Se frotan los ojos y no se lo acaban de creer. En ningún momento contaron con ser desalojados como está a punto de ocurrir. Patalean y se revuelven sin acabar de asimilarlo. No puede ser verdad, ¿cómo ha podido pasar esto? No les preocupan las políticas sociales que quedan pendientes, ni la desigualdad que jamás combatieron con la suficiente convicción. Todo es mucho más prosaico, porque nunca fueron esas sus prioridades sino conservar el poder a cualquier precio. Se les iba la fuerza por la boca y actuaban con la desidia propia de quien cuenta con tener por delante todo el tiempo del mundo.
Cuarenta años y el tejido industrial sigue siendo una miseria, cuarenta años y los índices de paro continúan en niveles escandalosos, cuarenta años y la televisión pública no hay manera de verla sin que produzca vergüenza sintonizarla. Cuarenta años relajados y permitiendo a su alrededor una red de clientes que llevan semanas temblando, ¿qué va a ser de mí, dios mío, qué va a ser de mi chiringuito? ¿Cuántos papeles habrán ido a la trituradora durante las últimas semanas? Tienen muchas cosas que ocultar y no se les había ocurrido prepararse para el desalojo. Dios mío, cuando empiecen a levantar alfombras, ¿encontrarán algo, habremos destruido lo suficiente para borrar todo rastro y que no acaben empurándonos?
Con la coartada de que los otros son la encarnación del mal, han hecho durante lustros lo que les ha dado la gana. Zarrías y Pizarro fueron dos expertos tejedores y Susana heredó la tela ya confeccionada. Se les olvidó que la gente cabreada es determinante en democracia, porque se quedan en casa cuando hay que votar, o porque van y votan a quien les regala el oído sin tomarse la molestia, ¡qué pereza! de leerse el programa de los embaucadores.
Creyeron que era imposible que pasara lo que está a punto de pasar y se equivocaron. Y ahora, mientras lloran por las esquinas su error de cálculo, rezan para que les haya dado tiempo a tapar bien sus miserias antes del infame pero inapelable relevo.
Es una putada lo que va a pasar, pero también una lección que espero no olviden. A ver si son capaces de arrinconar para siempre la petulancia y la soberbia con la que gestionaron el poder durante tantos años y se ponen a trabajar, a partir del mismo instante en que tenga lugar el traspaso de poderes, para recuperar cuanto antes lo que nunca debieron perder si hubieran querido gobernar teniendo en cuenta antes los intereses de los ciudadanos que los suyos propios.
J.T.
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