Seduce el punto rebelde de la asonada catalana, esa determinación para hacer partícipe de sus convicciones al mundo entero, esa habilidad para colocar sus mensajes, unos con más verdades que otros, esa probada eficacia a la hora de organizar movilizaciones. Pero no consiguen, y bien que lo intentan, hacer olvidar que Puigdemont y compañía son los herederos del partido del tres por ciento con un patriarca jefe, ahora desparecido en combate, cabecilla de una trama corrupta familiar cuyo hijo mayor lleva ya un tiempo durmiendo en la cárcel. La derecha corrupta catalana ha desafiado a la derecha corrupta del resto de España, robándole de paso la cartera a una izquierda nacida tras el 15M que se dispersa en sus propias peleas, y otra antigua izquierda, la socialista, que sobrevive desde hace tiempo a base de manotazos desesperados para no acabar ahogándose del todo.
La derecha corrupta catalana le ha plantado cara al PP y con ello ha conseguido algo que era obligación de la izquierda española haber demostrado. Ha puesto en evidencia la verdadera cara de Rajoy, su partido y su gobierno. Ha logrado que por fin actúen como corresponde al ADN del espíritu fundacional del Partido Popular. Los seis años de gobierno PP cierran ahora un ciclo de atropello a las libertades y a infinidad de derechos sociales y laborales para entrar, a partir de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, en una dura etapa de tintes totalitarios, ya sin disimulo alguno, en la que comienzan con Catalunya, pero que podría continuar en otras Comunidades.
Pero ni el carácter tiránico que tiene la manera elegida por el PP para aplicar el 155 permite olvidar el escandaloso desarrollo de los plenos del Parlament los días 6 y 7 de septiembre. Dos derechas corruptas se encuentran enfrentadas a cara de perro y una de ellas está arropada por la monarquía. Moncloa y Zarzuela se han embarcado en una apuesta de incierto desenlace. Podíamos haberle presentado a Europa la imagen de un país dialogante que sabe resolver civilizadamente sus discrepancias y sin embargo estamos ofreciendo la versión triste de una comunidad de vecinos cutre que Es capaz de liarse a palos por el importe de la derrama. Olvidan Rajoy y el rey que a Bruselas le da igual que seamos una monarquía o una república: lo que quieren es que no les toquemos las narices con una pelea que amenace la estabilidad del proyecto europeo.
La izquierda ha perdido la oportunidad de plantarle cara al corrupto y nacionalista PP y, mire usted por dónde, quienes se encaran a Rajoy son otros nacionalistas corruptos. Y Albert Rivera, frotándose las manos.
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