en ella fuera la pócima mágica que todo lo soluciona. No quieren mejorar la vida de la gente sino solo la suya, y para eso es necesario que la izquierda no sume.

Amigos corresponsales extranjeros: lo que está ocurriendo aquí es que la derecha, aparte de necesitar el poder para evitar más cárcel y oprobio público, teme que el ciudadano normal tenga tiempo de verificar que una política como la practicada por el gobierno español en los últimos meses es eficaz, produce tranquilidad y obtiene el reconocimiento de los predios internacionales. Quienes han decidido resucitar fantasmas de hace cuarenta años sabrán por qué lo han hecho. A mí desde luego me cuesta trabajo concebirlo, como tampoco entiendo por qué, en ese panorama confuso y encanallado nos hemos dedicado, todos, a hablar del humo olvidándonos del fuego.

Sería una mala noticia descubrir, tras la apertura de las urnas, que los gamberros han conseguido sus objetivos. Me niego a creer que, tras habernos librarnos de tantos fantasmas, volvamos a vivir tiempos de pesadilla. La prensa extranjera ha intuido el riesgo, quizás con más clarividencia que nosotros, y por eso dedica incluso editoriales a valorar la gestión de un gobierno al que califica de moderado. Si infame fue el gobierno de Rajoy, ¿qué adjetivo deberíamos aplicar a uno compuesto por el tripartito de derechas?

No queda sino votar, queridos amigos. Y que tras el escrutinio un gobierno de izquierdas, mejor en coalición que monocolor, aleje del panorama, ya dotado de solidez, tanto despropósito y desprejuicio como, por parte de las tres opciones de derechas, venimos sufriendo desde que el partido de los corruptos fue desalojado del palacio de la Moncloa. De lo contrario, como dice mi amigo José María Perceval, “el lunes el abstencionista deberá ser consecuente con su decisión por “pijeras”, por presuntuoso, por listillo, por ir de “pureta”... y deberá asumir la responsabilidad de lo que no ha votado”.

J.T.

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