miércoles, 21 de agosto de 2024

El violín de Ala Voronkova y los 24 Caprichos de Paganini

Se trataba de un auténtico privilegio y lo sabíamos. Quienes nos encontrábamos el pasado viernes 16 de agosto en la Eglise Sainte Eugénie de Saillagouse éramos conscientes del carácter excepcional del concierto al que íbamos a asistir y así fue. La violinista Ala Voronkova superó con creces nuestras expectativas nada más subir al escenario para interpretar, uno tras otro, los 24 Caprichos de Niccolò Paganini, escritos por el compositor italiano entre 1802 y 1817. Antes de entrar, los más allegados a la intérprete me habían puesto al tanto: solo uno de cada mil violinistas se atreve con esta obra, me decían. Se necesita mucho talento y mucha disciplina, interminables horas de trabajo y entrenamiento para conseguir la destreza de Ala, para ejecutar tanto acorde imposible. Seis dedos hacen falta, cinco no son suficientes, advertía su hija María Voronkova, divulgadora musical, durante la presentación de la actuación de su madre. 


Y es cierto. Nada más aparecer en el escenario y regalarnos el primer compás del Capricho número uno de Paganini, la energía y el virtuosismo de Ala Voronkova nos cautivó. No se escuchaba ni respirar a nadie mientras el arqueto rebotaba sobre la cuerda como si se tratara de una pelota y la intérprete iba estirando la mano izquierda al máximo en dobles y triples cuerdas a la vez. Este efecto aumentaba en el segundo Capricho y continuaba ascendiendo hasta el quinto, uno de los más famosos y difíciles, porque aquí el genio italiano obliga a realizar un recorrido completo por todo el registro del violín, que en el caso de Voronkova se trata nada menos que de un Giao Paolo Maggini datado en 1600.


María Voronkova, maestra de ceremonias del acto certificó, durante las introducciones que realizaba en los intervalos del concierto, lo que me habían explicado antes del comienzo: el noventa por ciento de violinistas, dijo, afirman a día de hoy que el Capricho número 5 de Paganini es absolutamente imposible de interpretar. Pues Ala Voronkova lo interpretó, y lo hizo moviendo casi a velocidad de vértigo sus portentosos dedos mientras yo me preguntaba cómo era posible que de aquel memorable momento solo estuviéramos siendo testigos unas doscientas personas. Ya quisieran primeros violines de muchas sinfónicas poseer la madurez de Ala, su capacidad de transmitir y conectar con el alma de quienes la escuchan. No está probado que ni siquiera el mismísimo autor fuera en su día capaz de hacerlo mejor, por mucho que haya quien sostenga que él podía tocarla en una sola cuerda.


La primera vez que Voronkova ejecutó este concierto en un escenario fue en Santa Coloma de Gramanet hace quince años y desde entonces su relación con Paganini y sus Caprichos no ha dejado de estar siempre ahí. Forma parte de su amplio repertorio y cada cierto tiempo lo incluye en algún programa para deleite de quienes aman tanto la música del compositor italiano como la manera que nuestra violinista tiene de interpretarla. Parece que ni siquiera el autor fue capaz de ejecutar nunca sus 24 Caprichos en un único concierto. Ala sí lo hace. En la Eglise Saint Eugénie de Saillagouse los dividió en cuatro partes, con tres intervalos en los que los presentadores iban resumiendo lo que nos tocaba escuchar a continuación. Todos los Caprichos están escritos en forma de estudios, y cada número explora diferentes técnicas del violín.


Durante la segunda parte del concierto en Saillagouse, el Capricho número 9, llamado “La Caza”, me fascinó. Luego supe que este Alegretto, compuesto en Mi mayor, es uno de los más famosos de los 24, porque el efecto que buscaba aquí Paganini era un diálogo entre una pareja de flautas y otra de trompetas, una combinación de graves y agudos en escalas interpretadas a enorme velocidad. Mientras Ala lo tocaba, pude ver las caras de quienes se encontraban a mi alrededor, y en algún caso tuve la sensación de que iban a saltar del asiento sin poder evitar expresar la emoción que sentían. Estábamos disfrutando ni más ni menos que del resultado de un trabajo, el de Voronkova, que comenzó hace sesenta años en la escuela rusa, de la autodisciplina implacable con la que la artista se prepara a conciencia cada vez que sube a un escenario. 


A medida que el concierto avanzaba, aumentaba a su vez en la sala la emoción y la sintonía con la violinista quien, al llegar al Capricho número 20, nos asombró haciendo sonar el instrumento como si de una gaita se tratara. La recta final fue portentosa: el número 23, una auténtica exhibición de brillantez, un reto de octavas, grandes saltos y cromatismos que prepararon el ambiente para la llegada del Capricho por antonomasia, el número 24, escrito en la menor, la melodía más célebre de Paganini y quizás una de las piezas técnicamente más complejas jamás creadas para violín. Listz o Brahms, entre otros muchos creadores, han realizado desde entonces variaciones sobre este tema, una pieza que Voronkova interpreta dejándose literalmente el alma. 


Por fin había llegado el apoteosis, por fin la intérprete veía premiado su esfuerzo una vez más. Por fin se acababa el sufrimiento y sus dedos mágicos podrían ahora descansar satisfechos. Se la ve extenuada pero feliz por llegar hasta aquí y quizás también por constatar hasta qué punto ha hecho gozar a los asistentes. Mientras recoge un más que merecido ramo de rosas, saluda una y otra vez emocionada, agradecida… y aliviada. Nos ha brindado un espectáculo único, privilegio del que todos los que estábamos allí éramos plenamente conscientes.


Juan Tortosa 


Publicado en el periódico de Saillagouse el 20.08.24


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