jueves, 20 de agosto de 2015

En la tumba de Antonio Machado


Nunca hasta ahora había estado en Colliure y nunca me alegraré lo suficiente de haber encontrado por fin la ocasión. En el centro de este precioso pueblo del sur de Francia, apenas a doscientos metros del mar, está el cementerio antiguo. Y allí, nada más entrar, como bien sabéis quienes la habéis visitado, se encuentra la tumba de Antonio Machado.

Necesité permanecer en el lugar más de media hora para poner en orden las muchas cosas que me venían a la memoria nada más pisarlo. Hace más de cincuenta años que la obra de Machado forma parte de mi vida. Muchas de las reflexiones de Juan de Mairena, el más conocido de los heterónimos apócrifos de Machado, las tuve tiempo escritas en un papel y colgadas con chinchetas en la pared de la habitación de mi colegio mayor.

Como nos ocurre a tantos, puedo recitar de memoria muchas de sus composiciones poéticas y algunas, gracias a Joan Manuel Serrat, también cantarlas. Machado ocupa un lugar privilegiado entre quienes me enseñaron a pensar, a sentir, a encontrarle sentido a la lucha, a creer y a no creer, a soñar y a tener los ojos bien abiertos...

Aquel mediodía de este mes de agosto en que estuve en el cementerio de Colliure recordé olores y sabores de etapas de mi vida ya muy amortizadas y llegué a sentir ese alivio de quien por fin consigue saldar una deuda. No muy lejos está la pensión donde murió, tres días después que su madre y cuando apenas hacía un mes que ambos habían conseguido pasar la frontera de Port Bou huyendo de las tropas franquistas. Ligeros de equipaje y con una enorme pena en el alma. Como el más de medio millón de personas que huyeron de España a Francia, camino del exilio, en los dos primeros meses de 1939. Intentando imaginar esta atmósfera me vinieron efluvios de "Soldados de Salamina", la conocida novela de Javier Cercas.

Efluvios enriquecidos, un par de días después de pasar por Coliure, por una visita que hice también a Agullana, el pueblo ampurdanés cercano a La Jonquera donde recalaron, al final de la guerra, antes de rebasar el paso fronterizo, tanto Negrín como Azaña, Martínez Barrio, Companys o Aguirre. Allí estuvo el famoso oro de Moscú, la sede de la embajada rusa y la de algunos ministerios del gobierno republicano. Días de dramático trasiego cuyo recuerdo estremece a medida que te acercas al paso fronterizo, apenas a cinco kilómetros de Agullana.

Un paso fronterizo en tiempos de guerra es como un "match point", que diría Woddy Allen. A un lado la muerte en el paredón o en la cuneta. Al otro, un futuro incierto que reiniciar con lo puesto. Aún así, a Machado no le dio tiempo. El tabaco y la pena lo acabaron matando en pocas semanas. Y ahí está, en Colliure, siempre con flores frescas y mensajes cariñosos en su tumba, con un incesante goteo de visitantes del que doy fe y del que me alegro mucho porque no podemos olvidarnos nunca de él ni de su doctrina.Volviendo a "Soldados de Salamina", uno siempre está vivo mientras exista alguien que lo recuerde.

Entre los centenares de frases de "don" Antonio Machado que podría haber elegido para finalizar este post, he decidido apostar por ésta: "Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura".

Y el que pueda entender, que entienda.

J.T.

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La foto es de Alicia G. Montano

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