Risto le debe su carrera al desprejuicio con el que practica la insolencia, a la grosería y habilidad para el desprecio, a su capacidad para ensañarse con jóvenes concursantes en programas televisivos. Punto. Por eso me produjo cierta ternura verlo descompuesto el otro día cuando la eurodiputada Irene Montero denunciaba, en el programa que el reputado publicista dirige ahora en Cuatro, el peligro de dar voz a neonazis desokupas en los medios de comunicación contribuyendo así al blanqueo de actividades delictivas.
Desencajado, Mejide recurrió a sus peores artes cuando se vio desbordado por los argumentos de una representante pública que no se arruga a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Montero había sido invitada para valorar la querella contra ella de un fascista de Desokupa quien, tras amenazar con que iría a montar el pollo a la presentación de su libro, finalmente no acudió. El problema no son los neonazis que amenazan y se lucran con el odio, vino a decir, sino quienes como Ana Rosa Quintana, dueña de más de cuarenta pisos, les facilitan difundir sus mensajes, blanquean la violencia que ejercen echando a gente de sus casas, los legitiman y contribuyen a envalentonarlos.
Ahí fue cuando al tal Mejide le salió el pendenciero que lleva dentro: que si la ex ministra estaba aprovechando para soltar un mitin, que si se empeñaba en convertir la entrevista en un lodazal, que si este programa no es tu ariete personal, que si no estoy dispuesto a permitir… Como Irene no se amedrentaba y continuaba respondiéndole con educación pero con firmeza, Mejide acabó recurriendo al tono paternalista y condescendiente: “¿Has dicho ya todo lo que tenías que decir, Irene?”, le soltó con la impune agresividad que le hizo famoso como jurado televisivo.
Tan esperpéntico episodio me lleva a plantear aquí algunas cuestiones: ¿Habría actuado Risto del mismo modo si, en lugar de haber sido Ana Rosa Quintana la presentadora aludida por Montero, la persona citada hubiera pertenecido a otra cadena televisiva que no fuera Mediaset? ¿Le tiene miedo a Ana Rosa, se lo tuvo quizás a los dueños de Telecinco, temió por el futuro de su programa si no saltaba a la yugular de la entrevistada, habilidad que, por cierto, este profesional de la intimidación tiene sobradamente demostrada?
¿Cómo es posible que un señor a quien no ha elegido nadie trate con esa falta de consideración a una representante pública? ¿por qué parece comúnmente admitido que sea tabú nombrar a según qué personas sin perífrasis ni sobreentendidos, dar a conocer a la ciudadanía sus actividades para que ciertas cosas se entiendan mejor? ¿Por qué hablar con claridad hay a quien le parece una osadía?
Cuando se recurre al amilanamiento como hizo Risto durante su entrevista a Irene Montero, por lo general suele ser por miedo a las consecuencias que podrías sufrir si dejas hablar libremente y no interrumpes. Las artes que empleó para ello fueron una falta de respeto de libro a una eurodiputada. ¿Alguien se imagina a Risto Mejide ante Feijóo espetándole “Alberto, no te voy a permitir…” por muchas barbaridades y mentiras que el todavía líder del PP pudiera llegar a decir? ¿Se habría atrevido a hacer algo parecido con Abascal, Aznar o Aitor Esteban por ejemplo? Porque claro, que Irene sea mujer seguro que no tuvo nada que ver. Lo habría hecho igual con Cayetana, Ayuso o Gamarra, ¿verdad, Risto? ¿Se habría puesto tan chulo en estos casos como lo hizo cuando le dijo textualmente a su invitada “Admito que no te guste como soy, pero no pienso cambiar porque me digas que no te gusta”?
Si algo deja claro el episodio Montero-Mejide es la necesidad de que las denuncias públicas sobre quienes en última instancia mueven los hilos de la crispación necesitan muchas más ventanas para que las verdades desnudas lleguen frescas al común de los mortales y estos cuenten con suficientes datos para reflexionar y elaborar criterio propio.
Como ocurre cada vez que hablan en defensa de los más débiles y señalan el origen de los problemas de desigualdad en este país, hay que agradecer a representantes públicos como Irene Montero que no se cansen de poner el cuerpo para defender sus ideas y difundirlas. La desinformación no puede ganar la batalla, por eso es imprescindible que los medios dejen de estar solo en manos de profesionales de la mordaza o de sicarios asustados por las posibles consecuencias si dejan hablar libremente a quienes entrevistan.
El pobre Risto Mejide pasará, incluso Ana Rosa pasará, pero las ideas que defiende Irene Montero contra viento y marea seguirán vivas y con gentes dispuestas a defenderlas. Por eso el sistema se resiste e interviene sin disimulo a través de sus terminales mediáticas, con marionetas a su servicio como el desprejuiciado publicista metido ahora a presentador de programas televisivos, que por una vez no ha sabido disimular cuando le ha entrado el canguelo.
J.T.
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