jueves, 13 de marzo de 2014

Federico Quevedo pide perdón


Como esto de pedir disculpas hay tan poca gente que lo hace, vaya por delante mi reconocimiento hacia el gesto de Federico Quevedo quien este miércoles, sin llegar al extremo de aquellos policías ucranianos que recientemente pidieron perdón de rodillas a la población por haber actuado violentamente contra ella, se ha autoflagelado públicamente por tierra, mar y aire y ha solicitado la absolución por haberse dedicado durante años a dar pábulo a la teoría de la conspiración sosteniendo que, tras los atentados del 11M, estaba Eta. 

Si bien es cierto que hace ya un tiempo que dio marcha atrás, no lo es menos que ha sido en este décimo aniversario de aquella horrible tragedia cuando los golpes de pecho de Federico han conseguido sonora trascendencia mediática. Entre otras cosas porque él ha puesto en ello el suficiente empeño para que así sea. 

Reconozco que me ha reconfortado leer en su columna habitual de "El Confidencial" párrafos como éste: “Yo pido perdón en primer lugar a las víctimas del 11-M, a las que no pueden escucharme ni leerme porque ya no están entre nosotros, porque sacrificaron su vida en un acto cruel y bárbaro y lo hicieron sin querer hacerlo en defensa de nuestro modo de vida, de nuestro sistema de convivencia brutalmente atacado por un grupo terrorista de origen islamista que golpeó en España como antes lo había hecho en Estados Unidos. Y les pido perdón porque si esa fue la naturaleza de su sacrificio, el hecho de haber puesto en duda el origen y el sentido de esos atentados, inevitablemente invalidaba el alcance heroico de su entrega y las convertía en un mero instrumento al servicio de una mentira cuya vileza todavía alcanza nuestros días” 

Quevedo pide disculpas también a las víctimas vivas, a los familiares de las que fallecieron, a las fuerzas de seguridad, a los jueces y fiscales… y a “quienes se sintieron perseguidos un día tras otro por acusaciones terribles de manipulación y destrucción de pruebas” Reconoce haber aireado ”una gran mentira que nunca tuvo ni pies ni cabeza por muchas kangoos y muchos skodas y muchas mochilas que podamos esgrimir como argumento” y remata reconociendo que “lo único que se pretendía era buscar los pasos de una trama que solo existió en la mente perversa de unos cuantos desalmados”

Imagino que entre aquellos a quienes pide disculpas Federico Quevedo habrá quien se las acepte y quien no. Las víctimas, sus familiares, los jueces, fiscales, abogados y demás destinatarios de sus diatribas son muy dueños de gestionar esto como mejor entiendan. Pero hay un ángulo, desde el punto de vista del oficio periodístico, sobre el que a mí me interesaría detenerme unos instantes: 

¿Puede un profesional de la información divulgar durante un largo período de tiempo noticias y opiniones como él lo hizo y, pasado el tiempo, intentar zanjar su fechoría rasgándose las vestiduras públicamente y a otra cosa mariposa? ¿En base a qué material, a qué documentación, a qué datos sostuvo Quevedo unas tesis que más tarde reconocería que no tenían ni la solidez ni la solvencia necesarias y que en su columna de este miércoles las califica de “burda concatenación de hechos irrelevantes elevados a la categoría de pruebas irrefutables”

Como periodista yo lo siento mucho, pero a mí no me vale que alguien que actúa así aspire a que los profesionales de la información pasemos página y… miel sobre hojuelas. Desde un punto de vista moral, político, civil y hasta militar lo que él quiera: disculpas aceptadas. Pero desde un punto de vista periodístico esto no se puede “finiquitar” así, sobre todo cuando hay comunicadores que siguen aún con el raca-raca, en la misma línea, destrozando con su chulería y su petulancia el poco crédito que nos va quedando a los periodistas. Mucho me temo que para que los lectores, los radioyentes, los televidentes vuelvan a confiar en las cosas que les contamos hace falta mucho más que la autoflagelación pública de alguien que reconoce haber contribuido a “construir una de las mayores estafas de nuestro tiempo”. 

No pongo en duda la valentía que hace falta para dar el paso que en su día dio Quevedo y que tanta repercusión ha tenido en este décimo aniversario del 11M. Pero de momento, que yo sepa, no le sigue nadie más. No estaría nada mal que sus “colegas” de aquella pertinaz conspiranoia levantaran el pedal de una maldita vez y dejaran de dar la barrila con lo de las montañas lejanas, la autoría intelectual desconocida, los “oscuros objetivos de poder” y demás zarandajas. 

Este 11M supuso un cierto alivio porque, por un lado, escuchamos a un ministro del Interior del pp afirmar que Eta no fue la causante de los atentados y que es “evidente” que la masacre fue ejecutada por terroristas yihadistas. Y por otro lado, volvimos a ver juntas a todas la víctimas después de siete largos años de desencuentros. Tras la inmolación pública de Quevedo solo falta que continúe el desfile: Acebes, Zaplana, Aznar, Rouco, Pedrojota… A ver cuándo se animan y son capaces de reconocer, como hace él, que participaron “en una instrumentalización de las víctimas que no buscaba la verdad”.

J.T.

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