lunes, 16 de enero de 2012

Un amor incondicional



Decides entrar a mojar tu soledad en la barra de ese bar por el que acabas de pasar y desde que vuelves sobre tus pasos, entras y decides qué vino pides… ella ya te está mirando.

Aquí me tienes, parece decir. Sé que no bebes para olvidar, pero si recurres a mí, es seguro que no olvidarás nunca lo que ahora mismo estás pensando.

Lo que estás pensando puede ser un poema, un memorial de agravios, el esquema de un informe pendiente, una chorrada, una idea fugaz o el cálculo de lo que te queda de hipoteca. Y para todo te vale ella.

Llevas el móvil pero no es lo mismo. No encuentras con qué escribir, pero siempre tendrás a mano el bolígrafo carcomido con el que el camarero marca el 1x2 de las quinielas.

Y está ella

Ella no te abandona nunca y siempre parece como si te estuviera esperando. Ella sabe lo útil que puede llegar a serte. Sabe que es muy posible que te olvides con rapidez de su existencia y sólo vuelvas a acordarte de vuestra relación cuando llegues a tu casa y te vacíes los bolsillos.

Con ella sí, con ella te vuelcas, te desahogas y se lo cuentas todo. Y hasta se lo dejas por escrito. Escribes mientras escuchas abstraído, cual música de fondo, las por lo general insustanciales conversaciones de quienes te rodean.

Mientras vas rellenando renglones, ella recibe encantada el producto de tus reflexiones y aspira a no caer, nunca mejor dicho, en saco roto.

Ella, la servilleta de bar en la que estoy escribiendo ahora mismo, espera que aquello que desarrolles en su mínima y frágil superficie de celulosa acabes pasándolo a limpio al llegar a casa.

Pasándolo a limpio y si es posible, como estoy haciendo ya en este preciso instante, volcándolo en un blog que deje constancia de lo útil que te fue. 

J.T.

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