domingo, 26 de agosto de 2012

¡¡¡NO A LAS DECLARACIONES ENLATADAS!!!


No les basta con “intereconomizar” Televisión Española. 

Les parece insuficiente la babosa sumisión de tantas radios, revistas, teles… de tantos periódicos cuyo impresentable trabajo sucio avergüenza a los profesionales del oficio periodístico, pero cuyos gestores están dispuestos a lamer todo lo que haya que lamer a cambio de esos siempre intangibles platos de lentejas que son las inserciones publicitarias. 

Ni aún así se fían. 

Y ahí hemos tenido últimamente, por ejemplo, a la inefable Fátima Báñez remitiendo, muy ufana ella, declaraciones enlatadas para hablar de la prórroga de los cuatrocientos euros de marras a los parados de larga duración antes que se conociera la letra pequeña del farragoso y marrullero asunto. Las razones por las que Fátima y otros devotos ministros optan por las declaraciones enlatadas las conocemos todos, o nos las imaginamos: miedo a las preguntas, inseguridad a la hora de saber salir de según qué atolladeros, engreimiento, suficiencia, equivocada interpretación de lo que significa una mayoría absoluta… Pero da igual. 


Lo grave no es que se atrevan a enlatar declaraciones y enviarlas a los medios, que lo es y mucho. Lo grave es que luego vayan muchos de esos medios y las emitan sin precisar siquiera que el contenido –que puede tener interés periodístico, no digo que no- está elaborado con técnicas puramente propagandísticas y al margen de lo que es una de las más irrenunciables conquistas de la vida en democracia: el cara a cara entre el gestor público y el periodista que puede y debe preguntarle –mire usted por dónde- justo lo que el político quiere evitar que se le pregunte. 

Esto no puede continuar así 

A las ruedas de prensa sin preguntas, a la señal realizada por ellos mismos de buena parte de los actos que celebran, viene a sumarse ahora esto: las declaraciones enlatadas. Insisto: en democracia, queridos y nunca suficientemente bien ponderados políticos españoles, las reglas del juego en materia de comunicación son que el periodista cuenta y pregunta lo que él, el profesional de la información, entiende interesante. Y el político, si no le gusta lo que se le pregunta, tiene todo el derecho a poner mala cara, a cabrearse, a insultar si quiere, pero tiene que asumir que las cosas son como son y no como él quisiera que fueran. Por mucho que mande. Por poderoso que sea. 

Creedme que me produce cierto hastío, y hasta cierta vergüenza tener que estar repitiendo siempre lo mismo. Pero visto lo visto, me temo que tendré que continuar dando la tabarra con este asunto una y otra vez. 

Continuaré haciéndolo tantas veces como ellos pretendan cercenar la innegociable libertad que necesita el oficio periodístico para vitaminar la vida en común. Muchos quieren directa y descaradamente, sin ningún pudor, acabar con esa libertad. 

Saben que no lo conseguirán, pero como no van a dejar de poner empeño en ello nosotros tampoco podemos bajar la guardia ni un solo minuto. 

¿Qué tal si empezáramos por devolver a su remitente las declaraciones enlatadas, por abandonar las ruedas de prensa en las que no se admitan preguntas, por no aceptar señales de actos en cuya realización audiovisual no intervenga ningún profesional del medio que ha de emitirlas? 

J.T.

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