martes, 26 de noviembre de 2013

No diga mediocridad, diga Rajoy


Que "el tiempo nos premiará con creces" el sufrimiento que nos producen las putadas que él nos está haciendo, va y dice el tío en su cada día más atrevida escalada de descaros.

Conozco a miles de “mosquitas muertas”, mucho más listos/as de lo que parecen, que descubrieron a tiempo la rentabilidad de la mediocridad para prosperar en la vida, pero la verdad es que nadie lo borda como Mariano. 

Cuando un sumiso consigue llegar arriba, gracias entre otras cosas a no haber sacado nunca los pies del tiesto antes de tiempo, lo habitual es que más pronto que tarde acabe soltándose el pelo para asombro y estupefacción sobre todo de quien lo promocionó pensando que era tonto. La mayoría de los mediocres son listos. Por eso el inteligente, si no es tan vivo como el mediocre, acabará estando en inferioridad de condiciones y tendrá muchas más papeletas para acabar fuera de la circulación. Que se lo digan si no a quienes se quedaron en el camino a costa de Rajoy. Que se lo digan a tantos como, presuntamente más brillantes que él, no consiguieron tener tan engañado al jefe como para que éste los designara a ellos en lugar de a este insustancial e insípido trilero. 

Si uno es mediocre pero sabe humillarse, al final lo consigue todo, decía Pierre de Beaumarchais doscientos años antes de que nacieran Aznar o Rajoy. La literatura le ha dedicado centenares de textos a este fenómeno, inspirados en la vida misma desde que el mundo es mundo, pero que si quieres arroz: no ha servido de nada. Quienes, llegado el día de ceder el testigo de su poder sea en una empresa, una secta, un partido político o una asociación de numismática tengan que decidir quién los sustituye será difícil, si depende de ellos, que no acaben optando por quien crean que les permitirá continuar mangoneando en la sombra o les transmita la tranquilidad suficiente para creer que lo dejan todo “atado y bien atado”. Luego, claro está, todos acaban saliéndole “ranas” a sus antecesores y negándolos tres veces antes que cante el gallo. 

Sólo una persona mediocre está siempre en su mejor momento, dejó dicho Somerset Maugham. Porque la mediocridad, es cierto, supone una excelente inversión para quien sabe administrar la paciencia con la misma pericia que la falta de escrúpulos. Solo quien tiene práctica en ejercer de don nadie durante años es capaz de actuar, una vez en el poder, como lo hace Rajoy. Sólo desde la mediocridad se explica esa caradura y ese incondicional sumisión a los bancos, a los empresarios, a los designios europeos… 

El mediocre suele preferir que otro dé la cara por él. Por eso Rajoy acaba hablando de la lluvia cuando tiene que salir al paso de cualquier “patata caliente” informativa: porque tarda en darse cuenta que, por mucho que mire a su alrededor, es a él a quien le toca torear ese toro antes o después. Y claro, acaba mintiendo descaradamente, legislando sin pudor, faltando a todas sus promesas y cabreándonos a todos menos a los bancos, a quienes el próximo viernes les va a regalar por la cara otros treinta mil millones de euros. Y además no se le mueve un músculo de la cara cuando admite, como ha hecho este martes, que lleva dos años puteándonos, sí, pero que el tiempo nos lo devolverá con creces. 

Nadie acaba siendo más dañino que aquel cuyo peligro no ves hasta que las cosas ya no tienen remedio. Debió humillarse tanto para estar donde está que él sí que se lo está cobrando con creces.

J.T.

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