Pablo Casado es una persona con poder. Maneja presupuesto, tiene los destinos de centenares de cargos en sus manos y apenas abre la boca siempre hay una docena de estómagos agradecidos dispuestos a obedecer sus órdenes, diga lo que diga. El caso Calviño, por ejemplo, lo demuestra: al muchacho le sentó mal que la vicepresidenta “osara” comentarle que le asqueaban los modales que últimamente emplea en el Congreso de los Diputados y no dudó en tocar el silbato para que su incondicional cohorte saliera en tromba a atacarla por tierra, mar y aire. Lo de la “políticamente indeseable” Cayetana es otro ejemplo. Un verso suelto en tu equipo es un peligro, sobre todo si está más preparada que tú, así que calladita está mejor, debió pensar cuando le quitó el cargo de portavoz.
Casado tiene poder, sí, pero la empresa que ha heredado necesita mucho más poder del que administra si quiere sobrevivir y ese poder, el que otorga la presidencia del gobierno y el Boletín Oficial del Estado, él y los suyos lo ven en estos momentos más lejos de lo que les gustaría. El PP se desespera esperando. Y a Casado se le nota demasiado.
Su mirada, la mirada perdida de Casado, es todo un poema. La inseguridad que transmite es elocuencia pura. Podría ser la mirada del rico heredero que no tiene capacidad para gestionar su patrimonio, pero también la de quien, tras abrir el testamento, descubre que la empresa familiar está al borde de la quiebra. No acaba de dar con la tecla para que la clientela no se le marche, no acierta con el tono adecuado, cambia de opinión cada dos por tres, cambia de discurso, incluso de argumentos, ¿cómo no va a tener la mirada perdida?
Va por la vida dando palos de ciego y no encuentra la manera de sacudirse el peso de la corrupción sistémica de sus antecesores por mucho apoyo judicial y mediático que tenga. Esa mirada al infinito buscando un amparo que no encuentra denota el miedo que tiene a perder un poder que cada día que pasa es más escaso. Esa mirada evidencia la decepción ante unas encuestas mucho menos favorables de lo que necesita, esa mirada perdida manifiesta el miedo a no ser capaz de ganar las próximas elecciones generales, la torpeza para quitarse el aliento de Vox de la nuca o la incapacidad para neutralizar esa amenaza interna llamada Isabel Díaz Ayuso.
No debe dormir bien Pablo Casado y se le nota, por mucho que los suyos ejecuten sus órdenes en primer tiempo de saludo. Por eso anda con la mirada perdida por el mundo, esa mirada de quien, siguiendo el principio de Peter, se resiste a admitir que ha rebasado su nivel de competencia. Llegó al cargo de rebote y por defecto. Estaba en el sitio adecuado en el momento preciso cuando se trataba de cerrarle al paso a otra persona y la única solución a mano era él. Pero ahora se encuentra ahí solo, frente al toro, con la muleta en la mano y sin los conocimientos ni la destreza suficientes para realizar una buena faena. Y sin poder disimular el miedo a la cornada. ¿Cómo no va a tener la mirada perdida?
Esa mirada, elocuencia pura, lo que nos está diciendo es que, en el fondo, lo que Pablo Casado está deseando es salir corriendo y que se acabe la pesadilla. Pero igual tiene miedo de no valer ni para eso.
J.T.
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