lunes, 26 de agosto de 2024

Los ultras, a calzón quitado

Mienten tanto que no les queda sitio para la verdad. Si los principales medios de la madrileñidad tóxica, que extienden su veneno a través de las ondas y los pocos quioscos que van quedando, se equivocaran algún día y difundieran una verdad, serían pocos quienes les creerían. Hasta su más adicta parroquia sabe que mienten, y por eso les jalea, porque hacen el trabajo sucio que necesita para preservar sus privilegios. Los portavoces de la mentira por sistema lo tienen difícil para mantener alto el pabellón desde que ciertos alumnos aventajados les han rebasado por la más extrema de las derechas enfangando las redes sociales con bulos ofensivos y rastreras noticias falsas. El incalificable linchamiento del que fue víctima hace unos días mi compañero y amigo Raúl Solís desborda los límites de lo admisible para devenir en delincuencia pura y dura.


Me niego a reproducir más veces las monstruosidades que ese eurodiputado ultra apellidado Pérez y el repugnante escudero con nombre de mafioso que tiene a su servicio, le han dedicado a mi colega periodista porque seguro que el lector, si no las conoce ya, tiene dónde consultarlas. Quizás el lector conozca también que, como consecuencia de las maldades vertidas contra Solís, decenas de miles de seguidores de estos fascistas de libro procedieron acto seguido a proferir contra él todo tipo de improperios rematados con amenazas intolerables.


No sé que piensan ustedes, pero esto no puede continuar así. De ninguna manera. Tamaña escalada de odio no augura nada bueno. Y si deleznable es esta peligrosa espiral, más lo es aún el silencio de buena parte de medios y opinadores en general a propósito de este infame episodio. Tanto si callan por miedo como si justifican su silencio aduciendo que carecen de datos suficientes, no creo que ignoren que así están labrando su propia fosa. La persecución y hostilidad contra Raúl Solís es solo uno de los primeros pasos en una estrategia que llegará hasta donde, quienes continúan actuando con inaceptable impunidad, se propongan llegar.


La homofobia y el racismo, señas de identidad de la ultraderecha más irredenta, han turbado el tradicional sosiego que solía caracterizar a la tercera semana de agosto en materia de actualidad política. Los ultras no parecen dispuestos a descansar en su camorrista empeño de hacer más honda cada día la brecha entre las eternas dos Españas, envenenar así la atmósfera social y dificultar todo lo posible nuestra convivencia en paz. La incalificable campaña racista que tuvo lugar, también hace unos días, a propósito del asesinato en Mocejón, Toledo, de un niño de once años, corrobora la escalada canalla de una amoralidad militante practicada por sistema para no darnos respiro, desestabilizar el ánimo ciudadano y añadir mayores dosis de crispación a ese cansino suma y sigue cuya finalidad última es acabar con el Gobierno de coalición cuanto antes y como sea.  


El odio no puede ni debe ser negocio. Cada vez que veo por escrito el nombre del tal Pérez, creo que andamos contribuyendo al crecimiento icónico del infame personaje. Al tiempo parece claro que la opción no puede ser comportarse como si este no existiera ¿Qué hacer? ¿Cómo atajar tamaña afrenta? No hay que olvidar además que el objetivo de la violencia fascista es deshumanizar y destruir a quienes le plantan cara. Lo hicieron con Mónica Oltra, con Pablo Iglesias, con Irene Montero, Vicky Rosell y tantos otros; lo hacen ahora con Martina Velarde y con Raúl Solís y, como ha dicho él mismo, lo seguirán haciendo si quienes pueden escribir en el BOE continúan durmiendo el sueño de los justos. Raúl ha puesto en manos de la fiscalía tanto las acusaciones de pedofilia que han vertido contra él en redes cuentas con cientos de miles de seguidores como las amenazas de toda índole que le han dedicado miles de  “incondicionales” de estos profesionales del incendio social. Veremos.


Esperemos que se decidan de una vez a investigar en los perfiles de redes y cuentas de mensajería de quienes difunden bulos y atrocidades a diario, a ver si así consiguen averiguar las posibles vinculaciones políticas o asociativas, los referentes ideológicos y también intelectuales. Es algo, como recuerda Carlos Hernández, que viene haciéndose con todos los terrorismos, salvo inexplicablemente con el de ultraderecha. Al menos hasta ahora. Que mañana mismo pueden cambiar la ley para acabar con la impunidad en redes, afirman quienes parecen olvidar que esas mismas mezquindades se difunden también en la mayoría de periódicos, radios y televisiones. Cambiar la ley… ¿para que la aplique quién?  Y hasta entonces, ¿qué? Menos estrategias de dilación, menos palabras bonitas, menos lobos y al turrón. 


Tras su famosa carta a finales del pasado mes de abril, el presidente del Gobierno se fue a reflexionar cinco días y reapareció con una palabra mágica por bandera: regeneración. Pues sea lo que sea lo que para él signifique ese término, ya está tardando, por mucho que el consejo de ministras y ministros comenzara a legislar mañana mismo. Que, por cierto, a ver cómo lo harían sin acabar cuestionando derechos de todos.Tarea complicada. Mientras tanto los ultras, erre que erre, ahí continúan con su estrategia de desestabilización. A calzón quitado y sin perder un minuto. Algunos de ellos incluso, con sus credenciales de prensa colgadas al cuello, sembrando cizaña por los pasillos y en la sala de prensa del mismísimo Congreso de los Diputados.


J.T.



miércoles, 21 de agosto de 2024

El violín de Ala Voronkova y los 24 Caprichos de Paganini

Se trataba de un auténtico privilegio y lo sabíamos. Quienes nos encontrábamos el pasado viernes 16 de agosto en la Eglise Sainte Eugénie de Saillagouse éramos conscientes del carácter excepcional del concierto al que íbamos a asistir y así fue. La violinista Ala Voronkova superó con creces nuestras expectativas nada más subir al escenario para interpretar, uno tras otro, los 24 Caprichos de Niccolò Paganini, escritos por el compositor italiano entre 1802 y 1817. Antes de entrar, los más allegados a la intérprete me habían puesto al tanto: solo uno de cada mil violinistas se atreve con esta obra, me decían. Se necesita mucho talento y mucha disciplina, interminables horas de trabajo y entrenamiento para conseguir la destreza de Ala, para ejecutar tanto acorde imposible. Seis dedos hacen falta, cinco no son suficientes, advertía su hija María Voronkova, divulgadora musical, durante la presentación de la actuación de su madre. 


Y es cierto. Nada más aparecer en el escenario y regalarnos el primer compás del Capricho número uno de Paganini, la energía y el virtuosismo de Ala Voronkova nos cautivó. No se escuchaba ni respirar a nadie mientras el arqueto rebotaba sobre la cuerda como si se tratara de una pelota y la intérprete iba estirando la mano izquierda al máximo en dobles y triples cuerdas a la vez. Este efecto aumentaba en el segundo Capricho y continuaba ascendiendo hasta el quinto, uno de los más famosos y difíciles, porque aquí el genio italiano obliga a realizar un recorrido completo por todo el registro del violín, que en el caso de Voronkova se trata nada menos que de un Giao Paolo Maggini datado en 1600.


María Voronkova, maestra de ceremonias del acto certificó, durante las introducciones que realizaba en los intervalos del concierto, lo que me habían explicado antes del comienzo: el noventa por ciento de violinistas, dijo, afirman a día de hoy que el Capricho número 5 de Paganini es absolutamente imposible de interpretar. Pues Ala Voronkova lo interpretó, y lo hizo moviendo casi a velocidad de vértigo sus portentosos dedos mientras yo me preguntaba cómo era posible que de aquel memorable momento solo estuviéramos siendo testigos unas doscientas personas. Ya quisieran primeros violines de muchas sinfónicas poseer la madurez de Ala, su capacidad de transmitir y conectar con el alma de quienes la escuchan. No está probado que ni siquiera el mismísimo autor fuera en su día capaz de hacerlo mejor, por mucho que haya quien sostenga que él podía tocarla en una sola cuerda.


La primera vez que Voronkova ejecutó este concierto en un escenario fue en Santa Coloma de Gramanet hace quince años y desde entonces su relación con Paganini y sus Caprichos no ha dejado de estar siempre ahí. Forma parte de su amplio repertorio y cada cierto tiempo lo incluye en algún programa para deleite de quienes aman tanto la música del compositor italiano como la manera que nuestra violinista tiene de interpretarla. Parece que ni siquiera el autor fue capaz de ejecutar nunca sus 24 Caprichos en un único concierto. Ala sí lo hace. En la Eglise Saint Eugénie de Saillagouse los dividió en cuatro partes, con tres intervalos en los que los presentadores iban resumiendo lo que nos tocaba escuchar a continuación. Todos los Caprichos están escritos en forma de estudios, y cada número explora diferentes técnicas del violín.


Durante la segunda parte del concierto en Saillagouse, el Capricho número 9, llamado “La Caza”, me fascinó. Luego supe que este Alegretto, compuesto en Mi mayor, es uno de los más famosos de los 24, porque el efecto que buscaba aquí Paganini era un diálogo entre una pareja de flautas y otra de trompetas, una combinación de graves y agudos en escalas interpretadas a enorme velocidad. Mientras Ala lo tocaba, pude ver las caras de quienes se encontraban a mi alrededor, y en algún caso tuve la sensación de que iban a saltar del asiento sin poder evitar expresar la emoción que sentían. Estábamos disfrutando ni más ni menos que del resultado de un trabajo, el de Voronkova, que comenzó hace sesenta años en la escuela rusa, de la autodisciplina implacable con la que la artista se prepara a conciencia cada vez que sube a un escenario. 


A medida que el concierto avanzaba, aumentaba a su vez en la sala la emoción y la sintonía con la violinista quien, al llegar al Capricho número 20, nos asombró haciendo sonar el instrumento como si de una gaita se tratara. La recta final fue portentosa: el número 23, una auténtica exhibición de brillantez, un reto de octavas, grandes saltos y cromatismos que prepararon el ambiente para la llegada del Capricho por antonomasia, el número 24, escrito en la menor, la melodía más célebre de Paganini y quizás una de las piezas técnicamente más complejas jamás creadas para violín. Listz o Brahms, entre otros muchos creadores, han realizado desde entonces variaciones sobre este tema, una pieza que Voronkova interpreta dejándose literalmente el alma. 


Por fin había llegado el apoteosis, por fin la intérprete veía premiado su esfuerzo una vez más. Por fin se acababa el sufrimiento y sus dedos mágicos podrían ahora descansar satisfechos. Se la ve extenuada pero feliz por llegar hasta aquí y quizás también por constatar hasta qué punto ha hecho gozar a los asistentes. Mientras recoge un más que merecido ramo de rosas, saluda una y otra vez emocionada, agradecida… y aliviada. Nos ha brindado un espectáculo único, privilegio del que todos los que estábamos allí éramos plenamente conscientes.


Juan Tortosa 


Publicado en el periódico de Saillagouse el 20.08.24


lunes, 19 de agosto de 2024

El periodismo y la fuga de Puigdemont


¿Dónde estaban los periodistas en el momento de la fuga de Puigdemont? ¿A nadie se le pasó por la cabeza la posibilidad de que, al margen de lo anunciado oficialmente, existiera un plan B para esfumarse y escapar como finalmente sucedió? Las fuerzas de seguridad pueden ser torpes o estar conchabadas, pero… ¿los periodistas también estábamos todos abducidos?


¿Me quieren decir que no hubo una sola redacción de informativos en todo el país, ni un solo jefe con experiencia, ni un solo reportero intrépido a quien se le pasara por la cabeza que había que hacer lo posible para no perder de vista al ex president en ningún momento? ¿Me quieren decir que todos se dejaron seducir por la megafonía y sus  instrucciones de despiste cuando se pedía a los presentes permitir avanzar por el pasillo central a la comitiva -de la que presuntamente formaba parte Puigdemont- hasta llegar a la entrada del parque de la Ciudadela, sede del Parlament de Catalunya? ¿Me quieren decir que importaba tanto el morbo del momento de la detención que se prefirió pensar que el expresident avanzaba hacia el Parlament junto a Mas, Rull, Torra, Borrás, Batet, Llach y compañía? Muchos de los asistentes llegaron a creer lo que decían los altavoces más que lo que veían sus propios ojos, pero… ¿los periodistas también?


“No habíamos contemplado que Puigdemont escapara como lo hizo”, admitió al día siguiente el ya ex consejero de Interior de la Generalitat con lágrimas en los ojos. A juzgar por los resultados, parece claro que los periodistas tampoco. Obsesionados por captar la imagen de la detención, ningún medio pareció dispuesto a sacrificar una cámara de televisión o una máquina de fotos, ni siquiera alguien con un triste móvil para dedicarse a buscar, aunque solo fuera por si acaso, la otra cara de la luna. Cuando, como todo informador profesional sabe de sobra, la obligación de “buscar la otra cara de la luna” es una de las reglas de oro del periodismo.


Yo creo que si mi amigo Mariano Valladolid hubiera estado en esa cobertura, lo habría hecho. Son muchas las veces en que su manera de buscar otro ángulo del acontecimiento que le toca cubrir como reportero gráfico, renunciando así a captar la imagen que al final acaba teniendo todo el mundo, le ha dado excelentes resultados y el reconocimiento profesional del que goza entre sus compañeros. Mariano es free lance, trabaja en Andalucía y el secreto de su trabajo, además de estar dispuesto a volver a su casa sin haber grabado nada, es la discreción. Si le hubiera tocado cubrir el discurso de Puigdemont habría grabado, aunque fuera infiltrado y con un móvil. Y si no le hubieran dejado grabar, al estar presente podría al menos haber contado como testigo el momento camuflaje. Por supuesto lo habría hecho manteniéndose al margen, no inmiscuyéndose ni delatando a nadie, faltaría más. Pero tendríamos la secuencia. O su relato como testigo directo.


Esto no solo lo hace Mariano. Rosa María Calaf y su compañero el reportero gráfico de tve en Haití cuando Jean-Claude Duvalier se escapó del país en 2011, consiguieron captar la única imagen del dictador conduciendo el coche en el que se dirigía al aeropuerto para huir. Y lo hicieron apostando sencillamente por colocarse en el lado opuesto al que se encontraba el resto de sus compañeros de cobertura. Ella sabía que el dictador no se fiaba ni de los conductores, se arriesgaron… y ganaron. Es verdad que son muchas las veces en que haciendo esto te quedas a dos velas y, si no tiene las suficiente seguridad profesional, el miedo a la bronca de los jefes te lleva a apostar por lo que hace todo el mundo. Decenas de cámaras peleando por el mismo plano secuencia que a los pocos minutos van a distribuir todas las agencias, así es la cosa.


Dado que esta es la cera que arde a día de hoy en el periodismo de nuestro país, ahí tenemos los resultados. Como las imágenes del Congreso las pasa la institución una vez realizadas, hace tiempo que nos quedamos ya sin planos de gente durmiendo, votando por otro diputado o viendo porno. A veces en algún directo, el realizador falla y pincha algún plano que parece periodismo… pero por equivocación. Tampoco hay periodismo ya en los mítines electorales, cuya señal realizada suele ser un dechado de manipulación, tampoco en la mayoría de ruedas de prensa de los políticos… Hacen más periodismo los micrófonos abiertos por descuido que los periodistas.


El regalo a los medios de las señales realizadas, la desmotivación de muchos reporteros de a pie, que cada día que pasa están peor pagados, la mentalidad práctica mal entendida y la falta de tiempo y voluntad para trabajar con perspectiva y un mínimo sosiego han instalado en el mundo de las coberturas periodísticas un punto de relajación muy peligroso. Se nos escapan las mejores y se nos escapan porque andamos despistados, desanimados y colonizados por una envenenada tendencia a la burocratización que, como todo el mundo sabe, es la mayor enemiga del periodismo. 


¿De verdad huyó Puigdemont en el coche blanco que nos dicen, de verdad se puso el célebre sombrero de paja? ¿Dónde está el documento, el plano secuencia que lo acredite con claridad? Me cuesta pensar que no existan esas imágenes, que a nadie del equipo del ex president se le encargara grabarlas. Existía un plan B y consiguieron engañar a los mossos, a la policía, a la guardia civil… y a los informadores. Si además alguien del equipo de Puigdemont lo grabó y ahora están midiendo los tiempos hasta que consideren que ha llegado el momento de difundirlo, el ridículo en que dejarían a la profesión periodística sería ya memorable. 


J.T.







lunes, 12 de agosto de 2024

Madrid no es el ombligo de España

Vive Madrid en una realidad paralela con respecto al resto de España. El punto de vista del Madrid mediático y político es cada día más tóxico y menos inclusivo. Ser la sede de las principales instituciones del Estado no otorga patente de corso para dictaminar cuál es el foco que hay que aplicar al resto de territorios. Mucho menos si se trata de un país tan diverso como el nuestro, tan distinto en maneras de entender la vida, la cultura y las costumbres, tan rico en idiomas y tradiciones y con políticos en cada comunidad que son elegidos por sus gentes para defender la singularidad de su tierra. No, Madrid no entiende esto ni quiere entenderlo.

El pasado jueves, en las inmediaciones del Arco del Triunfo de Barcelona, le daba vueltas a estas reflexiones cuando me encontraba a primera hora de la mañana entre las miles de personas que esperaban la aparición de Carles Puigdemont en escena tras casi siete años fuera de Catalunya. Cuando el ex president llegó, habló cuatro minutos y acto seguido se esfumó delante de nuestras narices pude imaginarme, por previsibles, cuáles serían los titulares del día siguiente en los periódicos madrileños. No me hizo falta esperar, porque sucumbí a la tentación de sintonizar según que emisoras de ámbito nacional y entre ellas parecían competir a ver quién soltaba mayores miserias. Los periódicos del viernes superaron mis expectativas: “Puigdemont vuelve a humillar al Estado con la complicidad del Gobierno”, titulaba ABC; Puigdemont se burla de España y un Illa cómplice es investido presidente”, podía leerse en la primera de El Mundo; “Puigdemont consuma una nueva afrenta al Estado ante el silencio del Gobierno”, pontificaban en El Confidencial… ¡Ea!


Como ha escrito Suso del Toro, el estilo agresivo que utiliza el periodismo español cuando se refiere a Puigdemont es “el mismo lenguaje denigratorio e infame que el franquismo utilizaba contra quienes cuestionaban el régimen. Mercenarios prácticamente unánimes al servicio del denunciante, Vox, y Llarena”. Sería bueno guardar a buen recaudo titulares, textos y grabaciones que permitan estudiar a conciencia, pasados unos años, la propaganda política totalitaria que nos toca soportar en estos tiempos. Quien califica de rebelde la manera de hacer política de Carles Puigdemont se olvida de llamar así a según qué jueces dedicados a truncar carreras de políticos a base de abrir sumarios donde claramente no hay caso, y años más tarde cerrarlos cuando ya han conseguido hundir a las víctimas. 


Conviene no olvidar que al partido de Puigdemont, el destino le regaló hace poco más de un año la posibilidad de ser decisivo para la supervivencia del Gobierno de coalición del Estado. Hacen mal quienes se dedican solo a burlarse y denigrar las tocatas y fugas de su líder. También sería bueno no olvidar que todos los países europeos donde en algún momento fue detenido se negaron a extraditarlo y que ha sido parlamentario en Bruselas y Estrasburgo sin ningún problema para ejercer sus funciones. Igual no es tan payaso ni está tan loco como en Madrid se empeñan en afirmar. En palabras de Gerardo Tecé, “en el mundo hay 195 países y hasta el pasado jueves Puigdemont podía circular libremente por 194. El 195 tocó ese día, y solo por pocas horas, así que igual la cosa no es para tanto”.


Pues claro que no es para tanto. La opción política que defiende Junts puede contar con mayor o menor respaldo, pero tiene exactamente la misma legitimidad que la de quienes, desde los cenáculos madrileños, aspiran a dictar las a su juicio irrebatibles verdades por las que debemos regirnos el resto ya seamos asturianos, andaluces, vascos o catalanes. Madrid se empeña en que España sea lo que ella quiere que sea. Y eso no solo no cuela ya, sino que colará cada vez menos. La oferta de Salvador Illa durante su debate de investidura como flamante president de la Generalitat, ofreciendo diálogo a todas las fuerzas que componen el Parlamento de Catalunya excepto a los fascistas intolerantes va justo por ese camino. 


Lo que hizo Puigdemont el jueves pasado puede gustar más o menos, pero fue un acto de indiscutible significado político protagonizado por el líder de una formación imprescindible para los dos grandes partidos del Estado. Pronto se cumplirán treinta años del día en que José María Aznar pasó del Pujol, enano, habla castellano a proclamar que él también hablaba catalán en la intimidad. También pactó con el PNV y hasta puso en marcha conversaciones con ETA. No es posible hacer política desde Madrid vituperando e intentando humillar al resto de territorios del Estado y lo saben.


“Con mi encarcelamiento, ustedes han decidido que yo no pueda ver crecer a mis dos hijos, pero no van a impedir que les pueda dejar la dignidad de haber defendido unas ideas legítimas y nobles, no van a impedir que les de testimonio de mi compromiso. La esperanza siempre es más poderosa que el miedo y después de nosotros siempre vendrán más”. Quien pronunció estas palabras cuando fue juzgado en el Supremo se llama Josep Rull, estuvo en prisión tres años y cuatro meses y, a día de hoy, es el presidente del Parlament de Catalunya. El mundo mediático-político madrileño puede no estar de acuerdo con sus ideas, pero no tiene ningún derecho a discutir su legitimidad. Mucho menos a menospreciarlas o intentar ridiculizarlas. 


J.T.


lunes, 5 de agosto de 2024

La retina de Núñez Feijóo

Pasan los meses, años ya, y Núñez Feijóo sigue sin encontrar el foco. Hacer oposición como partido de Estado, que es lo que dice ser la formación que lidera, no puede consistir en crispar el ambiente por sistema sin preocuparte jamás por explicar cuál es el proyecto político que tienes para gobernar tu país. Hacer oposición no puede resumirse en ir colgando medallas a mandatarios fascistas de ultramar que insultan al presidente de tu gobierno, ni tampoco en viajar a Venezuela para intentar liarla parda allí también. Más de lo que ya está.

La democracia en España necesita una derecha constructiva y capaz de pactar, una derecha que se atreva de una vez a pararle los pies al fascismo trasnochado. Si los intolerantes continúan siendo la única pareja de baile posible de los populares, y así es ahora por mucho que hayan cambiado las cosas –de momento- en algunas autonomías, a Núñez Feijóo y los suyos les va a costar ser creíbles alguna vez como alternativa democrática de gobierno.


Tanto en Catalunya como en Euskadi, el PP continúa siendo irrelevante porque solo se opone y nunca propone. Se mantiene instalado en los mensajes carcas y trasnochados de aquella España grande y libre de infausta memoria. Cuando gobernemos derogaremos, cuando gobernemos expulsaremos, cuando gobernemos recortaremos, ¿a qué aspiran con semejante oferta? ¿Dónde están las propuestas para mejorar la vida de la gente? ¿de verdad piensan que el camino correcto es apoyar la sanidad y la educación privadas en detrimento de lo público? ¿o acaso se trata de fomentar las corridas de toros, negar el cambio climático y la violencia de género o arremeter contra los inmigrantes? 


Merced a tamaño despendole, la izquierda descafeinada que ahora mismo ejerce el poder cuenta con un amplio margen de maniobra que aprovecha para avanzar –tímidamente- en mejorar  aspectos sociales sin tener que molestarse en cuestionar la OTAN o condenar el genocidio de Gaza, por ejemplo. Sin tener que acabar con la ley mordaza, sin renunciar a una política armamentística ni cuestionar a países que violan los derechos humanos; sin tener tampoco  que plantarle cara a los bancos que, a pesar de exhibir sin pudor sus astronómicos beneficios, continúan sin devolvernos el dinero del rescate que nos deben. Como baja el paro, sube el PIB y bajan las hipotecas, por ahí Núñez Feijóo y los suyos no encuentran la manera de hincar el diente. Como pasan los meses y España no se rompe, cada día andan más de los nervios. Aún no han entendido que Pedro Sánchez reside en la Monlcoa, entre otras cosas, porque la ciudadanía votó mayoritariamente para evitar un gobierno ultra. 


De momento, si algún día los populares llegan al poder, habrá de ser de la mano de Vox y lo que es peor, del tal Alvise, cuyas expectativas de voto continúan aumentando. En enclaves que conozco bien, como el Poniente almeriense, ya dieron un serio aviso en las elecciones europeas. En feudos tradicionalmente de los populares, entre Vox y SALF les han quitado ya más del 25 por ciento de la clientela. Allí y en tantos lugares donde ocurre algo parecido, no es que la izquierda tenga poco que rascar, es que Núñez Feijóo no les convence… por blando. Los mensajes populistas y ultramontanos han calado en un sector de la ciudadanía, sobre todo joven y con escasa formación. El PP no encuentran la manera de contrarrestar esto, la izquierda light ni lo intenta y la otra anda llorando por las esquinas. Una ruina.


Para rematar la faena, a Núñez Feijóo y los suyos no se les ocurre nada mejor que subirse al carro de esos jueces despendolados que se pasan la vida abriendo y cerrando sumarios imposibles. En el PP ya están descubriendo que eso solo les sirve para que quienes aparezcan en los informativos patrimonializando el asunto sean los de Hazte Oír, Manos Limpias y Vox, peleándose entre ellos por un protagonismo ante los micrófonos y las cámaras que nunca se les debe otorgar a quienes aprovechan los altavoces para envenenar la convivencia. Que esa es otra, la infame labor de los medios, tanto públicos como privados, en todo este tinglado. 


La reciente operación por desprendimiento de retina, a la que ha sido sometido hace unos días, igual ayuda a Núñez Feijóo a dar con la tecla y encontrar el foco. La convivencia precisa de una derecha que deje de gritar a cada instante que viene el apocalipsis. No se lo creen ni ellos, pero ahí andan con el raca-raca sin parar. El PP tienen la obligación  política de trabajar para neutralizar a la ultraderecha. Mientras crean que la única manera de frenar el crecimiento de los ultras es competir con sus mensajes sin encontrar tono propio, estarán perdidos tanto ellos como los que no pensamos como ellos. El futuro de nuestro país no puede acabar estando en manos de los intolerantes.


J.T.